El Atlético se despidió de su público con otro partido lamentable

El Atlético de Madrid se despidió de la Liga ante su público con otro partido lamentable, a tono con los que ofreció a lo largo de la temporada. Lo de menos fue ya la derrota, pues incluso un empate, si el árbitro -también dentro del mediocre nivel general- hubiese pitado el penalti de Balbino a Cano, habría sido justo. El problema fue la inoperancia de los rojiblancos, tanto por fallos de los jugadores como del propio técnico. El Salamanpa, con una prudentísima y mejor armada táctica, adecuada a las precarias condiciones del rival, se limitó a aprovechar una de sus contadas oportunidades de c...

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El Atlético de Madrid se despidió de la Liga ante su público con otro partido lamentable, a tono con los que ofreció a lo largo de la temporada. Lo de menos fue ya la derrota, pues incluso un empate, si el árbitro -también dentro del mediocre nivel general- hubiese pitado el penalti de Balbino a Cano, habría sido justo. El problema fue la inoperancia de los rojiblancos, tanto por fallos de los jugadores como del propio técnico. El Salamanpa, con una prudentísima y mejor armada táctica, adecuada a las precarias condiciones del rival, se limitó a aprovechar una de sus contadas oportunidades de contraataque.El balance liguero del Atlético de Madrid en la temporada 1979-1980 ha sido de los más nefastos de su historia. Aparte de que le quede el partido de San Sebastián, donde la Real deberá jugar su último cartucho, tener tres negativos a estas alturas no es precisamente para sentirse satisfecho. Su situación, sin embargo, la ha labrado por deméritos propios. La impotencia demostrada el domingo ante el Salamanca es una lamentable tarjeta de presentación, además, ante su partido de pasado mañana contra el Madrid, ida de las semifinales de Copa, única competición con proyección europea a la que aún puede aspirar.

Marcel Domingo tardó 45 minutos en darse cuenta de que era inútil jugar con sólo dos delanteros, pero se apresuró a echar la culpa de la derrota a sus jugadores y a los técnicos anteriores, en las declaraciones al término del partido. No se puede dudar que la plantilla del cuadro rojiblanco es bastante mala. por las equivocaciones en los fichajes, por jugadores en sempiterna baja forma o lesionados. Pero las ideas podrían verse mejor, aun con malos mimbres, si imperara el orden.

El Salamanca, pese a jugar a la defensiva y a la contra, mandó tácticamente, pues el planteamiento de Felipe Mesones fue magnífico. Con Adam sobre Rubio y Balbino sobre Cano, al que anuló, penalti incluido, no tuvo inconveniente en subir al otro lateral, Corominas, al centro del campo, para ocuparse de Leal, mientras Teixidó cuidó de Quique, