Tribuna:

El 'test'

Nos llamaron del colegio para informarnos sobre el resultado de un test que habían aplicado a un hijo nuestro al que siempre apreciamos por su sutileza. También por su motilidad muy elegante y por su fantasía. El resultado del test, sin embargo, no estaba de acuerdo. Si bien no parecía discutirle una notable coordinación psicomotora, se refería muy discretamente a su fantasía y no digamos ya en qué modestos términos computaba su inteligencia. Como es comprensible, nos vimos muy contrariados. Tratamos, no obstante, de ser prudentes y aclarar allí que nuestro mal disimulado malestar provenía sól...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Nos llamaron del colegio para informarnos sobre el resultado de un test que habían aplicado a un hijo nuestro al que siempre apreciamos por su sutileza. También por su motilidad muy elegante y por su fantasía. El resultado del test, sin embargo, no estaba de acuerdo. Si bien no parecía discutirle una notable coordinación psicomotora, se refería muy discretamente a su fantasía y no digamos ya en qué modestos términos computaba su inteligencia. Como es comprensible, nos vimos muy contrariados. Tratamos, no obstante, de ser prudentes y aclarar allí que nuestro mal disimulado malestar provenía sólo del conocimiento en sí y no, como seguramente sería el caso de otros padres, de tomar esta información como una ofensa.Con todo, no puede decirse que estuviéramos serenos. El único elemento netamente positivo que ha bía encontrado el test en sus pesquisas sobre el desguace al que ahora veía sometido a mi hijo era la memoria. Fue reconfortante esto, ciertamente, porque a tenor de la investigación el chico estaría en posesión de una memoria prodigiosa. Tan alta que resultaba a la vez muy sorprendente que no la hubiéramos percibido. Yo al menos no lo había notado, aunque, a esas alturas y siendo consciente del tremendo rigor con que operaba el test, ¿cómo no asumir una estimación tan halagüeña? Por otra parte, ni mujer de claró que ella sí lo había percibido y se puso de inmediato a citar una lista de anécdotas, todas descono cidas para mí, en las cuales el chico hacía gala de una retentiva casi de circo. Desde luego era bastante asombroso y contribuyó todavía más a mi decaimiento. Resultaba duro admitir que ese hijo que yo creía tener no salía en la prueba objetiva y que, en cambio, si uno quería vivir de acuerdo con la realidad, habría de empezar a querer a un tipo sin mucha fantasía, más bien tonto y memorión. No digo yo que éstas sean de las peores cosas que se hayan de soportar en la modernidad, pero estaría bien que sé ponderaran los costes familiares de la ciencia.

Desde hace un rato mi mujer se empeña en que el niño recuerde el nombre de un perro que un día trajo a casa una visita cuando él cumplía seis meses. Es ya muy amargo todo esto.

Archivado En