Reportaje:Automovilismo

Algunos "rallies" siguen siendo una aventura

La desaparición del piloto Mark Thatcher, hijo de la primera ministra británica, junto con dos personas más en el rally París-Dakar, ha puesto de manifiesto el carácter de aventura que siguen teniendo algunas pruebas de este tipo. En realidad, los rallies nacieron como actividades más próximas a la aventura o a la excursión que a una pura competición deportiva, aunque con el tiempo han ido evolucionando hacia este terreno. El rally París-Dakar y el de Montecarlo -que comenzó ayer su edición número cincuenta- tuvieron idéntico origen; pero, mientras el primero es una aventura-excursión, el otro...

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La desaparición del piloto Mark Thatcher, hijo de la primera ministra británica, junto con dos personas más en el rally París-Dakar, ha puesto de manifiesto el carácter de aventura que siguen teniendo algunas pruebas de este tipo. En realidad, los rallies nacieron como actividades más próximas a la aventura o a la excursión que a una pura competición deportiva, aunque con el tiempo han ido evolucionando hacia este terreno. El rally París-Dakar y el de Montecarlo -que comenzó ayer su edición número cincuenta- tuvieron idéntico origen; pero, mientras el primero es una aventura-excursión, el otro es, prácticamente una carrera de velocidad.

El rally de Montecarlo nació en 1911 con el objetivo de promover la Costa Azul en la época invernal, carente de un turismo que solamente se desplazaba a dicha zona en el verano. En sus primeras ediciones, el Montecarlo fue una especie de excursión aventurera, en la que la competición no tenía casi nada que ver con la velocidad. En la determinación del vencedor entraban factores tan sorprendentes como el número de personas transportadas en el coche, el estado de éste al llegar a la meta en la capital monegasca, la estética del vehículo y la indumentaria de sus ocupantes, aunque también los kilómetros recorridos desde el punto de partida y el promedio de velocidad alcanzado.Pero este sistema de puntuación para determinar el vencedor fue causa de muchísimos problemas y de no menos polémicas sobre quién debía ser el vencedor, lo que obligó a los organizadores de la carrera a modificar las bases de la misma. El objetivo de atraer público había sido conseguido, porque, entre los participantes y los seguidores que éstos, arrastraban y los incipientes aficionados a un sorprendente deporte que entonces nacía y en el que se utilizaban esos extraños cacharros llamados automóviles, tanto Montecarlo como sus alrededores eran capaces de llenar sus hoteles. Además, dado el coste de dichos vehículos y el obligado alto nivel económico de sus propietarios, el público que acudía a la Costa Azul impulsado por el rally tenía medios suficientes como para dejar en las tiendas hoteles, restaurantes y lugares de juego de la zona importantes cantidades de dinero. No era cosa, pues, de desperdiciar el tirón inicial producido por la prueba deportiva.

Modificaciones

Por eso se introdujeron modificaciones sustanciales en la reglamentación deportiva de la carrera, hasta dejarla convertida en algo parecido a lo que es en la actualidad. Muchos años más tarde, la entrada en la lucha deportiva de los fabricantes de automóviles hizo que el rally Montecarlo cobrase la popularidad que goza actualmente. Al ser una carrera disputada sobre carreteras de los Alpes y en una época en la que la niebla, la nieve y el hielo son características, los fabricantes podían utilizarla como banco de pruebas de muchos elementos que, posteriormente, se incorporarían en sus coches. Así, el rally de Montecarlo ayudó al nacimiento de los faros antiniebla, de las ruedas con clavos para rodar sobre hielo y nieve, de los chorritos de agua que se proyectan sobre el parabrisas para ayudar a su limpieza, y muchas otras cosas.Al mismo tiempo que como banco de pruebas, los grandes fabricantes de automóviles utiliza ron esta carrera para su promoción publicitaria. Un triunfo en el rally de Montecarlo ha sido, desde hace muchos años, una especie de locomotora para arrastrar las ventas de coches teóricamente -en realidad, las diferencias entre esos coches y los de serie son enormes- iguales al vencedor.

También, con el progreso de la carrera y la entrada de los fabricantes, la competición se convirtió más y más en una prueba de velocidad, en la que solamente cuenta quién es el más rápido, aunque la resistencia humana y mecánica sean fundamentales para determinarlo. Eso es algo que ha pasado en casi todas las restantes carreras de este tipo, que comenzaron como aventura y han terminado por ser pruebas de velocidad pura sobre carreteras.

