Crítica:VISTO / OÍDO

Una quijotada

Es muy valiente Maurizio Scaparro proponiendo en la pequeña pantalla un gran teatro de espacios acotados, luces de escena y decorados obvios, que elude los acentos más épicos de la caballería y se concentra en la intimidad de una `aventura de cámara. El primer episodio de Don Quijote visto el martes en la segunda cadena ofrecía momentos de gran belleza y ya dejaba ver que hay actores de talla, desde los más jóvenes a los más conocidos como Barra y Micol, interpretando a los personajes de la novela, pero también dejó patente el fracaso parcial, la insatisfacción que produce en el ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Es muy valiente Maurizio Scaparro proponiendo en la pequeña pantalla un gran teatro de espacios acotados, luces de escena y decorados obvios, que elude los acentos más épicos de la caballería y se concentra en la intimidad de una `aventura de cámara. El primer episodio de Don Quijote visto el martes en la segunda cadena ofrecía momentos de gran belleza y ya dejaba ver que hay actores de talla, desde los más jóvenes a los más conocidos como Barra y Micol, interpretando a los personajes de la novela, pero también dejó patente el fracaso parcial, la insatisfacción que produce en el telespectador esta escenificación rodada de un libro cuya artificialidad genérica pide, creo yo, una estricta verosimilitud fílmica y no otro envoltorio inverosímil.Scaparro es un gran artífice teatral, de una escuela que elabora la simplicidad y le da calado ilusionista; catalanes y madrileños han podido ver su estupendo montaje, de engañosa sencillez, para el Cyrano de Flotats. Esta desnuda tensión formal reaparece en su Don Quijote televisivo, que es sólo parte de una triple aventura cervantina; Scaparro hizo en Roma un Don Quijote teatral, y al tiempo filmó otro cinematográfico y éste para televisión, en el que interviene económicamente TVE.

Pero los medios tienen leyes y un espacio propio, una habitación con mobiliario que no se deja cambiar fácilmente de sitio. Y lo que en la escena resulta llamativo, y hermoso, puede quedar, traspasado a la imagen en movimiento, rígido y artificioso. Es lo que sucede en algunas de las escenas del montaje de Scaparro, como sucedía en la adaptación cinematográfica que Peter Brook realizó de su espectáculo Carmen; lo que en la destartalada arena parisina o en el antiguo mercado barcelonés cobraba una rara realidad, hecha de lo que los superrealistas llamaban desrealización, en la pantalla se acartonaba hasta la ampulosidad.

Algunos logros

Scaparro, como Brook, no oculta el truco; subtitula la serie Fragmentos teatrales y no teme dejarnos ver en ocasiones la tramoya de los estudios romanos de Cinecittà:, donde se filmó Don Quijote. Consigue, gracias a esas insistencias en lo específicamente teatral, algunos logros: de ambiente, de luz, de recitado (y hay que decir que Rafael Azcona ha cuidado muy bien la adaptación castellana del guión que él mismo escribió con el director italiano). Yo citaría en el primer capítulo la solución plástica del famoso monólogo Dichosos tiempos; un fuego sobre el suelo, un círculo de rostros y una gran expresividad del actor le bastan a Scaparro para dar la justa nota elegiaca a su antihéroe.

[Entrevista con Scaparro en el suplemento En Cartel.]