Reportaje:

Paquirri, cuatro meses después

La sombra del torero muerto planea sobre Barbate, su pueblo natal

A los cuatro meses de la muerte de Paquirri, el padre del matador-mártir sigue de matarife en el matadero municipal. Esto es un trabalenguas entre paredes de cal viva y rejas verde loro. En Barbate no coagula la sangre.El hermano torero, el Riverita, aún se echa al ruedo de su propiedad -ruedo portátil- con el socio que le acompaña por los pueblos. Antonio, el otro hermano que le servía de chófer, se ha puesto al volante de sus propios negocios. Algún millón de la herencia está ya al caer. La Tere, la hermana que tanto le adoraba, cría en casa a un hijo de 10 años que será torero. Tía Lucrecia...

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A los cuatro meses de la muerte de Paquirri, el padre del matador-mártir sigue de matarife en el matadero municipal. Esto es un trabalenguas entre paredes de cal viva y rejas verde loro. En Barbate no coagula la sangre.El hermano torero, el Riverita, aún se echa al ruedo de su propiedad -ruedo portátil- con el socio que le acompaña por los pueblos. Antonio, el otro hermano que le servía de chófer, se ha puesto al volante de sus propios negocios. Algún millón de la herencia está ya al caer. La Tere, la hermana que tanto le adoraba, cría en casa a un hijo de 10 años que será torero. Tía Lucrecia es la sombra de luto de la familia. Llora en un rincón y habrá de freír churros como siempre hizo en Zahara de los Atunes. Churros de la tía del diestro para los turistas alemanes Su nombre no salió en el testamento, aunque era madrina del torero.

Los demás hacen lo que pueden Y no es mucho. El mozo de espadas, Macareno, espera que la Pantoja suelte lo que el maestro le prometió tantas veces en vida: ayuda para montarse una ferretería. Hay que irse del toro, de momento al menos. Si no hay ayuda, Macareno volverá a lo de antes. A vender pescado en la plaza de Barbate. "De madrugada me despierto muchas noches. Noto que él me agarra de las manos, como me agarró en la ambulancia. Pero nunca nombró a la muerte. Esa palabra no la pronunció. Me miraba a los ojos cada vez con menos fuerza. Dijo: 'Aire, me falta el aire'". Macareno tiembla de horror y de impotencia al revivir muchas noches aquellas pesadillas. De los cinco de la cuadrilla, uno, se retiró. El resto pudieron colocarse y por ahí andan.

A las ocho de la mañana ya está Antonio Rivera, el padre de Paquirri, con el cuchillo en alto. Lo suyo es la puntilla. Y la hunde bien. Meten al becerro -unos días son becerros, otros cochinos- en el matadero. El becerro añojo. Lo sujetan con la soga que los hombres aguantan apretados a la pared. Esta soga pasa por unos orificios y el bicho ni siquiera ve quién lo sujeta. Entonces es cuando Rivera, el padre de Paquirri, asesta el golpe. Y se carga así a siete u ocho cada día. Depende de los días. De una vez o con varios intentos. Pero todos caen, porque para algo son 37 años de práctica los que tiene en el matadero.

Luego pesa al animal por partes, sin soltar el cuchillo, una vez que la sangre se fue metiendo por los sumideros, entre escobazos ' de la única mujer que trabaja en este lugar. La voz de Rivera es la de un chaval joven. No es la de un tipo de 65 años. Le sale fuerte: "¡Eh, apunta! Cuarto delantero, 79 kilos".

Rivera sale de allí. Se ajusta el pañuelito del cuello. Se estira la camisa negra muy ceñida. Se mira las botas camperas. Aparta a un perro llamándole maricón. Y todavía puede llevar el cuchillo ensangrentado en la mano. En la mano izquierda le faltan dos dedos. Una granada se los quitó de cuajo en la guerra civil. Por lo que hace, y como lo hace, su nómina al mes es de 56.000 pesetas netas.

Memoria de los azulejos

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Cuando entra el veterinario hay que hacerle rajas a toda la matanza para que el veterinario vea, en cada raja, lo sano que estaba el bicho. Y aquellos azulejos, las rajas en la carne inerte, la sangre que aún gotea, traen a la memoria los azulejos, las rajas, la sangre de la enfermería de Pozoblanco.Pero Rivera, el padre de Paquirri, no quiere hablar de eso. No entra en ningún bar donde esté la foto del hijo. No puede. Es algo que no puede resistir. Al bar de El Botero, en la carretera que lleva a Zahara de los Atunes, el pueblo donde nació Paquirri, sí que entra Antonio Rivera. Algunas veces incluso llega montado a caballo: "Y al pasar por ahí aún hay chavales que me confunden con mi hijo. Y me dicen que les monte, que les suba al caballo. '¡Vamos, Paquirri, súbenos!', me dicen".

¿Y qué hace él? Él mete la espuela. Arrea. Y baja en este bar. Y nadie le habla de Paquirri. Nadie. Hablan de tías, del vídeo que les pone el de El Botero por la noche.

La muerte doble

Pero debajo de esas bromas Rivera está muerto. Sus amigos lo dicen: "La muerte del hijo lo ha acabado". Se nota. "Ya no he vuelto a pisar la finca La Cantora. No quiero ir. Cuando sea de mis nietos iré. Yo la compré con él. Y yo a La Cantora no voy. Para mí él todavía anda por ahí. Creo que lo voy a ver, y miro la puerta y digo: '¿No entrará ahora?-. Y la cosa es repentina. El ojo se enciende húmedo. Y la voz se quiebra. Entonces Rivera se va. Se va escapado al re trete. Todos se miran como diciendo: "Qué jodido anda", "esto no lo aguantará".Y al rato vuelve. El bar está en silencio. Se han oído los sollozos desde el retrete.

