Pablo Urbanyi

Un enviado del Gobierno de Canadá investiga la presencia de la literatura canadiense en España

Pablo Urbanyi nació en Hungría en 1939. En 1948 emigró a Argentina y en 1977, a raíz del golpe de Estado, tuvo que hacer otra vez las maletas, esta vez rumbo a Canadá. En Buenos Aires publicó Noche de revolucionarios y Un revólver para Mack. En Ottawa, donde actualmente intenta su tercera residencia en la tierra, escribió una novela que no podía dejar de llamarse En ninguna parte, editada simultáneamente en Buenos Aires y en Toronto. Ahora ha venido a España enviado por el Ministerio de Exteriores canadiense, con la misión de auscultar en estas tierras el grado de presencia de la literatura de...

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Pablo Urbanyi nació en Hungría en 1939. En 1948 emigró a Argentina y en 1977, a raíz del golpe de Estado, tuvo que hacer otra vez las maletas, esta vez rumbo a Canadá. En Buenos Aires publicó Noche de revolucionarios y Un revólver para Mack. En Ottawa, donde actualmente intenta su tercera residencia en la tierra, escribió una novela que no podía dejar de llamarse En ninguna parte, editada simultáneamente en Buenos Aires y en Toronto. Ahora ha venido a España enviado por el Ministerio de Exteriores canadiense, con la misión de auscultar en estas tierras el grado de presencia de la literatura de Canadá, y sus primeras conclusiones son desoladoras: "Aquí nadie tiene idea de lo que se escribe allí".

Al terminar su trabajo en España Pablo Urbanyi se dará una vuelta por Budapest, "donde, probablemente, tampoco sepan nada de la literatura canadiense". ¿Una vuelta a las raíces? "No, jamás", reacciona alguien que se reconoce fatigado al tener que confesar su condición de húngaro-argentino-canadiense. "Sólo para saborear un buen gulash". Pero un nuevo sorbo de coñá le lleva al "me acuerdo de...", al cual se enhebran los nombres de Haroldo Conti, Rodolfo Walsh y otros escritores desaparecidos en Argentina. Y aunque Urbanyi vuelve a sonreír, el futuro gulash ya tiene un sabor demasiado amargo.Alto, rubio, frente amplia -"que no tiene nada que ver con un frente amplio", bromea- y deslumbrado por el coñá y los bichos marinos de España, Pablo Urbanyi. deambula estos días de editorial en editorial. Tras sus conversaciones con Alianza, Seix Barral, Bruguera, Alfaguara y Grijalbo, el balance de su misión es tan unívoco como lamentable: "Nadie tiene aquí la menor idea de lo que se escribe en Canadá". Nombres como Anne Hebert, Margaret Atwood, Timothy Findley y Margaret Laurence, que venden montañas de ejemplares en Estados Unidos, Reino Unido, Francia y Alemania Occidental, resultan absolutamente desconocidos para los editores españoles. "Hasta tal punto", vuelve a bromear el autor de En ninguna parte, "que en un momento dado creí que el Gobierno canadiense me había encomendado una misión que no existía para que yo pudiera escribir esa segunda parte de mi novela que jamás escribiré". Pero sus tres avatares migratorios, que, según él, "le convierten en tataranieto de Hermes Trismegisto", parecen haberle dotado de dos armas fundamentales: resignación y buen humor.

"Creo que la responsabilidad es que, hasta hace muy poco, para los canadienses España sólo era toros, buena comida y pandereta. Ahora han tomado conciencia de que España está en Europa y que, al mismo tiempo, es la llave maestra para entrar en el gran mercado castellano-hablante, que también es América Latina". Pero el retraimiento de la literatura canadiense es mucho más grave. En el International Literary Market Place, que es algo así como la Guía Michelin de los editores, figura Afganistán, Alto Volta y Gibraltar, que, al menos hasta el momento de escribir estas líneas, no era ningún país, pero no existe Canadá. "Falta de información", sintetiza Urbanyi adoptando un aire de se riedad que s . u sonrisa reduce a juego.

"En Canadá hay que hablar de dos literaturas o, mejor dicho, de dos soledades: una en lengua inglesa y otra en francés. En esta última se refleja un mundo que ya nada tiene que ver con los tradicionales tópicos de los perros esquimales, los tramperos y los lobos, sino el drama de una sociedad a punto de robotizarse", explica Urbanyi. "Entonces, ocurren angustias como la del personaje femenino de Bear, de Marian Engel, que quiere hacer el amor con un oso, pero la bestia tiene mayor sentido del discernimiento, o que una ballena varada en la playa se convierte en una mujer obesa que, de pronto, funda un pueblo fantástico, como sucede en The resurrection of Joseph Bourne, de Jack Hodgins".

Según este singular enviado canadiense, "la literatura de Canadá en lengua-francesa es más politizada y su problemática suele girar alrededor de ejes casi tercermundistas: la identidad nacional, la liberación y la autodeterminación del pueblo". Aunque con todas las secuelas de un pesimismo crónico, Urbanyi agrega: "Si bien esta literatura pretende ser más realista termina siendo más utópica ..."

Ante la pregunta por la suerte de la literatura en lengua castellana en Canadá, Urbanyi nombra a los de rigor: García Márquez, Borges, Vargas Llosa, Carlos Fuentes, "y, extrañamente, también Múgica Láinez". Pero en cuanto a los escritores españoles, Urbanyi responde con una fórmula deportiva: "En el conocimiento de sus respectivas literaturas, España y Canadá están cero a cero".

Quizá para romper este empate, Urbanyi saca de su manga una jugada propia: "El Gobierno provincial de Quebec, que es francófono, acaba de aprobar un presupuesto para financiar una coproducción hispano-canadiense. La película se basará en un texto mío convertido en guión por el director Jean Marc Felio". El tema central es el desarraigo de un emigrante "en medio de ese infierno hiperdesarrollado que se levanta al norte del río Grande". Por las noches, el personaje va conociendo ese insólito universo a través de los desperdicios que encuentra en los basureros de las oficinas que limpia para sobrevivir.

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