Tribuna:

El sol

Esta luz. Pasan los días, las horas y no se atenúa esta obstinada luz. Una nueva tortura de la Naturaleza sobre esta habitación hispana. No apagan la luz. Se ha hecho la hora del otoño y ese sol empedernido sigue ahí. Absorto, como víctima de un pasmo. No se trata tan sólo de que no llueva. Está además esa luz caliente apoyándose como una interminable cópula sobre esta oquedad. Sumiendo a los embalses en su esqueleto, agotando todo asomo de penumbra y agua. Restricciones. La única defensa posible contra ese exceso de vida que se concede al sol es la contracción de nuestro disfrute. Menos agua,...

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Esta luz. Pasan los días, las horas y no se atenúa esta obstinada luz. Una nueva tortura de la Naturaleza sobre esta habitación hispana. No apagan la luz. Se ha hecho la hora del otoño y ese sol empedernido sigue ahí. Absorto, como víctima de un pasmo. No se trata tan sólo de que no llueva. Está además esa luz caliente apoyándose como una interminable cópula sobre esta oquedad. Sumiendo a los embalses en su esqueleto, agotando todo asomo de penumbra y agua. Restricciones. La única defensa posible contra ese exceso de vida que se concede al sol es la contracción de nuestro disfrute. Menos agua, más cara. A ver si así ese mirada solar, falta de correspondencia, parpadea, recobra el raciocinio y sigue su curso.Quizá hace siglos, desde que lo olvidamos, no se había sentido tanto el habla de la Naturaleza. Esla Naturaleza quien murmura. Nosotros la auscultamos. Saltamos diariamente a la calle con el fardo de costumbre y todavía con un asunto de más: Qué le pasa al clima, cómo se encuentra el cielo, qué clase de parálisis es esta que ha detenido al verano más allá de su estación o qué avería será la que produce esta abrumadora calefacción, esta lámpara sin reostato o interruptor en el centro de una y otra fecha.

No basta ya sólo con combatir los males políticos y sociales. Estos parecen ya asuntos menudos, correspondientes al cuidado del ajuar. Lo que reclama aquí nuestra atención, simultáneamente, es la techumbre misma y los muros naturales. Esas instalaciones que creíamos poder abandonar a su autoregulación y que se revelan ,asombrosamente ahora, como susceptibles de desperfectos. Los temporales e inundaciones repetidas, las sequías sin término, nos han devuelto a la evidencia de un mundo que puede romperse por sí mismo. Deteriorarse según sus propias e incluso aterradoras leyes. Qué curioso. Habíamos llegado a creer que esta tierra sólo era alterable por nuestra mano, exterminable o promocionable por nuestra mediación. Que era mansa y propicia, productora a lo sumo de playas desiertas, pistas de esquí y yerbas laxantes. Pero, mira por dónde, parece tan arbitraria y demente como nosotros. Tan cruel o insensata como todas las bestias que alberga.

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