Las dos caras de Mister AK

J. C., Son las 15.30 del viernes 13 de marzo en un desierto Montecarlo. A 40 metros del famoso casino, en la Avenue de Grande Bretagne, números 3 y 5, bloque B y C, pasa el fin de semana Adnan Kashogui, Mister AK, el que hace apenas unos meses era considerado el hombre más rico del mundo.

El millonario AK ha enviado uno de sus 10 coches de lujo a recoger a los periodistas españoles en el hotel París, situado a dos minutos de agradable paseo de su casa, simplemente cruzando la Place du Casino. El portal del edificio Les Floralies, donde vive AK, es casi un bazar de confusión. No r...

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J. C., Son las 15.30 del viernes 13 de marzo en un desierto Montecarlo. A 40 metros del famoso casino, en la Avenue de Grande Bretagne, números 3 y 5, bloque B y C, pasa el fin de semana Adnan Kashogui, Mister AK, el que hace apenas unos meses era considerado el hombre más rico del mundo.

El millonario AK ha enviado uno de sus 10 coches de lujo a recoger a los periodistas españoles en el hotel París, situado a dos minutos de agradable paseo de su casa, simplemente cruzando la Place du Casino. El portal del edificio Les Floralies, donde vive AK, es casi un bazar de confusión. No resulta nada fácil subir hasta la planta novena, aunque uno vaya como invitado. Los hombres de AK, radioteléfono en mano, entran y salen nerviosos del edificio. El ascensor no se mueve aunque uno se aplique en apretar la tecla novena, porque el aparato no funciona a menos que sea reclamado desde arriba.

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La mansión de Mister AK en Les Floralies ocupa las tres espaciosas plantas superiores. ¿Cuántos metros cuadrados? Imposible saberlo. A la llegada del ascensor, el secretario personal de AK saluda a los visitantes y los conduce a un espacioso lounge. Ni la decoración ni el mobiliario son especialmente llamativos, obra, quizá, de El Corte Inglés de turno. Copias de impresionistas franceses y una litografía de Miró.

En torno a las cuatro de la tarde, reflejada en el enorme espejo que cubre toda una pared del salón, se ve avanzar la figura majestuosa de Mister AK. Es como un obispo seguido de un séquito de jóvenes libaneses y saudíes vestidos por Cortefiel, todos con su radioteléfono al cinto. Toda una sensación.

El magnate saluda afectuoso. Menos grueso de lo que dan a entender las fotografías, vistiendo un trajecito azul, un grueso cinto de cuero negro que cierra con una llamativa hebilla amarilla y una especie de horrendos botines cerrados por zapatos, al margen de cualquier misericordia estética.

Puesta en escena

Mister AK está de buen humor y, dueño de la escena, agarra al fotógrafo por el brazo y casi le arrastra a la enorme azotea de la planta novena. "Una, aquí, tenga cuidado que salga el casino y el mar al fondo; otra, apoyado en esta barandilla; vamos, póngase usted también; algunas más al borde de la piscina".

En un momento determinado, Mister AK considera que ya ha cumplido y dirige con resolución el aterrizaje de todo el cortejo en los tresillos del salón. Adnan Kashogui aparece relajado en este largo fin de semana en Montecarlo. El jueves estaba en Londres, y el domingo por la tarde sale en su DC-8, que el mismo domingo por la mañana llegará desde Los Ángeles, hacia Singapur.Por mucho que quiera desmentirlo, Mister AK se encuentra de repente fascinado por los misterios de la alta política. Oliver North, McFarlane, Ronald Reagan, Simón Peres, el ayatolah Jomeini..., todos son nombres familiares para él; algunos incluso le dan pena, como McFarlane, o cierto asco, como North. Kashogui pega la hebra con pasmosa facilidad y hace esfuerzos por llegar a su interlocutor hablando con la franqueza y sinceridad propias del dueño de un próspero negocio de ultramarinos y coloniales. Kashogui parece convencido de lo que dice.

Cuando van transcurridos 45 minutos de entrevista, Mister AK salta de su asiento v ordena al periodista que apague el magnetófono. "Tengo que salir un momento a una entrevista de negocios que tengo programada en mi barco, pero vuelvo enseguida; pónganse cómodos". Kashogui sale de estampida para, en helicóptero, dirigirse al Nabila, a la sazón anclado en el puerto Antibes. Su actual esposa, Lamia, una espléndida belleza italiana convertida al islamismo, está pasando el fin de semana en Cannes, la segunda casa del millonario en la Costa Azul.

El magnate ordena sobre la marcha al libanés que cuida de su casa de Montecarlo que obsequie a los españoles con todas sus apariciones recientes en la televisión americana en torno al Irangate. Kashogui insiste sobre todo en que veamos los trabajos de Barbra Walters, la famosa comentarista de la cadena CBS. Mister AK adora el trabajo de Barbra Walters.

Hasta que vuelve, los visitantes españoles, abandonados hasta del séquito libanés, tienen tiempo de curiosear. El impresionante directorio telefónico de la casa, con hasta 26 extensiones. En la planta octava, el área de servicios, cocina, lavandería, office. En la novena, salones, terraza, comedores. En la décima, la habitación del boss (sic), la habitación de la madame, el salón del boss, los baños, vestidores, peluquería y clínica. Y el estudio del boss.

La lista de teléfonos se hace extensiva a la flota de coches, todos matriculados en Ginebra. El Mercedes 600 del jefe, el Mercedes 600 del invitado, el Mercedes 500 de Mr. Shqueen, el Rolls Royce del jefe, el Mercedes 500 de Mr. Mohamed, el Mercedes 250 largue, el Mercedes 450 de miss Mabila, la limousine bleu, el CX de madame, el Mercedes 250 de madame y el Mercedes 600 court.

En un momento determinado, el silencio de la casa vacía es roto por carreras y risas de niño, el hijo de Kashogui y Lamía, y hay un revuelo de puertas e institutrices en busca del infante fugado y criadas orientales de cofia azul que piden disculpas.

Otro Kashoghi

Al fin vuelve Mister AK y es otro hombre. Los pelillos canos de su magra cabellera están revueltos, casi de punta. Los ojos, saltones. Se le nota nervioso, un punto irritable, y tiene prisa por despachar la entrevista. El encuentro del Nabila no le ha sentado bien. Ahora responde frío. Ahora es el tendero maleducado y soberbio que le está cantando la gallina a la clienta que quiere comprar de fiado.

Mister AK se palpa la barriga y mueve inquieto los brazos cuando aparecen las preguntas sobre su bancarrota financiera. Kashogui echa buena parte de la culpa de sus problemas a la existencia de unos medios de comunicación internacionales siempre dispuestos a airear sus problemas. Cuando uno se atreve a pasarle un teletipo de la agencia Reuter del mismo jueves 12 dando cuenta de un nuevo revés legal para sus intereses en el caso de su apartamento en la Quinta Avenida de Nueva York, Kashogui lo arroja al suelo con un gesto irritado: "Basura, todo es la misma basura. ¿Usted se cree realmente que yo estoy arruinado?".

Tras Singapur, el magnate proyecta pasar la Semana Santa en La Baraka, su impresionante finca de Marbella. En Madrid, en La Florida, espera un no menos impresionante chalet, obra de un conocido arquitecto italiano, aún sin terminar, donde el millonario ha enterrado cerca de 500 millones de pesetas. Y está su casa de Las Palmas (Monte León), en las islas Canarias. Fuera de España, el magnate posee residencias en París, Roma, El Cairo, Riad, Yedah y Beirut, además de las ya citadas de Cannes y Montecarlo. Todas con sus servidores, sus flotas de coches, sus criadas tallandesas. Y sus tres aviones privados. Y su Nabila. Si realmente Mister AK está arruinado, lo menos que uno puede sospechar es que lo disimula bastante bien.

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