Tribuna:

El pasado

Es el trigémino de nuestros conservadores. Les puedes tocar las incompatibilidades, la OTAN, el mapa de Javier de Burgos, un holding demasiado escandaloso, los horarios, la red de alta tensión, el aperitivo de las once, los impuestos; incluso les puedes tocar con cierta moderación el sexo. Pero cuando se cabrean de verdad, con furia antigua y señorial, es si les tocas el pasado. Eso es un sacrilegio que la derecha española no está dispuesta a tolerar.Y es lógico. Saben que, mientras ostenten el monopolio del pasado, no pasarán. O, al menos, no pasarán del todo. Tras esas cíclicas hister...

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Es el trigémino de nuestros conservadores. Les puedes tocar las incompatibilidades, la OTAN, el mapa de Javier de Burgos, un holding demasiado escandaloso, los horarios, la red de alta tensión, el aperitivo de las once, los impuestos; incluso les puedes tocar con cierta moderación el sexo. Pero cuando se cabrean de verdad, con furia antigua y señorial, es si les tocas el pasado. Eso es un sacrilegio que la derecha española no está dispuesta a tolerar.Y es lógico. Saben que, mientras ostenten el monopolio del pasado, no pasarán. O, al menos, no pasarán del todo. Tras esas cíclicas histerias levantadas por la LODE, los catecismos, la reforma de la enseñanza militar o la televisión, lo que se oculta en el fondo es la lucha abierta por el control del saber histórico, incluso del protohistórico. Puedo imaginar una derecha casera con los bancos nacionalizados a la francesa, con el neutralismo instalado al modo suizo, con las autonomías funcionando al estilo federal, con el Ejército cumpliendo con la Constitución todos los primeros viernes de mes. Soy incapaz de imaginarme a los conservadores españoles renunciando al privilegio secular de influir a su antojo sobre el pasado.

Tampoco es una obsesión excesivamente original, aunque hay que reconocer que nuestros conserveros de historia en escabeche son más intransigentes que nadie cuando sus competidores intentan referir las sucesivas escabechinas familiares que nos particularizan. Han sido tantos siglos de privilegio histórico que por eso se ponen como se ponen ahora mismo cuando los episodios no se cuentan desde su impresentable tradición narrativa.

El resultado de esta manía conservadora es una verdadera inflación de pasado para contrarrestar los excesos fabuladores de siempre; sin descartar las muy lícitas ganas de tocar el trigésimo. Acaso sea otra necesaria labor pedagógica, no lo descarto. Pero hay que reconocer que esta modernización suena demasiado a efemérides, conmemoraciones, aniversarios, hagiografías, memoria y archivo. Poco importa que sean otras versiones históricas: también son historias.

No puedes cambiar el pasado, pero puedes arruinar el futuro obsesionándote por esas cosas.

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