Reportaje:Vela

La Minitransat, otra aventura para navegantes solitarios

De los veinticinco barcos que tomaron la salida, el pasado día 26 en el puerto de Penzance, al sur del Reino Unido, sólo quince pudieron partir ayer desde la dársena pesquera de Santa Cruz de Tenerife, con el objetivo de cubrir la segunda, y última etapa de la regata internacional Minitransat, que tiene fijada su meta final en la isla Antigua, en el Caribe.

A primeras horas de la tarde del viernes llegó al puerto canario el navegante más esperado, el canadiense Ian McDonald, a bordo del yate Ocean Delibery, del que se había temido por su vida, ya que se desconocía su paradero...

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De los veinticinco barcos que tomaron la salida, el pasado día 26 en el puerto de Penzance, al sur del Reino Unido, sólo quince pudieron partir ayer desde la dársena pesquera de Santa Cruz de Tenerife, con el objetivo de cubrir la segunda, y última etapa de la regata internacional Minitransat, que tiene fijada su meta final en la isla Antigua, en el Caribe.

A primeras horas de la tarde del viernes llegó al puerto canario el navegante más esperado, el canadiense Ian McDonald, a bordo del yate Ocean Delibery, del que se había temido por su vida, ya que se desconocía su paradero desde el comienzo de la regata. Su esposa le aguardaba emocionada en el muelle tinerfeño.La Minitransat, que se disputa este año en su segunda edición, tiene carácter bianual y es sólo apta para navegantes solitarios, auténticos lobos marinos. En barcos de eslora muy pequeñas (apenas seis metros). Las edades de sus participantes oscilan entre los veintiuno y veintisiete años. En esta ocasión han tenido que superar fuertes perturbaciones atmosféricas, lo que, unido a la pequeñez de los veleros, ha promovido ya campañas en contra de la prueba por su peligrosidad. Al citado navegante canadiense, por ejemplo, se le rompió el timón automático, poco después de haber zarpado de la costa británica. Los temporales, con olas de hasta cinco metros de altura, en el trayecto entre Penzance y Tenerife, han resultado decisivos para la continuidad de muchos participantes en la prueba. El tramo entre el sur del Reino Unido y la costa gallega, concretamente el cabo de Finisterre, ha sido la prueba de fuego de muchos de estos aventureros del mar, curiosamente, al contrario -sólo un mes y medio después- que para los participantes en la vuelta al mundo, que ya llegaron a Ciudad del Cabo, después de sufrir grandes encalladas desde la salida en Portsmouth.

Peligros continuos

Los tripulantes de cuatro barcos hubieron de ser evacuados tras haber sufrido hundimientos. Otros se han visto obligados a abandonar, como es el caso del único español, Jordi Nadalmay, después de que su barco, Malu, colisionara contra las rocas de la costa gallega. Los mercantes también han significado un peligro para el desarrollo de esta arriesgada competición. Una de las pequeñas naves llegó desarbolada a la bahía de Tenerife, tras haber sufrido un golpe con un portacontenedores, en plena tempestad.Estas pequeñas embarcaciones sólo disponen de un hexágono metálico como único dispositivo para poder ser captadas por los radares de navegación comercial, así como de un radioteléfono de VHF. La junta del puerto de Santa Cruz de Tenerife y un taller de propiedad particular han colaborado con estos navegantes en las reparaciones de las averías sufridas.

Los franceses Jacques Peignon y Vincent Levy encabezan la clasificación al finalizar la primera etapa. El primero ha rebajado el récord de la regata en dicho tramo en doce minutos, y cuenta con grandes posibilidades de alzarse con el triunfo final, ya que aventaja al segundo clasificado en 36 horas. Contó con la suerte de atravesar la zona donde se registraron tres borras antes de que las mismas se produjeran.

El recorrido hasta Antigua, punto final de la prueba, es de 5.000 kilómetros y es considerado por los especialistas como más fácil de navegar que el anterior. La inexistencia de viento favorable en las proximidades a Canarias ha motivado en muchos casos el retraso de algunos barcos.

Los navegantes que participan en esta regata internacional coinciden en que lo más duro de la travesía ha sido sobreponerse a la fatiga que produce el cansancio y la soledad. Según los mismos, no hay tiempo ni para pescar. Hay que estar muy pendiente del timón. Por eso se alimentan de productos enlatados, por ser más fácil y rápida su preparación. Conciliar el sueño resulta, por otra parte, muy complicado. Sólo a ráfagas de escasos minutos o, como mucho, una hora se puede dormitar. Pero las inclemencias del tiempo obligan a menudo a mantener la atención despierta para realizar las operaciones necesarias con el fin de mantener a flote el pequeño barco.

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