Crítica:

"La fiera de mi niña": una comedia perfecta

Se nos ofrece hoy la posibilidad de pasar hora y media de entretenimiento a todo ritmo, interrumpido tan sólo por la publicidad. La fiera de mi niña es una de las obras maestras del cine y, en particular, forma parte de ese puñado de comedias irresistibles y geniales. El hecho de que Televisión Española la haya emitido en octubre de 1970 por última vez (al menos así asegura el semanario Teleprograma, que tiene el mejor archivo estadístico de programación) hace todavía más aconsejable su visión esta noche por la segunda cadena, a las 19.35 horas.Esta película, que Howard Hawks -un...

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Se nos ofrece hoy la posibilidad de pasar hora y media de entretenimiento a todo ritmo, interrumpido tan sólo por la publicidad. La fiera de mi niña es una de las obras maestras del cine y, en particular, forma parte de ese puñado de comedias irresistibles y geniales. El hecho de que Televisión Española la haya emitido en octubre de 1970 por última vez (al menos así asegura el semanario Teleprograma, que tiene el mejor archivo estadístico de programación) hace todavía más aconsejable su visión esta noche por la segunda cadena, a las 19.35 horas.Esta película, que Howard Hawks -uno de los directores más eclécticos y cultivador de todos los géneros- dirigió en 1938, y que ahora se emite dentro del ciclo Cary Grant, es la más importante de las once comedias que realizó; prototipo de la comedia americana, en el menos ejemplar de los significados, si cabe, ya que todo es intrascendencia social en ella. La irrelevancia de este cine apolítico, en el peor grado de su acepción, tiene en Hawks, por el contrario, el mérito de desquiciar la vida cotidiana de un ciudadano ortodoxo, a través de una ironía que hoy, cuarenta años después de ser realizada, puede ser asimilada en gran parte por los gustos de la juventud contemporánea.

La fiera de mi niña es un exceso (eso dijo el propio Hawks), porque todos los personajes están locos bajo la apariencia de normalidad, y porque las situaciones son tan descabelladas y tan excéntricos los diálogos que la comedia parece una película de suspense, del mejor Hitchcock.

El argumento, construido con un guión perfecto, enfrenta personajes de extravagante antagonismo. Por una parte, David Huxley (Cary Grant), paleontólogo que está a punto de concluir la reconstrucción del esqueleto de un brontosaurio, en vísperas de matrimonio con su secretaria, y en busca de ayuda para financiar sus investigaciones; un hombre tímido, ordenado y lógico. Por otra parte, Susan Vance (Katherine Hepburn -véase su perfil en el suplemento Artes de hoy-), joven de la alta sociedad, de lo más impertinente y de comportamiento alógico. Susan logra destruir el orden del paleontólogo y, en el abrazo del final, destroza el brontosaurio.

La comedia está en un baby que tiene Susan: el leopardo domesticado; en otro leopardo que se escapa del circo; en un viejo cazador que imita a la perfección el rugido del leopardo; en el último hueso que llega para completar el brontosaurio, y en el perro de Susan, que se apodera del hueso.

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