Uno del Ayuntamiento, un concejal, le ha pedido que para distraerse se haga del PSOE. Y él dice que no se hace de nada. Otro le dice que ahora ya no necesitará trabajar en el matadero. Que se jubile. Y él dice que la herencia es de los Rivera: "De eso es de lo único que estoy contento. Es nuestra, la herencia. Lo hizo bien. No sabía lo que iba a pasar. Pero lo hizo bien. Que digan lo que digan los abogados, que la herencia es nuestra. De unos Rivera más que de otros.

Pero sólo nuestra. ¿Cómo voy a estar yo contra mis nietos? Lo mío, lo que me toca, es de ellos, jodé. Aunque la verdad es que todo lo debía haber dejado a sus hijos. Ni mujer ni ná. A los hijos y ya está. Los demás que se la busquen. Hermanos y todos. Pero era mucho corazón, él era mucho corazón".

Aquel día, parece ayer, 26 de septiembre, esperaba Rivera que le telefoneara su hijo Antonio, el que hacía de chófer. Siempre telefoneaba para decir: "Todo bien". Y llamó y no dijo eso: "¡Vente pa Córdoba que a Paco le ha cogido el toro!'. Lo había cogido tantas veces. Pero dijo que esta vez era gorda, la corná en la vena. Le había perdido el respeto al toro, tenía el pundonor. Para llegar a la historia los toreros tienen que morir en el momento preciso. Antonio Bienvenida no murió en el momento preciso. El momento de la fama: como Joselito. Como Manolete".

Reencarnar el mito

Queda el nieto. Es muy arriesgado, pero siempre queda esa posibilidad de reencarnar el mito: "El hijo de la Tere. Se llama Antonio. Diez años. Pero es igual. Igual que Paquirri. Hago como con Paquirri. Le enseño a montar a caballo. En moto. Le enseño lo del toro. Y él dice que será tan grande como Paquirri y que no va a pagar la culpa él por lo que le pasó a Paquirri. Mi hija Tere tiene dos cojones así, ella también toreaba, vaya tía".El dueño del bar y el amigo Miguel Reyes le dan la razón. Que sí, hombre. Que hay que tener pundonor y un par de cojones, que de hombre a hombre no hay ni un paso.

Al alcalde, Serafin Núñez, le llovieron ofertas para el monumento. Santiago de Santiago le envió incluso fotos de lo que podía ser la escultura, con columnas y todo. Por siete millones de pesetas. Pero el Ayuntamiento abrirá concurso y pondrá 3.500 metros cuadrados y más de 20 millones en la obra inmortal. Un año, y dentro de un año Paquirri estará granítico en una plaza de Barbate. "Y esto será bueno para el turismo", afirma el alcalde, sabedor de que no todo el pueblo estará de acuerdo, porque Paquirri no fue un benefactor del pueblo: por acuerdo municipal, una escuela que llevaba su nombre lo cambió por el de Cervantes.

Poesías que alaban al torero muerto y rumores que lo azotan como el vendaval seguirán produciéndose en su pueblo. Con lo primero -la rima- el alcalde editará un libro; con lo segundo se llenan páginas de las revistas. "La Pantoja arrendó la finca para una cacería por 750.000 p9setas sin autorización de los albaceas, y a La Cantora fueron a matar perdices las familias vinícolas de Jerez". "Esa finca es un picadero de altos vuelos, siempre ha sido así". "Sin Paquirri, la finca irá para abajo, porque él invertía y ahora no será igual". El pueblo habla y habla.

Lucrecia Pérez Núñez (hermana de Agustina, la madre de Paquirri, ya fallecida) tiene 53 años. No quiere ver el vídeo de la cogida. Ni oír esa cinta que han grabado: "El otro día pusieron la cinta en el autobús de línea y yo le dije al chófer que la quitara y él no la quitó, y yo me saqué el zapato del pie y me harté de darle golpes".

Golpes y llanto en un rincón de su casa hasta que llegue el verano y el turismo y los churros: "Claro que tendré que ponerme a hacer churros, como siempre. Desde hace siete años hago churros allí. No me ha dejado un duro. Ni me importa. Su muerte nos ha matado a todos". Ella trajo a pie a Paquirri desde Zahara de los Atunes hasta Barbate para el bautizo. Y ella, la Lucrecia, lo vio hace cuatro meses en la caja. "La caja no la pusieron en ninguna cama. Eso lo inventó la Prensa. La caja la trajeron al piso de Sevilla y la dejaron en el suelo. Una barbaridad, ya ve. La Pantoja hacía eso que hace, entraba y salía en el velatorio y decía: '¡Mi vida se va contigo, amor mío!. Y ya está. Pasaron 47 horas y no lo enterraban. Y de pronto se descompuso: se le abrían los ojos y la boca, y las manos se le iban para arriba, de la hinchazón del vientre. Ya no parecía dormido. Cuando lo dije y le pusieron tapadera, aún se veía por el cristal algo horroroso: le salió sangre por la nariz, aún le quedaba sangre a Paquirri".

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