Este año, el rally de Montecarlo, primera prueba del campeonato del mundo, se presenta con menos interés que en ediciones precedentes. Las modificaciones en la reglamentación técnica de los vehículos de competición introducidas por la Federación Internacional han hecho que casi ninguno de los grandes fabricantes tengan sus coches a punto. Solamente los alemanes occidentales Audi y Opel parecen en condiciones de ganar este año la carrera y, entre los dos, el primero de ellos cuenta con la gran ventaja de la técnica y la potencia del Audi Quattro al servicio del finlandés Mikkola, mientras que el segundo tiene que conformarse con la habilidad del alemán Walter Rohrl, considerado como el mejor piloto de rallies del mundo del momento.

Todavía quedan carreras de aventura

Sin embargo, no todas las pruebas de estas características han desembocado en carreras de velocidad. En algunos casos, porque aún no han tenido tiempo para ello, como es el caso de la París-Dakar. En otros casos, porque sus organizadores han sabido mantener intacto el espíritu aventurero de sus orígenes. En todos, eso sí, ayudados por un terreno favorable para ello, siempre fuera del continente europeo.En muchas ocasiones, este tipo de pruebas tienen una vida efímera. Se organizan por diferentes motivos, casi siempre de tipo comercial, y acaban por perderse en el olvido cuando desaparece el soporte publicitario. Es el caso de la París-Persépolis, aventura en la que era obligatorio el participar en Dos Caballos. Un joven español acudió a París, a la salida, atraído por su espíritu aventurero y con el objetivo de subirse en cualquier coche de un conductor que no tuviese acompañante. Para el joven español la aventura realmente comenzó cuando el piloto francés le dijo, a mitad de camino, casi en medio del desierto, que se bajase a comprobar una rueda que él creía pinchada. Ya fuera del coche, el español vio cómo su mochila, con todas sus pertenencias, volaba por la parte superior descapotada del Dos Caballos mientras éste se alejaba fugazmente, alejándole en tierra. Un par de meses más tarde, el joven aventurero español volvió a su casa con un aspecto radicalmente diferente al que tenía al salir y con mucho más dinero.

En carreras netamente africanas, como el rally de Marruecos, el Safari, el Bandama o el Costa de Marfil, la velocidad no está reñida con la aventura. No son pruebas-excursión, como la París-Dakar, que ha cobrado tanta popularidad por la desaparición, durante unos días, del hijo de la primera ministra británica, un piloto falto de recursos técnicos que aprovecha su apellido para conseguir dinero para dedicarse a correr en coche -los españoles Lazcano y Del Val también parecen perdidos aunque, por ahora, su situación no ha motivado tanta preocupación como la de Mark Thatcher-. Son pruebas de velocidad, pero que, por el terreno que discurren, adquieren de inmediato la característica de aventura que las revaloriza y diferencia con respecto a las demás.

En ocasiones, alguna de estas carreras ha cobrado popularidad en sus primertas ediciones por no haber llegado ningún participante a la meta. Eso les confiere una nota de dureza que hace que los fabricantes de autornóviles se interesen por ellas, pensando que, en caso de una hipotética victoria, la aureola de coche robusto y duradero, capaz de superar cualquier obstáculo, es un buen argumento de ventas.

Es el caso, por ejemplo, de los Peugeot 504 y el rally de Marruecos, puntuable para el campeonato del mundo durante años. Los coches franceses lograron muchas veces la victoria en esta durísima carrera, disputada por la selva y el desierto en condiciones verdaderamente difíciles. Uno de los tramos especiales de velocidad en dicho rally, denominado Transmarrocaine, tenía casi ochocientos kilómetros de longitud, cuando generalmente nunca se superan los cincuenta, y en España ni la mitad de éstos. En este tramo de velocidad, en el que durante sus muchas horas de duración los pilotos están sometidos a una enorme tensión agravada por un calor casi insoportable, los más prestigioso s pilotos del mundo tenían que recurrir al uso de aire acondicionado en sus coches de carreras, lo que para un purista podría parecer un sacrilegio, al margen de la pérdida de potencia del coche. Pero ellos habían comprobado previamente que el tiempo invertido en recorrer al máximo de velocidad esos casi ochocientos kilómetros era netamente inferior cuando usaban el aire acondicionado, pese a la pérdida de potencia y prestaciones.

En dicha carrera, cuando se corría por el desierto, lo difícil en muchos casos era determinar cuál era el trazado, así como adelantar a otro participante, por la larga y densa columna de polvo que éste dejaba como estela.

Por desgracia, este tipo de carreras parece llamado a desaparecer o, al menos, a quedar casi como anecdóticas dentro del calendario de grandes pruebas del Mundial. Pese a que los rallies nacieron corno aventura y sus pilotos, incluso hoy, tienen mucho de nómadas y de aventureros, por su forma de vida y las características que les exige la técnica de conducción, la organización, el progreso y la velocidad pueden matarlos.

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