Crítica:VISTO / OÍDO

De cómo la televisión destruye al cine

En una reseña previa a la emisión por TVE del formidable western de John Sturges Conspiración de silencio expresamos un temor fundado: que el formato en cinemascope fuera, una vez más, vulnerado y comprimido a las proporciones de la pequeña pantalla, destrozando así la lógica del encuadre y con ella la coordinación -vital en cine- del espacio y el tiempo del filme.El temor se cumplió. La emisión, el pasado sábado, de Conspiración de silencio fue un insulto al cine, un acto de hostilidad -con palabras suaves, indecente- a este fabuloso capítulo de la historia de la i...

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En una reseña previa a la emisión por TVE del formidable western de John Sturges Conspiración de silencio expresamos un temor fundado: que el formato en cinemascope fuera, una vez más, vulnerado y comprimido a las proporciones de la pequeña pantalla, destrozando así la lógica del encuadre y con ella la coordinación -vital en cine- del espacio y el tiempo del filme.El temor se cumplió. La emisión, el pasado sábado, de Conspiración de silencio fue un insulto al cine, un acto de hostilidad -con palabras suaves, indecente- a este fabuloso capítulo de la historia de la imaginación. La idea de horizontalidad que domina la composición de las secuencias de Conspiración de silencio, y que es una deducción inapelable de cómo hay que filmar esta historia, quedó literalmente barrida de la pantalla. Los quebraderos de cabeza de Sturges para crear una poética de la horizontalidad en su filme -que con Al este del edén, de Elia Kazan, fue el pionero del empleo riguroso del formato panorámico- los pulverizó la televisión de un sórdido plumazo: censuró horizontes y verticalizó, es decir, aniquiló una obra, maestra que antes que emitirse así debió omitirse.

La palabra es destrucción y no hay otra más benévola para tal fechoría estética. Un ejemplo: el filme cuenta el acoso de una banda de granjeros fascistas a un forastero, Spencer Tracy, que llega a su poblado en busca de un amigo japonés. Éste ha sido víctima de un linchamiento racista, que amenaza con repetirse contra el incómodo recién llegado, quien no ve otro medio de salir de la encerrona que convenciendo a uno de los racistas para que se pase a su lado.

Formato original

El elegido por Tracy es John Ericson, que interpreta al encargado del hotel del lugar. En una larga escena, clave del giro del filme hacia su desenlace, Tracy intenta convencer a Ericson para que abandone su actitud. En el formato original, Tracy, en el lado izquierdo de la pantalla, habla, y, en el lado derecho, Erieson escucha. A las palabras de Tracy responde Ericson con una mutación progresiva del gesto: la idea visual de que cede. En una sola toma, Sturges sintetiza el choque plano-contraplano. Pues bien, en TVE sólo se vio a Tracy hablar y no a Ericson escuchar. El plano-contraplano sintetizado se quedó sin contraplano, reducido a una caricatura mutilada.

Contamos hasta ¡ 17 mutilaciones! de esta innoble especie, entre ellas los cruciales enfrentamientos de Tracy con Ernst Borgnine y Robert Ryan. Y la precisión algebraica del engarce entre escenario y cadencia se degradó hasta convertirse en un vergonzoso muñón de arbitrariedades, a las que hay que añadir las no menos vergonzosas interrupciones publicitarias de la -sagrada, intocable- continuidad secuencial del filme.

Resultado: ni un solo español vio verdaderamente este filme ejemplar, cuya estúpida destrucción es obra de una televisión que, al emitirlo así, pisoteó al único grifo de audiencia seguro con que cuenta. Eso no es amar el cine: es aprovecharse burdamente de él, manipularlo sin otra coartada que la pereza intelectual y moral, la turbia comodidad que crea la impunidad.

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