Tribuna:

Esquilo

El estado natural de la política es la coalición. Mejor dicho, la naturaleza de la política está en el arte de la formación y hundimiento de las coaliciones, en el juego de las alianzas, en la danza de los pactos. Se puede gobernar sin pactar, pero esa monotonía raras veces acaba bien, aunque inicialmente haya sido legitimada por el público. Con un solo actor no es posible jugar, y con dos protagonistas el juego resulta muy aburrido, sobre todo si no hay simetría rotativa. Únicamente cuando se llega a la triada puede afirmarse que la política recupera su estatuto natural. Y no sólo en la polít...

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El estado natural de la política es la coalición. Mejor dicho, la naturaleza de la política está en el arte de la formación y hundimiento de las coaliciones, en el juego de las alianzas, en la danza de los pactos. Se puede gobernar sin pactar, pero esa monotonía raras veces acaba bien, aunque inicialmente haya sido legitimada por el público. Con un solo actor no es posible jugar, y con dos protagonistas el juego resulta muy aburrido, sobre todo si no hay simetría rotativa. Únicamente cuando se llega a la triada puede afirmarse que la política recupera su estatuto natural. Y no sólo en la política, sino en la vida.Aristóteles nos recuerda la gran revolución de Esquilo. Hastiado del monopolio teatral del primer actor (para decirlo con exactitud, del hipócrita), el poeta de Eleusis elevó de uno a dos el número de actores. Al cabo de un tiempo, cuando los espectadores se habían acostumbrado al duopolio, introdujo en escena a un tercer actor, disminuyó la importancia del coro, de aquella docena de anónimos figurantes que ejercían de corifeos, y concedió esencial importancia al diálogo. O de otra manera, desde el momento en que en el escenario hay tres actores, por lo menos tres, surge naturalmente el diálogo. Lo otro es monólogo a una o dos voces.

Ha costado trabajo, pero los votos indican que ya empieza a regir aquí la aplazada revolución de Esquilo, al cabo de tanta hipocresía, primero, y de tanto monologuismo, después. En este decenio hemos elevado de uno a dos el número de actores (en eso consistió la transición), y ahora, por fin, estamos en la triada. Y lo esencial del juego a tres, como se sabe, es la formación de coaligiones, el establecimiento de esos pactos más o menos coyunturales (nunca consensuales) de dos contra uno, las alianzas de usar y tirar, la posibilidad del tertius gaudens, el astuto que obtiene ventajas con el conflicto de los otros dos miembros, y demás viejas maneras de complicar la monotonía de la acción, de echarle reflejos civiles a la muy sorda banda sonora y de colar en el escenario la incertidumbre.

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