Crítica:'CORAZÓN'

Cabeza sobre todo

En su recientemente traducido A y B, Giorgio Manganelli imagina un diálogo con Edmundo de Amicis. A, el autor, el interlocutor, llama a B, que en este caso representa al autor de Corazón, "degustador de proletarios", y el inventado Edmondo de Amicis responde así: "Un pobre es una mina inagotable de observaciones humanas, de ejercicios anímicos, de perfeccionamiento moral. Si no tienen pobres no saben lo que han perdido".Quizá el gusto paradójico de Manganelli sea un poco injusto con De Amicis el reformista, el buen samaritano, el socialista utópico, el guerrero republican...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

En su recientemente traducido A y B, Giorgio Manganelli imagina un diálogo con Edmundo de Amicis. A, el autor, el interlocutor, llama a B, que en este caso representa al autor de Corazón, "degustador de proletarios", y el inventado Edmondo de Amicis responde así: "Un pobre es una mina inagotable de observaciones humanas, de ejercicios anímicos, de perfeccionamiento moral. Si no tienen pobres no saben lo que han perdido".Quizá el gusto paradójico de Manganelli sea un poco injusto con De Amicis el reformista, el buen samaritano, el socialista utópico, el guerrero republicano. Pero viendo ahora la inteligente adaptación televisiva que ha hecho Luigi Comencini de este clásico de las infancias internacionales no hay más remedio que recordar cómo el llanto y los tintes miserabilistas y las espinas en el camino de perfección constituyen el fuerte de este libro que desde finales del siglo XIX los niños han leído más como una parte de las tareas de casa que como desahogo.

Para esta moderna coproducción ítalo-franco-española, que ha tenido también distribución cinematográfica en metraje más corto, Comencini, sabiamente, no ha querido enmascarar el sentimentalismo de la novela. Tampoco ha querido abrazar de lleno la causa del melodrama filial, género que él no desconoce, sin embargo, pues hace pocos años realizó una interesante película sobre un niño "con problemas" (Incomprendido).

El resultado de esta doble vía de asunción y distancia del material literario en que se basa la serie televisiva es una notablemente fría y sobria adaptación, un, digamos, trasplante de Corazón hecho con la cabeza.

Dispositivo dramático

Por supuesto que en este Corazón de la sobremesa hay niñines hambrientos y madres esforzadas, niños ricos de corbatín lustroso, maestros comprensivos, casi santos, padres de todos los pelajes, desde el extravagante y el rimbombante hasta el martirizador de su vástago; es decir, todo el repertorio sentimental del escritor sardo está bien respetado.Pero Luigi Comencini (trabajando con uno de los mejores guionistas europeos, como es Cecchi D'Amico, el que fue amigo y colaborador en tantas películas de Luchino Visconti y de otros grandes directores del cine italiano) en lugar de impostar la voz y parodiar o sabotear al gusto moderno la arcaica carga larmoyante del original, ha optado por introducir un dispositivo dramático que, discurriendo paralelamente a la acción, la alumbra y complementa, pero también la comenta desde una variación de los puntos de vista narrativos.

Se trata en realidad del viejo truco ferial del arte dentro del arte, aquí, en esta serie italiana, muy bien logrado en forma de las peliculitas que los niños ven en la escuela (¡qué escuela más consentidora de sus alumnos, por cierto!) y que sustituyen, con mucho refinamiento y no menos eficacia, a las famosas historietas intercaladas en el novelón de Edmondo de Amicis.

Gracias a la estilización zumbona de estas cintas realizadas por el propio director con los mejores tics de cine mudo, Comencini, un histórico de la comedia, nos deja ver entresijos de humor y malicia en el solemne edificio de la saga filantrópica y socializante que es el Corazón de Amicis.

Después de Falcon Crest, y con el intermedio de un breve bodrio también de producción italiana, este Corazón de Luigi Comencini puede decepcionar al hambriento televidente de una hora como las tres y media. Los adultos de la etopeya norteamericana hacen casi llorar de la emoción; estos niños de la profunda Italia nos empujan más a la sonrisa suave que a la nostalgia de los libros sagrados de otro tiempo.

Archivado En