Apuros del Madrid ante una buena defensa vallisoletana

El Madrid necesitó ayer sacar sus garras y su rapidez, nunca buen juego, en los primeros minutos de la segunda parte para imponerse con muchos apuros a un Valladolid espléndido en su planteamiento de contención y que había podido marcharse anteriormente al descanso con ventaja en el marcador. El conjunto de García Traid, con un sistema de barrera-acordeón desde el centro del campo y marcajes continuos encima: del rival (el de Diez a Stielike fue el más destacado) fue demasiado incómodo para un Madrid aún con bajas, pero al que se le notaron muchísimo más que el pasado domingo frente al Val...

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El Madrid necesitó ayer sacar sus garras y su rapidez, nunca buen juego, en los primeros minutos de la segunda parte para imponerse con muchos apuros a un Valladolid espléndido en su planteamiento de contención y que había podido marcharse anteriormente al descanso con ventaja en el marcador. El conjunto de García Traid, con un sistema de barrera-acordeón desde el centro del campo y marcajes continuos encima: del rival (el de Diez a Stielike fue el más destacado) fue demasiado incómodo para un Madrid aún con bajas, pero al que se le notaron muchísimo más que el pasado domingo frente al Valencia. Ese día, el equipo de Miljanic fue el contrario ideal, que deja jugar, sin el pressing molesto de los nuevos tiempos, que volvió a brillar ayer.

El partido, en vez de vistoso, se convirtió en el clásico complicado, oscuro, con un equipo en busca de romper la coraza rival y otro tratando de sorprender al contraataque. El Valladolid no aprovechó sus oportunidades, que tampoco fueron muchas, sólo tres, aunque hubiesen bastado, y dejó el camino libre al Madrid para que decidiera con las suyas.

El problema inicial madridista fue que creyó poder ganar, otra vez, con el impulso de la iniciativa, simplemente. Si lo había hecho ante el Valencia, mal de moral y juego, pero con más clase, no parecía descabellado. Sin embargo, con un fútbol cortito de pases e ideas, frente a un Valladolid magnífico marcador, aunque sin dureza, sólo a base de elasticidad de movimientos para replegarse y abrirse, se vio impotente en la primera parte. Stielike estuvo siempre borrado, pero también Portugal erró pase tras pase y tiro tras tiro, como San José, Gallego, Bonet e Ito, mientras Santos y Fortes, mejor defensa ayer que extremo, frenaron las entradas de Pineda y Camacho, respectivamente.

El 4-1-3-2 atacante del Valladolid, con Moré delante de su defensa, y únicamente Fortes con el uruguayo Da Silva (que hizo bastante para acabar de llegar, aunque no sea Morena, desde luego) se convirtió rápidamente en una barrera casi de balonmano, en 10-0, al unirse perfectamente todas las líneas para tapar huecos. Fenoy, además, estuvo espléndido de puños en las salidas para los típicos centros de la impotencia. Al contraataque, en cambio, Jorge tuvo tres goles en sus botas, sobre todo, en el minuto 45, al borde del descanso, cuando Metgod sacó desde la misma raya, por encima del larguero, en la mejor acción del encuentro, un balón que se colaba.

Di Stéfano debió echar la bronca a sus hombres en el descanso. Por el camino que llevaban no iban a más lados que a dejarse algún punto camino del Pisuerga. Y sin ningún alarde, que ayer no estaba el Madrid para ellos, pues las bajas tampoco lo permitían, el equipo jugó con más rapidez y tuvo el premio del gol. Fue a balón parado, pero ya se sabe que en el Madrid eso da lo mismo. Cualquiera que se pone la camiseta, juegue bien o juegue mal, lucha (salvo el olvido de la primera parte) y los resultados, con carambolas o sin ellas, suelen llegar por añadidura.

El segundo tanto fue ya excesivo, aunque antes hubo dos avisos. Stielike, tras el supuesto penalti a Pineda, bombeó muy bien el balón a puerta vacía, pero Fenoy volvió a llegar a tiempo, como poco después ante Salguero. Además, el Valladolid, que se abrió, ya no tuvo fuerza, ni ideas. Agustín tocó el primer balón en el minuto 17 y repitió la ingrata labor de quedarse frío largo tiempo a la espera de jugárselo todo en una ocasión a una sola carta. Pero ya no hubo más. Se habían acabado. Construir siempre es más difícil que destruir, según se demostró una vez más.

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