Tribuna:

El álbum

A lo que parece es ésta una sociedad muy propensa al escándalo. Ahora, como viendo a sus hijos inducidos al pecado del consumo, se clama contra ese álbum para coleccionar publicidad emitida por televisión. Los mayores son capaces, se sobreentiende, de ver los anuncios con sentido crítico, pero los niños, se presume, pueden quedar asolados por esta insidia. Es lo mismo que con el desnudo: los adultos, ya formados, están, se supone, dotados de la necesaria reciedumbre para hacer frente a estas cosas, pero ¿y los niños? ¿Será capaz el alma infantil de recibir esa emoción sin deterioro? Más de una...

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A lo que parece es ésta una sociedad muy propensa al escándalo. Ahora, como viendo a sus hijos inducidos al pecado del consumo, se clama contra ese álbum para coleccionar publicidad emitida por televisión. Los mayores son capaces, se sobreentiende, de ver los anuncios con sentido crítico, pero los niños, se presume, pueden quedar asolados por esta insidia. Es lo mismo que con el desnudo: los adultos, ya formados, están, se supone, dotados de la necesaria reciedumbre para hacer frente a estas cosas, pero ¿y los niños? ¿Será capaz el alma infantil de recibir esa emoción sin deterioro? Más de una vez los adultos tienden a imaginar que los niños son ellos mismos en estado neto. Algo así como si se tratara de su propia alma antes de haber engordado con la edad. Se comprende, pues, que se vea a los niños como seres no ya espiritualmente distintos, sino como tipos en la frugalidad extrema. De esta manera, y consciente el adulto de que el anuncio influye sobre él, ¿cuánto no más puede afectar al chico? Resulta hasta cruel imaginarlo.Nada cabe decir a favor de esa oferta para coleccionar anuncios de compresas y bonos del Estado, pero ningún escalofrío tampoco. La ciudad está empapelada de publicidad, las publicaciones, las comidas, los adornos navideños, los sonidos, las ropas están inseparablemente unidas a "eso". Nadie queda indemne. ¿Hay que preservar, sin embargo, a los niños?

Seguramente, el desasosiego que el adulto siente ante ese album, es reflejo de su conciencia, supuestamente empecatada. Aquí no habrá habido una revolución burguesa, pero la idea de mejor el ahorro que el gasto, mejor la renuncia que el dispendio, parece un firme correlato de las virtudes con que Sombart diseñaba al burgués perfecto. La culpa del consumo continúa sin ser condonada.

Por otra parte, algo fácilmente compartible, malicia a los mayores. Los spots resultan de una parte tan llamativos y a menudo tan importunos que ni siquiera la curiosidad consigue ahogarnos una reserva de odio. Sólo los niños los celebran y los cantan. La consecuencia es obvia: son unos traidores. Obstaculizar el álbum es impedir, al menos, que quede constancia de ello.

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