BALONCESTO / GRECIA 87

España se aburrió ante una anticuada Rumanía

Jugar ante Rumania no sirvió para nada. Suele ser habitual Ni para ensayar algún sistema ni para alcanzar un resultado glorioso; ni para que Epi se aúpe en el liderato de anotadores; ni para que el equipo se engrase, ni para que, desde luego el espectador encuentre algo atrayente. Rumanía saca al parqué un juego anticuado y una ristra de veteranos con un poco de oficio. España terminó aburriéndose con ellos.Los rumanos hacen cosas inesperadas no por exceso de imaginación, sino porque emplean modos ya archivados que algunos entrenadores jóvenes no han llegado a estudiar en sus apuntes de...

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Jugar ante Rumania no sirvió para nada. Suele ser habitual Ni para ensayar algún sistema ni para alcanzar un resultado glorioso; ni para que Epi se aúpe en el liderato de anotadores; ni para que el equipo se engrase, ni para que, desde luego el espectador encuentre algo atrayente. Rumanía saca al parqué un juego anticuado y una ristra de veteranos con un poco de oficio. España terminó aburriéndose con ellos.Los rumanos hacen cosas inesperadas no por exceso de imaginación, sino porque emplean modos ya archivados que algunos entrenadores jóvenes no han llegado a estudiar en sus apuntes de texto. Eso les permite, en ocasiones, hacer lo contrario de lo que se espera y causar por ello algún despiste. Pero ese argumento no fue suficiente para decidir el encuentro de ayer. Debió suceder, simplemente, que los jugadores españoles terminaron aburriéndose de hacer las cosas mal. El partido, así, fue un desperdicio.

La primera parte, por tanto, fue lo más destacable, porque, entre algunas acciones iniciales de Jiménez, de Montero también, y la rapidez de Villacampa, España llegó al descanso con 51-70 a favor y posibilidades de ocasionar una auténtica demolición. Rumanía llevaba un ritmo de 40 personales (12 faltas en los 10 primeros minutos) y, de seguir este proceso, podría llegarse a la curiosa situación de ver a los rumanos acabar con menos de cinco jugadores. en cancha, ya que, encima, se trajeron dos menos de los 12 permitidos. Si Rumanía trataba de mantenerse tendría que dejar que España atacara con facilidad; el ritmo español era llegar a 140 tantos.

Pero nada de eso sucedió. Rumanía sólo hizo ocho faltas, dejó a España en -116 tantos (46 en la segunda parte) y hasta remontó para colocarse en 77-87 a falta de 12 minutos. Díaz Miguel en ese momento utilizó su servicio de urgencia -de nuevo el quinteto Solozábal, Epi, Margall, Jiménez, Romay-, que tampoco mejoró la situación y que operó en la cancha con cierta descoordinación (88-99) cinco minutos después. Rumania perdió efectivos y el final se hizo más amplio, pero igualmente aburrido.

España, por segunda vez, perdió concentración en los primeros minutos de la reanudación y no se sintió atraída por la fascinación de exterminar a un contrario. Parece un pecado venial que no se repetirá ante equipos de mayor fuste. España probó cosillas sin acierto, alguna ligera presión y la búsqueda de un dos contra uno con el rival en la banda. De esas acciones resultaron algunas figuras ridículas por fallos, por decisiones imprevistas del rival, por la fortuna que rodea en muchos momentos al bienintencionado jugador rumáno, que ejercita esa beatífica actitud de los deportistas del posestalinismo, para quienes el deporte es un trabajo físico.

Puestas así las cosas, el propio baloncesto europeo abre ante sí una fosa técnica, táctica, individual y hasta de recursos humanos, entre el juego de determinados países. Rumanía es uno de ellos, como Polonia, Bulgaria, Checoslovaquia -a pesar de su brillante pasado-, que hace pensar en si a la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA) no le interesaría establecer un tercer mundo propiamente dicho. Jugar contra Rumanía o sus coetáneos significa hacerlo por la mañana, con madrugón incluido, contra ese tipo de rivales que no merece la pena.

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