Crítica:El cine en la pequeña pantalla

Del corazón del cinéfilo para los cinéfilos

Que Truffaut fue siempre un cinéfilo empedernido está más claro que el agua. Pero con La noche americana abusó de su condición pública con una película que es solamente un enorme guiño al aficionado. Hay, sin embargo, en ese guiño, en ese abuso, una sinceridad apabullante en la exposición y una sensibilidad, la eterna sensibilidad del cineasta, a flor de piel.La noche americana es la historia del rodaje de una película. Sólo eso. Pero cuánta complejidad en él, qué gama tan variada de sentimientos desatados, de personajes, aunque ciertamente arquetípicos, creíbles. Vividos.
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Que Truffaut fue siempre un cinéfilo empedernido está más claro que el agua. Pero con La noche americana abusó de su condición pública con una película que es solamente un enorme guiño al aficionado. Hay, sin embargo, en ese guiño, en ese abuso, una sinceridad apabullante en la exposición y una sensibilidad, la eterna sensibilidad del cineasta, a flor de piel.La noche americana es la historia del rodaje de una película. Sólo eso. Pero cuánta complejidad en él, qué gama tan variada de sentimientos desatados, de personajes, aunque ciertamente arquetípicos, creíbles. Vividos.

A guisa de ejemplo, el propio Truffaut, un sordo -¿de Calanda?- entrañable, realizador que, como el doctor Gannon, conoce todas las fibras sensibles de su equipo y, con grandes dotes de psicología, desface entuertos y levanta la moral en momentos difíciles. O como Valentina Cortese -la actriz vieja, el resto del naufragio-, acabando como acaban siempre esas actrices, como acabó Gloria Grahame. O como Jacqueline Bisset, la actriz nueva, el relevo la estrella del momento. Bisset, su rostro, escapa de la ficción, y La noche americana rompe así sus barreras para abrirse a la realidad.

La noche americana se emite hoy a las 22

30 horas por TVE-1.

Cierto es que algunas escenas como aquel sueño de Truffaut donde roba -bueno, robar no es exactamente eso: Truffaut alimenta su afición, como hemos hecho todos en algún momento de nuestra locura perenne por el cine- los carteles de Ciudadano Kane, son excesos peligrosos fruto de un hombre que, sabiendo tan bien medir el pulso de sus criaturas, no conoce los límites que separan la brillantez del ridículo: una Rue Jean Vigo es otro ejemplo de la extralimitación en su convocatoria de cinéfilos.

Pero todo eso se le perdona a Truffaut ante la emoción que desprenden sus imágenes apasionadas y su romántico homenaje al cine. La película ganó un oscar con toda la lógica del mundo: Truffaut toca con su cámara el rincón más vulnerable del espectador, y éste se rinde sin condiciones a cuanto se le ofrece, que es emoción y tacto con algo de nostalgia y honestidad total. El prestidigitador nos enseña sus trucos.

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