Julie Loranger

Una enfermedad inesperada cambió su destino africano por la Embajada canadiense en España

Julie Loranger no es supersticiosa. Si lo fuera, su primer destino como embajadora de Canadá estaría abocado al fracaso o quién sabe qué desventura. No entró con buen pie. Llegó a España dando un salto, pues ésa fue la única manera que encontró para salvar la distancia entre el avión que la trajo y el finger del aeropuerto de Barajas. Salvo este pequeño traspié con el que se inició su estancia en España, la cuarta mujer acreditada en el Palacio de Santa Cruz tiene esperanzas en el éxito de su destino.

Dos sucesos fortuitos han colocado a esta abogada quebequesa al frente de la Emba...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Julie Loranger no es supersticiosa. Si lo fuera, su primer destino como embajadora de Canadá estaría abocado al fracaso o quién sabe qué desventura. No entró con buen pie. Llegó a España dando un salto, pues ésa fue la única manera que encontró para salvar la distancia entre el avión que la trajo y el finger del aeropuerto de Barajas. Salvo este pequeño traspié con el que se inició su estancia en España, la cuarta mujer acreditada en el Palacio de Santa Cruz tiene esperanzas en el éxito de su destino.

Dos sucesos fortuitos han colocado a esta abogada quebequesa al frente de la Embajada canadiense en España. El primero, una inoportuna enfermedad en el momento en que había que cubrir Nairobi, su plaza elegida en el corazón de África; después, la vacante producida en Madrid por el traslado inesperado de su antecesor a la cancillería de BruselasAsí es como Julie Loranger ha saltado hasta la mitad del escalafón diplomático sin pisar los primeros peldaños. Pero ese salto en la carrera parece que no le ha impresionado, como tampoco el ser una de las nueve embajadoras que hay en el cuerpo diplomático canadiense o la cuarta entre las acreditadas actualmente en Madrid. Detesta verse convertida en noticia por el mero hecho de ser mujer, y si acepta con resignación el protagonismo, lo hace casi como un deber patriótico, aunque le duela reconocer que, tanto ella como sus colegas canadienses carezcan de un hogar convencional, esto es, que el servicio les imponga la soltería.

Lamenta que muchos españoles vean a Canadá como una extensión de EE UU, "y somos muy diferentes. Estamos acostumbrados a que se nos confunda, pero nos molesta un poco porque nos consideramos distintos y porque tenemos una política divergente". En este sentido, lo que más le ha llamado la atención es que las relaciones comerciales y culturales entre España y Canadá no se correspondan con los niveles que ocupan en el concierto internacional. "Somos el séptimo país industrializado del mundo, y España, el octavo; sin embargo, nuestros intercambios son mínimos". Dicho esto en un correctísimo español, de libro -pues esta es la primera vez que vive en un país de habla castellana-. Julie Loranger asegura que su objetivo quedaría cumplido si al agotar su mandato las relaciones mutuas se hubieran multiplicado y ambos países se conocieran mucho mejor.

Para empezar, anuncia con orgullo la llegada de la Orquesta Sinfónica de Montreal, que actuará en Madrid y Barcelona en otoño, y se felicita del programa firmado con universidades españolas en las que se va a impartir literatura canadiense. En el campo económico y militar, ve el horizonte pletórico de posibilidades. Cree que al ser Canadá pionera en comunicaciones por satélite, podría facilitar esta tecnología, y en cuanto a la colaboración militar, se congratula de tener a España como aliado en la OTAN, donde comparte con su país el uso y mantenimiento en Europa de los aviones F-18.

Archivado En