Crítica:El cine en la pequefia pantalla

El don de la simplicidad

Kenji Mizoguchi fue un director cinematográfico japonés, nacido en 1898 y fallecido en 1956. En España se desconoce prácticamente la ingente obra de este cineasta, una de las cumbres no sólo del cine japonés, sino del cine a secas. Sólo algunos especialistas y quienes asistieron al ciclo que la Filmoteca organizó hace unos meses han tenido acceso en España al cine de este desconocido, del que TVE ha emitido un par de filmes.Mizoguchi comenzó a hacer cine en 1922, lo que le convierte en uno de los grandes pioneros del cine japonés, junto con Kinugasa, Ushida, y, más tarde, junto con Ozu y Kuros...

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Kenji Mizoguchi fue un director cinematográfico japonés, nacido en 1898 y fallecido en 1956. En España se desconoce prácticamente la ingente obra de este cineasta, una de las cumbres no sólo del cine japonés, sino del cine a secas. Sólo algunos especialistas y quienes asistieron al ciclo que la Filmoteca organizó hace unos meses han tenido acceso en España al cine de este desconocido, del que TVE ha emitido un par de filmes.Mizoguchi comenzó a hacer cine en 1922, lo que le convierte en uno de los grandes pioneros del cine japonés, junto con Kinugasa, Ushida, y, más tarde, junto con Ozu y Kurosawa. Mano a mano con este último, en los años cincuenta, el cine japonés, que hasta entonces era sólo conocido por especialistas, irrumpió en los festivales y circuitos comerciales de los países de Occidente y adquirió rápidamente carta de naturaleza como una de las cinematografías más depuradas, evolucionadas y ricas de todo el cine mundial.

La obra de Mizoguchi es vasta, enorme. Su filmografía, que ha sido objeto de varios recuentos, abarca casi dos centenares de títulos, repartidos en todas las épocas del cine japonés, incluida la fascista, en la que este director se adaptó contando remotas historias sobre la historia del Japón, todas teñidas de melancolía y pesimismo, lo que a su manera fue una respuesta sutil a la dictadura militar que llevó al Japón a la mayor catástrofe de su turbulenta historia.

Lírico de la cámara

Mizoguchi, sin embargo, no fue nunca, más que a contrapelo, un cineasta político. Es un lírico absoluto de la cámara, le preocupan los individuos y, en concreto, el trasunto emotivo, emocional y sensorial de éstos, incluso en sus filmes más violentos y enrevesados argumentalmente. Su depurado estilo, de una sorprendente austeridad, casi simplicidad -esa que sólo alcanzan algunos pocos maestros de este arte tan inclinado a las complicaciones- se prestaba a historias legendarias, esfumadas, románticas, pero plasmadas cinematográficamente desde una posesión insuperable de las leyes del relato realista.Sus Cuentos de la luna pálida, El intendente Sensho, 47 samurais, Los amantes crucificados, La calle de la vergüenza, son títulos grabados para siempre en la memoria del mejor cine de todos los tiempos.

La emperatriz Yang Kwei Fei fue rodada en 1955, un año antes de su muerte, y es otra de estas películas de factura perfecta y estremecedora inspiración lírica y dramática, esta vez trasladada a la laberíntica historia de China, en lugar del habitual Japón feudal de sus filmes de época.

El arte narrativo de Mizoguchi se basa en la total carencia de ornamentos. Se le considera justamente como uno de los grandes calígrafos del plano-secuencia y dueño, en cuanto tal, de las complejas claves de la inmovilidad de la cámara y de las sutiles cadencias que en la puesta en escena requiere esta inmovilidad. Su perfección en el empleo del plano-secuencia, su sentido de la transparencia en la puesta en escena y sus maneras exquisitas en la dirección de actores, son peculiaridades diferenciadas de sus filmes, que hacen de él un inimitable estilista.

La emperatriz Yang Kwei Fei se emite hoy a las 21.35 por la primera cadena.

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