Tribuna:

Cohabitar

Si los franceses tuvieran un diccionario de la lengua tan rico como el nuestro, temblarían a partir del domingo, cuando François Mitterrand empiece a practicar la famosa secuencia histórica de la cohabitación con uno de esos tres derechistas calvos que aspiran a sustituir al yuppie Fabius. Porque cohabitar aquí, en segunda acepción, es follar más o menos legalmente. María Moliner va más allá, y luego de advertir que el verbo significa "copularse el hombre y la mujer", abre un paréntesis verdaderamente perturbador, en el que el término remite a fornicar, abuso deshonesto, acceso carnal, ...

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Si los franceses tuvieran un diccionario de la lengua tan rico como el nuestro, temblarían a partir del domingo, cuando François Mitterrand empiece a practicar la famosa secuencia histórica de la cohabitación con uno de esos tres derechistas calvos que aspiran a sustituir al yuppie Fabius. Porque cohabitar aquí, en segunda acepción, es follar más o menos legalmente. María Moliner va más allá, y luego de advertir que el verbo significa "copularse el hombre y la mujer", abre un paréntesis verdaderamente perturbador, en el que el término remite a fornicar, abuso deshonesto, acceso carnal, acostarse con concubinato, estupro, yacer, yogar, íncubo y súcubo. De hecho, las mismas expresiones que se utilizan en las carteleras de esas películas marcadas con el infamante signo de la equis. Y por muy socialdemócrata que Mitterrand se haya vuelto en estos años, desde nuestra lengua suena a raro imaginarlo practicando tales posturas carnales con uno, de esos tres mosqueteros del neoliberalismo feroz.La geopolítica ha dado un vuelco. Estamos rodeados de cohabitantes contra natura. Limitamos al Oeste con el cohabitar reciente de Soares con los derechistas lusitanos; al Este, con el convivir en el mismo lecho de la tropa democristiana con Bettino Craxi, y al Norte, ya digo, con esa cópula ideológica anunciada para la próxima semana entre el Mitterrand y el D'Artagnan. El Sur somos nosotros, pero somos la excepción. Aquí, la regla política es el célebre convivir basado en la trifulca permanente. No sé si habrá que echarle la culpa a la raza, a la dieta, al calor o al diccionario, pero estamos demostrando a nuestros vecinos estos días que incluso ya nos queda estrecho el mito de las dos Españas. Ahora, el pánico a cohabitar no es cosa de dos, sino de tres. Acabo de ojear las interpretaciones de los resultados de la consulta trimembre y resulta que las tres Españas en lid se consideran triunfadoras por goleada. Ni siquiera aceptan la posibilidad conciliadora del triple empate, y a otro asunto. Tampoco hay que extrañarse de este horror nacional a cohabitar con el otro en primera o segunda acepción del diccionario. Sólo aquí joder es, sinónimo de fastidiar al prójimo.

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