El Barcelona alimentó sus esperanzas al derrotar a domicilio al Zaragoza

ENVIADO ESPECIAL El fútbol es, fundamentalmente, un deporte de supersticiosos. Los jugadores creen en esas cosas, en determinados hoteles, en aquel estadio, aquellas medias, estas botas o aquel pantalón. Desde anoche, el Barcelona creerá ciegamente en el gol de Jerusalén, que es como llaman aquí a la portería derecha de La Romareda. Ahí fue donde Marcos, a centro de Julio Alberto, fulminó el pasado año al Real Madrid, otorgándole la Copa del Rey al Barça. Y ahí fue donde Carrasco se deslizó anoche consiguiendo el tanto del triunfo frente al Zaragoza. Una victoria que ;añade emoción al f...

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ENVIADO ESPECIAL El fútbol es, fundamentalmente, un deporte de supersticiosos. Los jugadores creen en esas cosas, en determinados hoteles, en aquel estadio, aquellas medias, estas botas o aquel pantalón. Desde anoche, el Barcelona creerá ciegamente en el gol de Jerusalén, que es como llaman aquí a la portería derecha de La Romareda. Ahí fue donde Marcos, a centro de Julio Alberto, fulminó el pasado año al Real Madrid, otorgándole la Copa del Rey al Barça. Y ahí fue donde Carrasco se deslizó anoche consiguiendo el tanto del triunfo frente al Zaragoza. Una victoria que ;añade emoción al final liguero, ya que, hoy, el Athlétic se verá obligado, l menos, a puntuar en el Benito Villamarín.

Zaragoza y Barcelona compusieron ayer la que será una de las mejores obras de la temporada. Sus artistas pusieron amor, dedicación, voluntad, fuerza y sacrificio -tal vez les faltó, en algunos momentos, frialdad, técnica y sensatez-

El encuentro, como diría el tradicional cronista, tuvo dos partes bien diferenciadas. Durante los primeros 45 minutos, el Zaragoza jugó al contragolpe porque el Barcelona adelantó su defensa. Es posible que Maradona encendiera la chispa de la vida en sus compañeros durante los 10 minutos de descanso. No quería vivir otro Old Trafford en Zaragoza. Es posible que todos ellos saltaran confabulados al césped en un intento de meter el miedo en el cuerpo de Clemente.

El Zaragoza solo podía salvarse de dos formas. En una jugada individual de uno de sus genios o con la ayuda arbitral. Lo segundo fue consecuencia de lo primero y Sánchez Arminio castigó con penalti una entrada de Urruti, que arrebató limpiamente el balón a Barbas. Pero Señor falló. Y el Barça se catapultó aún más.

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