MOSCU 80

Los ídolos olímpicos mueren de pie

Los ídolos olímpicos se resisten a morir en el anonimato. Los ídolos olímpicos siempre mueren de pie. La subida al podio es un veneno para quien lo ha probado. Todos quieren repetir ese momento cumbre de una vida deportiva. Los veteranos, contrariamente a lo que sucede en manifestaciones deportivas profesionales, no arrastran su gloria por el estadio. La defienden hasta el último segundo, hasta el último milímetro. Los campeones derrotados suelen ser los primeros en felicitar a los vencedores. Entre otras cosas, porque no se sienten humillados.

La gloria olímpica es efímera. Un deportis...

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Los ídolos olímpicos se resisten a morir en el anonimato. Los ídolos olímpicos siempre mueren de pie. La subida al podio es un veneno para quien lo ha probado. Todos quieren repetir ese momento cumbre de una vida deportiva. Los veteranos, contrariamente a lo que sucede en manifestaciones deportivas profesionales, no arrastran su gloria por el estadio. La defienden hasta el último segundo, hasta el último milímetro. Los campeones derrotados suelen ser los primeros en felicitar a los vencedores. Entre otras cosas, porque no se sienten humillados.

La gloria olímpica es efímera. Un deportista que aspira al triunfo olímpico sabe que no podrá lograrlo más allá de un par de veces. Triunfos más consistentes son una excepción. Por una sola medalla hay deportistas que consagran un mínimo de cuatro años de una forma intensa y llena de restricciones. Cuando llega el canto del cisne, el gran campeón sabe perfectamente que no le va a quedar la oportunidad de un período suplementario. Cuatro años de diferencia es un período prácticamente inalcanzable.Moscú será el adiós definitivo de una serie de deportistas que han sido parte muy importante de la historia de los Juegos Olímpicos. La despedida de la inmensa mayoría no puede ser más digna. Andrianov, el gimnasta soviético que en Montreal se convirtió en uno de los grandes zares de la competición, se dedicará dentro de unos meses a la enseñanza. Para él ya no quedarán más ocasiones olímpicas. En su adiós aún ha conseguido una medalla de oro. En el momento de la despedida presenta el mejor palmarés de todos los tiempos. Andrianov ha ganado doce medallas olímpicas y de ellas siete han sido de oro. Solamente su compatriota Chaklin resiste la comparación. El campeón de los años cincuenta consiguió diez medallas y de ellas seis fueron de oro.

Se ha ido Irena Szewinska, que figura en los anales con dos apellidos, el actual y el de soltera, tras haber dejado una estela de grandes conquistas atléticas intercaladas con su maternidad. Irena no llega este año a la final de los 400 metros por lesión. Pero, con sus años, en las series calsificatorias mostró todavía su gran categoría. Irena comenzó a subir al podio en Tokio, en 1964. Ha sido un caso único de longevidad olímpica. Con ella en Moscú podría haber estado ese viejo monstruo americano del lanzamiento de disco llamado Al Oerter, que también se preparó para volver a los estadios que ya había abandonado. Oerter fue campeón en 1956, en Melburne, y mantuvo su cetro en Roma, Tokio y México. En Moscú, con toda seguridad, habría estado entre los mejores, pero «el manisero» no le permitió decir su adiós en Moscú.

Viren ha perdido ya el cetro de los 10.000 metros. Al finlandés aún le queda la oportunidad de los 5.000 y la la vista de la carrera del domingo, habrá que concederle todavía grandes posibilidades. Viren fue derrotado por otro viejo campeón de Etiopía, pero su caída fue digna. A trescientos metros de la meta aún estaba en cabeza.

Dos campeones de jabalina, el húngaro Nemeth y la germana democrática Fuchs, han cedido ya en su empuje irresistible, pero sin haber hecho el ridículo. Fue derrotada también Rosemarie AckermUn, la última gran defensora del rodillo ventral, pero más que la fuerza, probablemente, lo que le falló fue la técnica. El «fosbury», al que no quiso acogerse en su momento, ha podido más. La progresión de quienes siguen la norma de aquel casi desconocido atleta norteamericano que en México sorprendió con un estilo contra el que nada había reglamentado, ha sido superior.

En el campo de los velocistas hay tres hombres a quienes la fortuna no sonrió en los 100 metros, pero con quienes ha habido que contar en los 200. Quarries Mennea y Crwford no se van de Moscú sin dejar constancia de su calidad. El italiano, que al parecer padece una seria lesión en la espalda, aún se mostró fuerte para luchar con cierta facilidad en su mejor distancia.

Dio pena, sin embargo, ver al ugandés Akii Bua en los 400 vallas. Bua fue el campeón más simpático de Munich. Ganó la carrera y para recibir el aplauso de todo el estadio se dio una vuelta más. Aki Bua no pudo competir en Montreal por el boicoteo de los países africanos. Allí perdió su segunda gran ocasión. A Moscú ha venido pasado. La política le privó de un segundo éxito.

La gimnasia femenina ha reducido el valor absoluto de Nadia Comaneci, pero a sus clasificaciones habría que poner ciertas objeciones. La subjetividad de losjueces le ha impedido obtener mayores recompensas. Pero, con todo, ha pasado por estos juegos dejando constancia de que no ha perdido las grandes cualidades que la convirtieron en una de las reinas de Montreal.

De todas actuaciones de los veteranos, quizá la más emotíva para quienes le hemos visto subir al lugar más alto del podio fue la al de Vikto Saneev. El soviético fue relevado por un compatriota suyo en el primer puesto. Se vio claramente que no podía pasar del tercer puesto. Para él se había acabado el oro que ya había conquistado en tres ocasiones. Pero llegó el momento de realizar el último intento y se concentró como en sus mejores momentos. Emprendió la carrera con fuerte zancada y se lanzó desesperadamente. Hizo su mejor salto y con ello se llevó la plata. Fue un adiós dignísimo. Fue una despedida de «emérito» atleta. El pueblo se puso en pie para compensarle con sus aplausos aquel mutis. En otro estadio de cualquier otra ciudad del mundo, el público también hubiera aplaudido la gesta. Una gesta más de los campeones que saben defender enhiestos la fama alcanzada.

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