Crítica:

A nadie le amarga un Giotto

De sus primeros contactos con el mundo del cine -y, concretamente, con el mundo y las películas de Luchino Visconti- recogió apuntes Franco Zeffirelli, florentino no por casualidad, sino por cultura. Así, su carrera oscila generalmente -con algunas canas al aire, como la lacrimógena Campeón- por los senderos de la referencia pictórica, teatral, operística... Cineasta de inconfundibles resabios viscontianos, jamás sus títulos tienen la elevada intención del maestro de Senso o El Gatopardo. Y si ya don Luchino fue duramente atacado, a partir de cierto momento de su filmograf...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

De sus primeros contactos con el mundo del cine -y, concretamente, con el mundo y las películas de Luchino Visconti- recogió apuntes Franco Zeffirelli, florentino no por casualidad, sino por cultura. Así, su carrera oscila generalmente -con algunas canas al aire, como la lacrimógena Campeón- por los senderos de la referencia pictórica, teatral, operística... Cineasta de inconfundibles resabios viscontianos, jamás sus títulos tienen la elevada intención del maestro de Senso o El Gatopardo. Y si ya don Luchino fue duramente atacado, a partir de cierto momento de su filmografía, por el exceso de esteticismo que brota de su obra magna, cómo no iba don Franco Zeffirelli a ser denostado fervorosamente si su realidad es, básicamente, la de la contemplación de bellas estampas casi medievales vacías de cualquier referente no estético. ¡Dioses, un Romeo y Julieta a mayor gloria del peinado de sus querubines! ¡Qué barbaridad!

Tratamiento adolescente

Pero como esto de los gustos, afortunadamente, no se perpetúa en la vida, cualquier día de éstos se descubrirá, en su posible reposición, que Romeo y Julieta no está tan mal, al fin y al cabo, y que dejarse llevar por las postales a veces tiene su gracia especial.

Hermano sol, hermana luna también va por ahí. Es una ilustración de la vida de san Francisco de Asís, pero no explora -ni parece ser hubiera intención alguna de hacerlo- el alma del personaje -en el sentido que lo exploraba la admirable Francesco, giugliare di Dio, de Rossellini-, sino que se revela una puesta al día del personaje, es decir, la adaptación del hombre histórico al presente más inmediato. ¿Qué salió del evento? Un hippy, ni más ni menos. Un haz el amor y no la guerra y ama a los pajaritos como si de tu propia carne se tratara. Un placer casi homosexual recrea y mima el cutis de su protagonista, objetivo al que ayuda una fotografía renacentista, relamida y, en el sentido más literal de la palabra, bella.

Ese dulce y adolescente tratamiento de la trama, no impide saborear a quien lo desee las bonitas estampas que Zeffirelli, de fondo, acompañando y ambientando, nos orquesta en sus películas. Un genuino marco pictórico -que, entre otros, mira preferentemente a Giotto- se degusta en continua armonía, sobrevuela sobre la psicología de los personajes, ya bastante deteriorada por ansias coyunturales, y da a la película un estilo.

Es el estilo de la desvirtuación histórica -el enemigo público número uno de Rossellini-, ese acto artificial que borra de un plumazo al papa Inocencio III para convertirlo en el hombre del traje blanco, es decir, en Alec Guinness. Es el problema de la escritura, que afecta al noventa y, nueve por ciento de las películas: estamos frente a algo llamado cine, no ante un manual de teología. Pero los riesgos de la traición, los gajes de la falsificación, a menudo se contemplan con mayor agrado que los libros de la verdad. Ustedes mismos.

Hermano sol, hermana luna se emite el viernes por TVE-2, a las 20.30.

Archivado En