Un hombre de natural tranquilo

MadridLa mayor sorpresa que se podría llevar el mundo del toro sobre Rafael de Paula, aparte de que corte oreja y salga a hombros por la puerta grande, es verle implicado en un asunto delictivo o aunque fuera simplemente violento. Porque Rafael de Paula -Rafael Soto en el carné de identidad- es un hombre tranquilo, amable, "buena gente", que dicen los taurinos.

Por nada quisiera verse mezclado en una discusión, menos aún si es acalorada, y prefiere filosofar desmenuzando las enseñanzas que ha recibido en la escuela de la vida. Gitano de nacímiento y de evidencia, su origen es humild...

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MadridLa mayor sorpresa que se podría llevar el mundo del toro sobre Rafael de Paula, aparte de que corte oreja y salga a hombros por la puerta grande, es verle implicado en un asunto delictivo o aunque fuera simplemente violento. Porque Rafael de Paula -Rafael Soto en el carné de identidad- es un hombre tranquilo, amable, "buena gente", que dicen los taurinos.

Por nada quisiera verse mezclado en una discusión, menos aún si es acalorada, y prefiere filosofar desmenuzando las enseñanzas que ha recibido en la escuela de la vida. Gitano de nacímiento y de evidencia, su origen es humilde, lo cual no impide que posea una clase singular y se le adivine una curiosa elegancia espiritual.

Los intelectuales que se han acercado al torero atraídos por la pinturería de su estampa, la morbosidad literaria de sus sórdidos espantos en el ruedo y el indefinible arte con que ejecuta las suertes se han sentido impresionados por aquellas categorías de carácter, muy acentuadas y raras en quien, como Paula, apenas ha tenido formación.

José Bergamín advirtió en su toreo una sutil música callada, que explicó en libro, y se honraba con su amistad. Las numerosas conversaciones de Bergamín y Paula fueron mutuamente enriquecedoras y aquél pudo conocer mejor el elocuente pragmatismo del pueblo llano, tanto como éste interpretarse a sí mismo y reconocer cuanto de creación y arte alcanza a tener lo que sólo creía intuitivo ejercicio de un oficio arriesgado.

Bondadoso en el trato, callado, hasta introvertido -y, en la excepción, sentencioso-, Rafael de Paula hace solemnidad de su parsimonia. Esta parsimonia se acentúa cuando se viste de luces (ritualiza el proceso), y desde que se enfunda la taleguilla hasta que dobla el capote de paseo para salir de la habitación, camino de la plaza, el tiempo no tiene límite.

Marina, su mujer, es alta, guapa dentro de los cánones de la belleza que exalta la gente del bronce, y exterioriza un temperamento más vivo que el del torero.

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Ahora ha trascendido que entre ambos podría haber problemas, y quizá hayan sido tan fuertes como para desvelar una personalidad desconocida o conmover en lo profundo el carácter de un hombre tranquilo que, para el mundillo profesional donde se desenvuelve, tanto es artista insólito como buena persona.

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