Crítica:'UN, DOS, TRES'

El privilegio de concursar

Al Un, dos, tres los concursantes llevan regalos. Los que vienen de Murcia o de Badajoz le traen a Chicho (o a Mayra, que es su infalible moira) los mejores productos de esas tierras, porque han sido elegidos. Cuando empieza -empezó el concurso en su enésima entrega hace nueve días- todos vivimos un momento de privilegio. Los presentes en el plató, por el hecho de estar allí, abiertos a la mirada de millones y a los millones que se regalan sin miramiento; los videntes en casa, por ser testigos de una resurrección que, como las más santas, se repite cada año en medio del fervor....

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Al Un, dos, tres los concursantes llevan regalos. Los que vienen de Murcia o de Badajoz le traen a Chicho (o a Mayra, que es su infalible moira) los mejores productos de esas tierras, porque han sido elegidos. Cuando empieza -empezó el concurso en su enésima entrega hace nueve días- todos vivimos un momento de privilegio. Los presentes en el plató, por el hecho de estar allí, abiertos a la mirada de millones y a los millones que se regalan sin miramiento; los videntes en casa, por ser testigos de una resurrección que, como las más santas, se repite cada año en medio del fervor.Casi todo se ha dicho ya de este programa. Lo malo que se ha dicho -su estética kitsch, sus Hurtado, las piernas ¡mportadas de algunas secretarias- permanece y hasta se supera; signo de fortaleza. Y de lo bueno, que también es lo malo, nada que añadir. Un, dos, tres está por encima del bien y el mal; como el telediario o las cartas de ajuste, ha alcanzado el rango de lo necesario. Con decir que ahora vienen concursantes atípicos y extranjeros. La pareja de Barcelona que ha estado estos dos lunes, con poca suerte, era un símbolo de cómo lo moderno también claudica al encanto de Ibáñez Serrador: él, un apuesto relaciones públicas (yo diría que de una discoteca del Ensanche) con el pelo largo recogido en una coleta; ella, una hermosa modelo italiana, cuyas vacilaciones lingüísticas no deberían, en aras del espíritu europeísta, haberse penalizado.

Chicho, además, no engaña. Anteayer, por ejemplo. El programa se centraba en las brujas; bien es cierto que no salió a hablar don Julio Caro Baroja, nuestra mayor autoridad en hechicerías, sino sólo un experto con perilla de trasgo, pero luego presentaron con gran alarde a una bruja norteamericana. Muchos espectadores sin duda reconocieron en esta maga que hacía caer los focos del estudio con sus bellos ojos verdes a una modelo muy conocida, Catherine Bassetti; ¿era, pues, todo un truco? La Gómez Kemp, que habla un inglés muy potable, explicó al final que esa visita no constituía un acto sobrenatural, sino un número más de la parte cómica del programa. Parte, por cierto, que tuvo otro logro en la escena de las brujas de Macbeth.

Y Chicho es una estrella. Por mucho que se queje del cambio de día, ¿a quién que no sea él se le permitiría en ese ente tan reacio a las réplicas (y aún más a los replicantes) hacer lo que hizo anteanoche, quejarse de los cortes de su primer programa, detallarlos uno a uno y encima dar un trailer de cada número desaparecido? Lo dicho: este hombre es un agraciado, y su programa tiene bula. Así lo ha entendido, después de ' unas jornadas de extravío, la señora de Murcia que protestó por ciertas irregularidades el primer día. Aconseja da por un pariente que la quiere bien, la concursante despechada ha rectificado. Intervenir en Un, dos, tres es un acto de fe; no se trata de un concurso más, sino de una fraternidad espiritual que a través del medio une a dos Españas: la España devota del Seat Málaga y el apartamento en La Manga del Mar Menor, y la otra, la que se los lleva.

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