Crítica:VISTO / OÍDO

Nadar

El comienzo olímpico ha sido acuático. Una piscina con nombre de hamburguesa ha albergado las primeras pruebas y, sobre todo, las primeras ceremonias de entrega de medallas. Desmedido afán éste de agasajar al ganador, práctica que cuadra muy bien con el american way of fife, o dicho más crudamente y a la antigua, con el más puro capitalismo de lucha por la vida que rige los destinos económicos y políticos del país anfitrión. Importa ganar, que participar puede hacerlo cualquiera.Así, las retransmisiones nocturnas de las pruebas de natación apenas si han sido unos cuantos chapuzones entr...

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El comienzo olímpico ha sido acuático. Una piscina con nombre de hamburguesa ha albergado las primeras pruebas y, sobre todo, las primeras ceremonias de entrega de medallas. Desmedido afán éste de agasajar al ganador, práctica que cuadra muy bien con el american way of fife, o dicho más crudamente y a la antigua, con el más puro capitalismo de lucha por la vida que rige los destinos económicos y políticos del país anfitrión. Importa ganar, que participar puede hacerlo cualquiera.Así, las retransmisiones nocturnas de las pruebas de natación apenas si han sido unos cuantos chapuzones entre fanfarrías y durísimas competiciones, éstas sí, consistentes en contabilizar quién de los ganadores estadounidenses -y sobre todo las ganadoras- lograban mostrar más emoción, si ello fuera posible, que su antecesor en el podio. Más de 15 minutos de reloj dedicaron los organizadores a cada acto protocolario de imposición de metales. Si tenemos en cuenta que estos atletas piscícolas logran cada vez que se tiran a la pileta rebajar en algunas centésimas los tiempos realizados por sus antecesores, nos enfrentamos a la incongruencia de que Gross tardara 50 segundos en lograr en el agua lo que después exigía 20 minutos para su justo precio. Para justificar el alarde -y el consiguiente vacío de imágenes- ha habido que aguantar mil y un enfoques del público o de la charanga californiana atacando con buen tino marchas y equivalentes musicales de nuestro racial pasacalles.

Porque la verdad es que la natación es poco agradecida en televisión. Las pruebas, por supuesto, han estado bien realizadas, con una sobriedad casi espartana, a no ser por la abundancia de tonos pasteles que prodigan los norteamericanos en decorados y escenografías. Muy ajustada, además, la rotulación con los datos de los participantes, que poco a poco nos iban informando del nombre de aquellos adefesios que desfilaban desde el vestuario hasta la pileta luchando enconadamente cada uno de ellos por aparecer ante cámaras y, público más fachoso que su contrincante, con faldas de horribles camisetas superpuestas a horrorosos bañadores, con unos gorros luminosos que daba angustia verlos y con la chaqueta, del chándal tirada sobre un hombro. Las retransmisiones han permitido, también, caseras apuestas sobre si el representante hondureño puede ahogarse en la travesía o si el locutor español puede equivocarse de nuevo y repetir impertérrito que el nadador de la calle ocho representa a Guadalajara, y no a Guatemala, en una superrealista transcripción geográfica de las letras GUA.

En cualquier caso, la natación da poco de sí. Es un deporte extraño donde lo más importante no es sólo ajustarse a las clásicas fórmulas del más rápido, más lejos, s alto, sino que en la propia competición se contempla el hacerlo distinto en una reglamentación sorprendente de la forma. En el fondo, hacer pruebas de 100 metros de crawl, espalda, mariposa y braza es como si en atletismo se organizaran carreras de 100 metros hacia atrás a salto, de canguro o en cuclillas. Chusco, pero inútil.

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