Tribuna:

Filipinas

Filipinas en primera página. De golpe se te montan encima los recuerdos, retazos de un viaje organizado en que salté de la opulenta esquizofrenia controlada de Japón al lento devenir hacia el vacío de un pueblo permanentemente expoliado hasta de sus raíces. Lo primero que te sorprende, al llegar a Manila, es la vistosidad caribeña de su paisaje. Luego empiezas a desvelar los entresijos. Ese turista rico -cualquiera que posea un indicio de futuro es rico para un filipino- que habita en suntuosos hoteles de Macro Manila, entre el mármol y la grifería dorada de los baños y los ascensores espejado...

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Filipinas en primera página. De golpe se te montan encima los recuerdos, retazos de un viaje organizado en que salté de la opulenta esquizofrenia controlada de Japón al lento devenir hacia el vacío de un pueblo permanentemente expoliado hasta de sus raíces. Lo primero que te sorprende, al llegar a Manila, es la vistosidad caribeña de su paisaje. Luego empiezas a desvelar los entresijos. Ese turista rico -cualquiera que posea un indicio de futuro es rico para un filipino- que habita en suntuosos hoteles de Macro Manila, entre el mármol y la grifería dorada de los baños y los ascensores espejados como de burdel; ese turista rico apenas desciende a la Manila real, sórdida, exasperada, como no sea para comprarse blusas bordadas a mano, collares de coral y cajas de madreperla. Y si lo hace, se despoja, como le indica el guía, de todo objeto de valor: no hay que tentar a quienes no tienen prácticamente qué llevarse al plato.Recuerdos, decía. La televisión: un predicador yanqui que amenaza con el fin del mundo, predicador de sonrisa rebosante de calcio que vende sus sermones en casetes, que es amigo personal del presidente Marcos, y cuya secta colabora activamente en las elecciones, no hace falta decir a favor de quien. Más recuerdos: películas habladas en tagalo, en donde el filipino de turno, en tejanos, se pone de golpe y porrazo a cantarle a su amada una canción en inglés, junto a una piscina de cine, a la luz de una luna de plástico. Recuerdos: bellísimos, jovencísimos nativos de los dos sexos, apoyados en fachadas cochambrosas, mirándote con la indolencia y la esperanza de que algo ocurra -algo vendible en dólares- que acabe con la incertidumbre de esa noche. Recuerdos: dos adolescentes haciendo el amor para un grupo de turistas que sienten cómo el alma se les desmenuza de vergüenza, aunque saben que nada va a cambiar por eso.

Pero de Filipinas recuerdo, sobre todo, a los campesinos que han colgado la azada, a orillas del río Pansanjan, Para vivir de un turismo que se lleva el país a su sala de estar en forma de abanicos y abalorios.

Filipinas, tan desconocida, tan amada, tan despojada de pasado, presente y futuro. De vez en cuando, sólo de vez en cuando, en primera página.

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