Tribuna:

Ocio mortal

Es increíble la cantidad de tiempo libre que puedes echar a perder si tienes relaciones íntimas con esos chismes destinados a disfrutar de tu tiempo libre. Pocas veces he trabajado más duro que intentando arreglar, o mantener, esos enrevesados artilugios de mírame y no me toques que en sus propagandas prometen aumentar mi cuota de ocio. Nunca me he sentido más esclavo y rutinario que en medio de una de esas actividades programadas para desarrollar mi creatividad personal y sacarme de la rutina cotidiana. Y cuando caigo en la tentación del hágalo usted mismo, al cabo de los primeros inst...

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Es increíble la cantidad de tiempo libre que puedes echar a perder si tienes relaciones íntimas con esos chismes destinados a disfrutar de tu tiempo libre. Pocas veces he trabajado más duro que intentando arreglar, o mantener, esos enrevesados artilugios de mírame y no me toques que en sus propagandas prometen aumentar mi cuota de ocio. Nunca me he sentido más esclavo y rutinario que en medio de una de esas actividades programadas para desarrollar mi creatividad personal y sacarme de la rutina cotidiana. Y cuando caigo en la tentación del hágalo usted mismo, al cabo de los primeros instantes de euforia no puedo remediar la sensación de verme como un autómata diseñado para ejecutar un número muy finito de operaciones manuales, según un estricto plan fabricado en serie.Hay que pasear con mirada atenta esta feria madrileña del tiempo libre para entender que han sido abolidas las fronteras entre el mundo del ocio y el del negocio. Todos estos seductores objetos para el tiempo libre obligan, en primer lugar, a incrementar considerablemente el tiempo ocupado para pagar esas cifras astronómicas de los nuevos ocios.

Pero en la hipótesis improbable de que un día logres disponer de unas horas para habértelas cara a cara con el capricho, resulta que la cosa produce más fatiga que descanso. Instalar la tienda en un camping, poner a flote una embarcación o tener la piscina lista para el chapuzón son las actividades humanas de hoy más parecidas a los trabajos forzados altomedievales. Al final de la jornada de ocio, roto y desmoralizado, descubres que has pasado mucho más tiempo enredado con los prolegómenos endiablados del invento ocioso que metido en la tienda, en el fuera de borda, en el agua clorada. Es cuando empiezas a sentir nostalgía irreprimible por la rutina laboral.

Afirman los utopistas mayores de Occidente que la conquista del ocio lograría la libertad y emancipación del individuo. Si Marx, Proudhon, Lafargue o Comte asomaran la nariz por Expo-Ocio 84, descubrirían que desde el advenimiento de la sociedad del tiempo libre el hombre nunca ha estado más ocupado, agotado y endeudado.

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