Vicente Girbau León

Un viejo antifranquista espera su retiro como embajador en Malta

"Empecé a escribir mis recuerdos, pero lo dejé, un poco por desidia; puede que vuelva a intentarlo". Merecería la pena. Vicente Girbau León, de 63 años, actual embajador de España en Malta, tiene mucho que contar. Sobre todo hasta la muerte de Franco, aunque no es un hombre de rencores. Incluso reconoce: "Yo, en la cárcel, donde compartí celda con Ramón Tamames, lo pasé muy bien".

En plena revuelta estudiantil, en 1956, y cuando el general estaba en plena forma, firmar manifiestos para pedir libertad suponía jugarse el tipo. Girbau los redactó. Y fue detenido, junto a Juan Benet y Luis ...

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"Empecé a escribir mis recuerdos, pero lo dejé, un poco por desidia; puede que vuelva a intentarlo". Merecería la pena. Vicente Girbau León, de 63 años, actual embajador de España en Malta, tiene mucho que contar. Sobre todo hasta la muerte de Franco, aunque no es un hombre de rencores. Incluso reconoce: "Yo, en la cárcel, donde compartí celda con Ramón Tamames, lo pasé muy bien".

En plena revuelta estudiantil, en 1956, y cuando el general estaba en plena forma, firmar manifiestos para pedir libertad suponía jugarse el tipo. Girbau los redactó. Y fue detenido, junto a Juan Benet y Luis Martín Santos. Su juicio fue sonado. Le defendió José María Gil Robles, en su primera actuación ante un tribunal desde la República, y utilizó un argumento difícilmente rebatible: no hay delito porque cuanto se dice en los manifiestos es cierto. El Tribunal de Orden Público fue relativamente benévolo: un año de cárcel. Cumplió nueve meses, y mientras Tamames pintaba, él leía. "No se pasaba mal en la cárcel", reconoce; "sobre todo cuando se iba de paso. Lo grave era pasarse allí media vida, como muchos antifranquistas".Y a la salida de Carabanchel, la suspensión de empleo y sueldo como diplomático. En 1958 fue expulsado de la carrera. Por un tiempo, en exilio mitad forzado, mitad elegido, vivió a salto de mata. "Cuando ocurrió lo del contubernio de Múnich", dice, "pensé que Franco ya no moriría nunca y que tenía que forjarme otra vida". Y fue funcionario de la FAO, trabajó en la OIT y en la OMS, vivió en Ginebra, París, Roma y Londres, conoció a Álvarez del Vayo, a Pablo de Azcárate, a Rafael Alberti, a Antonio Amat, y tuvo tiempo para reunir 100.000 pesetas e invertirlas en una aventura de difíciles horizontes: la editorial Ruedo Ibérico, que llegó a ser símbolo del antifranquismo. Pepe Martínez, Nicolás Sánchez Albornoz, Ramón Viladas y Elena Roma fueron sus compañeros en el empeño. "Yo logré", recuerda, con indisimulable satisfacción, "que Hugh Thomas cediera los derechos de su historia de la guerra civil española y también un acuerdo con Gerald Brenan sobre El laberinto español.

Militante socialista de muchos años, estaba retirado del trabajo activo en el PSOE; algo le hizo volver. La derrota de Llopis en el congreso de Suresnes y la elección como secretario general de un joven sevillano que atendía por Isidoro y que hoy vive en la Moncloa. "Los viejos soldados nunca mueren", asegura, aunque ahora está apartado del trajín político. Antes incluso de la ley de Amnistía, pero después de la muerte de Franco, en mayo de 1976, con el apoyo de José María de Areilza, entonces ministro de Asuntos Exteriores, reingresó en la carrera diplomática. Ahora, desde La Valetta, junto a su joven secretario de embajada, Javier Hergueta, intenta potenciar las relaciones hispano-maltesas, relee algunos de sus 5.000 libros y regresa al pasado de una isla en la que los españoles dejaron una huella profunda, visible en numerosos edúcios, como el albergue de Castilla, sede del Gobierno.

Vicente Girbau es un gran aficionado a la literatura epistolar. Son cartas dedicadas al recuerdo: a sus amigos los Baroja, al fallecido Pepe Martínez, a la tragedia de la guerra. "La historia hay que recordarla para que no se repita", dice.

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