Tribuna:GENTE DE LA CALLE

Morir en la carretera

"¿Tienes la idea de que morirás un día u otro?".Mercurio está examinando a Júpiter; quiere ver si su transformación en hombre para obtener a Alcrnena es completa. Para ello, aparte de darle un físico adecuado, intenta enterarse de si la psicología del dios se ha vuelto humana.

¿Hay algo más humano que morirse? Y, sin embargo, el astuto mensajero de los dioses sabe que esa verdad tan evidente es rechazada constantemente por el hombre. Efectivamente, Júpiter responde:

-" No. Que mis amigos van a morirse, pobrecitos, sí, claro. Pero yo, no". Estas frases, de Anfitrión 38, de J. Gira...

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"¿Tienes la idea de que morirás un día u otro?".Mercurio está examinando a Júpiter; quiere ver si su transformación en hombre para obtener a Alcrnena es completa. Para ello, aparte de darle un físico adecuado, intenta enterarse de si la psicología del dios se ha vuelto humana.

¿Hay algo más humano que morirse? Y, sin embargo, el astuto mensajero de los dioses sabe que esa verdad tan evidente es rechazada constantemente por el hombre. Efectivamente, Júpiter responde:

-" No. Que mis amigos van a morirse, pobrecitos, sí, claro. Pero yo, no". Estas frases, de Anfitrión 38, de J. Giraudoux, que vertí hace años al castellano, me vuelven a la memoria cada vez que presencio en las colmadas carreteras españolas del verano increíbles barbaridades que luego se transforman en las tristes estadísticas que leemos el lunes de cada semana. Estoy seguro de que la inmensa mayoría de los muertos reaccionaban ante la pregunta como el personaje de Giraudoux. "Mis amigos, pobrecitos, sí, claro. Pero yo, no".

Es la soberbia española, la seguridad de cada uno en nuestra inteligencia y habilidad, reforzadas por la técnica del automóvil.

La inmensa mayoría de los accidentes ocurren, según los especialistas, por "errores humanos"; pero en realidad no son errores: son petulancias. Si se pudiera hacer una antología de últimas frases de los fallecidos -es difícil; desgraciadamente, arrastran consigo a los posibles testigos muchas veces-, estoy seguro de que sonaría así:

... No te preocupes: yo sé cuándo puedo correr y cuándo no".

"¡... A mí me va a pasar un 132!".

"¡... Tenemos que llegar pronto a la fiesta o se va a acabar la bebida!".

"... Pero ¿qué hace ese imbécil? ¡Yo le voy a enseñar a adelantar de esa manera!.

"... La policía puede decir lo que quiera... Yo llevo el perro donde -me da la gana".

"... Tú confía en mí. Tengo muchas horas de volante...".

"... ¿Quieres ver cómo se pone el coche en esa recta?".

"... Ya he visto lo de obras, no hagas caso. Probablemente hace meses que las terminaron y se olvidaron de quitar la señal".

"... No estoy cansado, y además nos quedan sólo veinte kilórnetros".

"... Pues si no me deja adelantarle por la izquierda, le pasaré por la derecha; tú, tranquila".

"... Sí; ya sé que hay raya continua, pero es una curva muy abierta y se ve venir al otro coche".

"... Fíjate en ese dominguero, está deteniendo a toda la caravana. Voy a darle un susto, para que aprenda...".

"... Ahora que hemos dejado atrás a la pareja de la Guardia Civil podemos hacer lo que nos venga en gana".

"... He dicho que llegaríamos en seis horas, y llegaremos en seis horas".

"... No te asustes. Yo no he tenido jamás un accidente, para que te enteres".

Nunca había tenido un accidente. ¿Accidente él? ¿El? Volvamos a Júpiter, cuando se ha vestido de humano; Mercurio sigue preguntándole:

-Y del cielo, ¿qué piensas?

-Pienso que me pertenece, y mucho más ahora que cuando era Júpiter. Y el Sistema Solar me resulta minúsculo, y la Tierra, inmensa, y creo que soy más bello que Apolo, y más capaz de luchar y amar que Marte. Por vez primera me siento real y verdaderamente señor de los dioses.

Concluye Mercurio:

-No hay duda: te has convertido en hombre.

... Como el que va al volante, ciego de vanidad, espoleada mil veces por las revoluciones de su motor; así corre por las carreteras españolas, dueño del mundo, de las vidas ajenas...

... Y de la propia.

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