Crítica:

'El imperio del crimen', clásico policiaco

Era un tópico hablar de cine de acción como sinónimo de cine norteamericano. Pero la identificación no era un disparate completo, porque hubo un cine en los Estados Unidos, una parte muy considerable de la producción, que no se avenía mal con este tópico. Es más, creó incluso una casta de cineaastas especialistas en eso tan vago llamado acción, que generalmente era una manera imprecisa de referirse a la violencia.Dos de estos especialistas confluyeron en una película rodada en 1935, con el título de G-men, traducida al castellano como El imperio del crimen. Uno era el act...

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Era un tópico hablar de cine de acción como sinónimo de cine norteamericano. Pero la identificación no era un disparate completo, porque hubo un cine en los Estados Unidos, una parte muy considerable de la producción, que no se avenía mal con este tópico. Es más, creó incluso una casta de cineaastas especialistas en eso tan vago llamado acción, que generalmente era una manera imprecisa de referirse a la violencia.Dos de estos especialistas confluyeron en una película rodada en 1935, con el título de G-men, traducida al castellano como El imperio del crimen. Uno era el actor James Cagney y, otro el director William Keighley. El principio, un interprete nervioso, de gran vitalidad, capaz de hablar y moverse a velocidades supersónicas y, con facilidad para reflejar actos violentos en cadena, Lino tras otro, en cadencia de ametralladora.

El imperio del crimen se emitirá esta tioche a las 21

35 por la primera cadena.

El director, se especializó en filmes de aventura y tiene en su haber algunos filmes clásicos de los llamados de capa y espada, como El señor de Ballantree, y un famoso western titulado Rocky Mountain, ambos interpretados por Errol Flynn. Suya es la estimable versión, también de Flynn, de Robín de los bosques. No fue un director de talento, pero sus mejores películas tienen ese talento indirecto que sólo era posible en los llamados productos de estudio, en los que el equipo era capaz de cubrir la laguna de la falta de imaginación del director. Es el caso de una película mítica firmada por Keighley, La calle sin nombre, en la que un Richard Widmark genial, rodeado de buenos actores y técnicos, hizo a Keighley pasar a los anales del cine policíaco.

La calle sin nombre es una consecuencia, rodada en 1948, de El imperio de crimen, quie emite esta noche la televisión. La carrera de Keighley se abre y se cierra con dos filmes sobre el mismo tema: un asunto de violencia policial, híbrido de genero negro y de cine documental, centrado en la lucha del el FBI contra el gangsterismo. Se trata, pues, de thrillers vistos desde el lado de la ley, en oposición al thriller ortodoxo, en el que el eje dramático es siempre el lado abismal del crimen. Esto convierte a ambos filmes en temas negros tratados desde un ángulo rosa. Son conservadores, reaccionarios, institucionalistas, precedentes de la serie de Los intocables. Filmes tallados en el eje blando de la Ciemplaridad, que siempre es más facilóil que el otro lado. Pero en cualquier caso se trata de películas de factura exacta, excelentemente interpretados.

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