Tribuna:

Día del padre

VICENTE VERDÚEl padre es siempre un extraño. Benévolo o cruel, pero siempre un huésped en la pensión biológica que forman los hijos y la madre. Se presenta más tarde que la madre a la vida de los niños y se ausenta, hecho un cadáver, varios años antes. Su paso por el hogar deja la convicción de que por allí discurrió un intruso. Un intruso al que se puede juzgar, ya muerto, de principio a fin, como un segmento que estuvo instalado entre nosotros. Su condición de forastero, ruin o excelso, no termina nunca.

Se puede admitir como posible la conjura de los hijos y la madre para asesinar al...

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VICENTE VERDÚEl padre es siempre un extraño. Benévolo o cruel, pero siempre un huésped en la pensión biológica que forman los hijos y la madre. Se presenta más tarde que la madre a la vida de los niños y se ausenta, hecho un cadáver, varios años antes. Su paso por el hogar deja la convicción de que por allí discurrió un intruso. Un intruso al que se puede juzgar, ya muerto, de principio a fin, como un segmento que estuvo instalado entre nosotros. Su condición de forastero, ruin o excelso, no termina nunca.

Se puede admitir como posible la conjura de los hijos y la madre para asesinar al padre, pero es altamente inverosímil que el padre y los hijos formen conciliábulo para exterminarla a ella. El padre no es nunca de la familia. Tiene familia, pero no es familia. Está más solo que la una. Y debe pagar permanentemente su derecho de asilo y compañía.

La madre pone los calcetines, da de mamar, prepara el colacao, peina a los niños, entrega e intercambia su olor constantemente. No se sabe, entre tanto, qué ha venido a hacer aquí el padre. Algunas señoras dicen que en el rostro de ese hijo están grabados los rasgos del padre, pero profundamente se siente que eso puede ser una añagaza paterna para hacerse aceptar con disimulo.

La madre está unida al grupo por fatalidad, pero el padre es pura contingencia. Su tos, el ruido de sus zapatos por el pasillo, la clase incluso de su caricia o de su abrazo que se acercan, provienen de un ámbito distinto. El padre es lo otro. Para bien o para mal. Para la extrema soledad del padre.

El casto y átono San José es en la cínica sabiduría de la Iglesia su paradigma. Celebrado u obsequiado, por la historia o por la biografía, el incopulativo padre sanjosé no borrará nunca de sí la culpa de haberse agregado a una unidad que no lo invoca. Errabundo y postizo, convicto de su triste delito, el padre ha vislumbrado de nuevo la conspiración, cuando, en estas vísperas, la familia compinchada y en alboroto le buscaba un regalo por El Corte Inglés. Él es de antemano consciente de que -como dice Ciorán- se pueden perdonar todos los crímenes, excepto el de ser padre.

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