Tribuna:

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Una reciente encuesta concluye que la mayoría de los españoles no cree en las encuestas. Me resisto a formar parte del pelotón de las minorías, pero esta vez no tengo más remedio que apartarme de la siempre sabia opinión de las mayorías. Aunque lo más verosímil es que se trate de una broma estadística. Una encuesta en la que se afirma que la gente no cree en las encuestas es, por lógica, una muy sospechosa encuesta.En cualquier caso, soy un fanático de los sondeos de opinión, me fascinan las estadísticas con decimales, estoy seducido por la magia de las grandes cifras. Mi mayor ilusión es ser ...

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Una reciente encuesta concluye que la mayoría de los españoles no cree en las encuestas. Me resisto a formar parte del pelotón de las minorías, pero esta vez no tengo más remedio que apartarme de la siempre sabia opinión de las mayorías. Aunque lo más verosímil es que se trate de una broma estadística. Una encuesta en la que se afirma que la gente no cree en las encuestas es, por lógica, una muy sospechosa encuesta.En cualquier caso, soy un fanático de los sondeos de opinión, me fascinan las estadísticas con decimales, estoy seducido por la magia de las grandes cifras. Mi mayor ilusión es ser abruptamente sondeado en la acera, a domicilio, por teléfono, en el supermercado, donde sea, por esa tropa de sociólogos dispuestos a arrancarme el sí, el no, el no sabe, el no contesta. En estos tiempos de titubeo permanente se agradece la enorme falta de pudor de esas encuestas sin rodeos que te ponen entre la espada de punta bic y la pared decimal. Prefiero mil veces ser entrevistado por riguroso muestreo al azar que por caprichosos y siempre discutibles méritos personales. Me siento más libre y sincero nadando entre las casillas de un test privado que guardando la ropa entre las preguntas abiertas y puntiagudas de esas entrevistas públicas que intentan desbocarte de las casillas.

Pero lo bueno de las encuestas electorales que nos rodean es que anulan la incertidumbre en la vida política. Y la incertidumbre está m uy bien para el cine, la bioquímica, el amor, la novela y las cotizaciones del dólar, pero es un aborrecible truco narrativo en la prosa administrativa. En política tiene que reinar la más virulenta redundancia porque el aburrimiento sistemático es la mejor garantía para la sociedad civil. La prueba es que en los países civilizados, donde todo cristo cree en los sondeos, las contiendas electorales siempre se resuelven por la lógica del 50%, el juego del fifty-fifty, el arte del duopollo y el dúplex político. Estas abismales diferencias tercermundistas que se observan en las últimas encuestas españolas entre la izquierda y la derecha se deben, sencillamente, a que nuestros conservadores, los muy paleolíticos, todavía descreen de las encuestas.

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