Crítica:VISTO / OÍDO

Un baile que no cesa

¿Hay historias imperecederas? Las hay, lo sabemos, desde que Homero, Shakespeare o Cervantes las contaron, pero es más extraño que pervivan si el relato se ha hecho en este siglo, o hace apenas 30 años. Ése, sin embar go, parece ser el feliz sino de la comedia El baile, de Neville, que después de su brillante estreno en 1952 mereció una secuela teatral, una adaptación cinematográfica dirigida por el propio autor y el insólito espectáculo de cuatro adaptaciones televisivas La última, dirigida por Mara Recatero (quien ha hecho también la adaptación, basándose en El baile y en su se...

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¿Hay historias imperecederas? Las hay, lo sabemos, desde que Homero, Shakespeare o Cervantes las contaron, pero es más extraño que pervivan si el relato se ha hecho en este siglo, o hace apenas 30 años. Ése, sin embar go, parece ser el feliz sino de la comedia El baile, de Neville, que después de su brillante estreno en 1952 mereció una secuela teatral, una adaptación cinematográfica dirigida por el propio autor y el insólito espectáculo de cuatro adaptaciones televisivas La última, dirigida por Mara Recatero (quien ha hecho también la adaptación, basándose en El baile y en su segunda parte, Adelita, obra de menor fortuna), viene emitiéndose desde hace tres semanas, los lunes, por TVE-1, y es la que motiva estas líneas.. No es ésta la ocasión para tra zar un perfil literario de esa figu ra escurridiza y cargada de talento que fue el conde de Berlanga del Duero, ocultador tras su exótico nombre de Edgar Neville de un aguerrido casticismo madrileño. Como cineasta, recientes revisiones y estudios lo han situado indiscutiblemente como uno de los dos mejores y más versátiles directores de la posguerra; releer su obra literaria -y me refiero, más que a su teatro, a sus poemas de última hora, a su novela Don Clorato de Potasa y a los cuentos anteriores y posteriores a la guerra- también depararía a mucho incrédulo sorpresas agradables. Por ejemplo, la de encontrar a un autor más incisivo y menos azucarado de lo que El baile hace exponer.

Teatralmente, Neville fue por naturaleza un autor de alta comedia (a lo Noel Coward) frustrado en parte por el medio. "La alta comedia" escribía en 1946, "necesita de una clase media muy varia y muy pintoresca para que el público acepte que les puede ocurrir las aventuras extremas que forman generalmente el nudo de los mejores argumentos, pues el público ha de creer que lo que está viendo es la realidad más que la ficción, y aquí hay muchísimas aventuras que se sabe que, pase lo que pase, no ocurren en nuestra limitada burguesía". El profundo escalón que Neville veía entonces "entre las clases elevadas y el pueblo llano" fue nivelándose en la década siguiente, y mientras en cine él proseguía cultivando el género que le pareció siempre más intrínsecamente español, el sainete, tuvieron éxito en la escena comedias sofisticadas como La vida en un hilo o Veinte añitos.

El baile es un híbrido hábil, y de ahí su permanente impacto. El atrevimiento inicial de plantear un estilizado menage á trois está atemperado por los golpes de efecto sentimental y el cariz lloriqueante que la obra adopta definitivamente a mitad del segundo acto, cuando los dos cascarrabias se unen en el dolor de saber a su amada condenada a muerte. La versión de Mara Recatero, que retoma literalmente la mayor parte del chispeante pero a veces ñoño texto de Neville, cuenta con una gran baza: la elección de Marisa Paredes para el doble papel de Adela y Adelita. Aunque la realizadora no ha sido capaz -¿maldición indeleble de la casa?- de eliminar del todo ese cante de los decorados y el acartonamiento que tienen los dramáticos producidos en Prado del Rey, sí se ha mostrado muy sabia potenciando, frente a la interpretación más convencional de Juanjo Menéndez y Fernando Delgado, una lectura irónica, ambigua, de la figura femenina, que la Paredes ha entendido a la perfección y ha sabido transformar en un personaje más rico e inquietante de lo que el propio texto sugiere.