Tribuna:

Europeos

La construcción de un "espacio cultural europeo" o Europa en busca de su identidad. Ya se ve que el rescate de tesoros, el logro del corazón pulimentado en que reflejarse como un uno, constituye una larga pretensión de la decadencia. Muy probablemente, el saber científico desdeñaría esta tendencia hacia lo idéntico como un simulacro del fin de la Historia. Con la Historia concluida, tal como en el estuche europeo parece contemplarse, la insignia se localiza en la raíz. Quizá también en un espectro que tras planear y copular en la ampulosa alcoba de cada siglo, sembró los mismos huevos a lo anc...

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La construcción de un "espacio cultural europeo" o Europa en busca de su identidad. Ya se ve que el rescate de tesoros, el logro del corazón pulimentado en que reflejarse como un uno, constituye una larga pretensión de la decadencia. Muy probablemente, el saber científico desdeñaría esta tendencia hacia lo idéntico como un simulacro del fin de la Historia. Con la Historia concluida, tal como en el estuche europeo parece contemplarse, la insignia se localiza en la raíz. Quizá también en un espectro que tras planear y copular en la ampulosa alcoba de cada siglo, sembró los mismos huevos a lo ancho del continente.Ser europeo. Lo que hasta hace poco no representaba otra cosa que un domicilio, comienza a convertirse en una parroquia con sermón. No basta ser europeo, hay que sentir la europeidad. ¿O es que le gustaría que le confundieran desde un punto de vista político, intelectual o estético con un norteamericano?

La idea de unos Estados Unidos de Europa llevada a la geografía del alma es la última respuesta especular de un continente que busca ocuparse otra vez en algo grande. Nadie puede precisar de qué modo ha de plantearse la expedición hacia la identidad, pero no importa. Sobra con proveerse de bártulos oratorios, una gran pasión y la quinina. Lo decisivo es la reacción a lo norteamericano.

¿Y qué es lo norteamericano? Justo la no identidad. El fantasma de una velocidad que va borrando las marcas desde un territorio sin emblema. Mal asunto pues remover las armaduras para hacer un frente que no encontrará nunca el lugar de la frontera. A diferencia de esa idea que dominó a la ciencia hasta hace un siglo, el mundo no ha acabado. Tampoco, por antiquísima que sea, la historia de Europa está concluida y su tesoro enterrado. No existe el fin de la Historia, sino fines de historias. La identidad, sea, lo que sea, no se emplaza en una quietud -pila bautismal donde la grey unida se moja-, sino en la acción de nuevos problemas y en la proliferación de historias nuevas. Historias nuevas en las que ni la odiosa molécula norteamericana será aislable en el general amorío.

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