Crítica:

Enmascarar la miseria

Si hace dos o tres de semanas La clave recurría a Nosotros, los niños prodigio para hablar de Alemania, ahora se ha buscado otra película de montaje, en este caso Hermano, préstame diez centavos, de Phillip de Mora, para hacerlo del. paro. Todo lo que en la película alemana era falta de sutileza es aquí ingenio. Sin ser una obra maestra en la especialidad de manipular las imágenes rodadas por otros, la de Phillip de Mora es un excelente trabajo, fundado casi siempre en el recurso del contraste. De las imágenes documentales se pasa a las sacadas de filmes hollywoodenses, se...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Si hace dos o tres de semanas La clave recurría a Nosotros, los niños prodigio para hablar de Alemania, ahora se ha buscado otra película de montaje, en este caso Hermano, préstame diez centavos, de Phillip de Mora, para hacerlo del. paro. Todo lo que en la película alemana era falta de sutileza es aquí ingenio. Sin ser una obra maestra en la especialidad de manipular las imágenes rodadas por otros, la de Phillip de Mora es un excelente trabajo, fundado casi siempre en el recurso del contraste. De las imágenes documentales se pasa a las sacadas de filmes hollywoodenses, se busca la realidad de la miseria y el paro tanto en lo que se muestra como en lo que se oculta.Cintas tan duras como Las uvas de la ira no eran norma y sólo pudieron rodarse cuando el new deal ya había dado sus primeros frutos y la realidad descrita -que no dejaba de estar endulzada- empezaba a ser felizmente superada.

Hermano, préstame diez centavos busca en el archivo de imágenes de ficción material que documente sobre lo que significa vivir en el paro. El moralismo, los finales felices, los premios a la constancia, la virtud siempre recompensada abundan en el cine social de la época. Pero, a pesar del optimismo desaforado de los argumentos, la realidad estaba ahí, en lo que captaba la cámara, incluso en los propios decorados de los platós. Vistas 30 o 40 años después las películas resultan ingenuas y no es imposible rastrear en ellas, como en las comedias españolas de los años cuarenta, un subconsciente obsesionado por el hambre, por el dinero, por la inseguridad y el hundimiento del mito, del triunfo.

El último Woody Allen, que sitúa su acción precisamente en los años inmediatos al crack de 1929, nos habla de la necesidad de evasión que sentían los espectadores. Es la otra cara de la moneda. Si De Mora culpabiliza a la industria por su escapismo y su afición a enmascarar los desastres cotidianos, Allen cree que se trataba de una necesidad del público, que los teléfonos blancos son una exigencia de unos espectadores que durante tres horas querían olvidarse del marido borracho, la esposa quejica, el frío, la falta de comida y el fracaso.

Hermano, préstame diez centavos se emite hoy, dentro del programa La clave, a partir de las siete y media de la tarde.

Archivado En