Crítica:El cine en la pequefía pantalla

Comienzo negro de un colorista

Alguien dijo que el drama de Richard Quine es haber nacido con diez años de retraso. Con ello se expresa bien la circunstancia de que este director, procedente de los teatros de revista de Broadway, no alcanzó a manifestarse en la edad de oro del cine musical, para el que evidentemente estaba archidotado.Como género, el musical de la posguerra comienza a llegar a la plenitud cuando Quine da sus primeros pasos en el cine, pero cuando su trabajo comienza a madurar, las grandes figuras del musical han iniciado ya su decadencia irreversible. Y el musical, no lo olvidemos, es un cine de figuras, de...

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Alguien dijo que el drama de Richard Quine es haber nacido con diez años de retraso. Con ello se expresa bien la circunstancia de que este director, procedente de los teatros de revista de Broadway, no alcanzó a manifestarse en la edad de oro del cine musical, para el que evidentemente estaba archidotado.Como género, el musical de la posguerra comienza a llegar a la plenitud cuando Quine da sus primeros pasos en el cine, pero cuando su trabajo comienza a madurar, las grandes figuras del musical han iniciado ya su decadencia irreversible. Y el musical, no lo olvidemos, es un cine de figuras, de monstruos sagrados.

Quine comenzó su carrera con aportaciones de segunda fila a la comedia musical, con filmes de encargo para el cantante Frankie Laine y un par de películas, algo más afortunadas, para Mickey Rooney, que en 1952 y 1954 se encuentra ya, pese a su juventud, entre los ilustres primeras filas del pasado, en el borde final de su buena estrella.

Continuar la carrera

En este último año, 1954, Richard Quine, ha de acogerse a otros géneros, que le son temperamentalmente ajenos, para seguir un ritmo adecuado en su carrera. Y así nació La casa 322, un filme de fondo y tonalidades negras para un empedernido añorante del colorismo.Quine, no obstante, un año después, pudo desquitarse con una película musical maravillosa, tal vez la última obra maestra del género, pues fue rodada un par de meses después que la gran The Band Wagon, o Melodias de Brodway 1955, de Minnelli: Mi hermana Helena. Y entró y salió en un solo paso en la gloria de uno de los géneros más gloriosos de Hollywood.

En La casa 322, Quine cuenta con gran habilidad, con esa endiablada soltura que siempre ha brillado en todas sus películas, mejores o peores, un dura y áspera historia de amor y corrupción, con ciertos toques de misoginia que parecen acompañar siempre a las producciones de Quine, que encontró en la hermosura un poco estatuaria de Kim Novak -con quien hizo cuatro filmes, siendo este el primero- el tipo de actriz pasiva y casi exclusivamente carnal que necesitaba para exponer sus pocos optimistas ideas sobre las relaciones entre hombre y mujer, que desarrolló con nitidez en Amores con un extraño y Como matar a la propia esposa, melodrama y comedia, respectivamente, de primera fila.

Un filme menor

La casa 322 es un filme menor, con una jovencísima Kim Novak y un Fred McMurray en un buen tono lúgubre, del que este sobrio y experto actor sabía extraer chispas, si no de un genio que nunca le acompañó, si una gran solvencia, economía y credibilidad gestual y de mirada, muy apta para representar personajes ambiguos, indefinidos, algo informes, como el de este filme.La casa 322 se emite hoy a las 21.35 por la primera cadena.

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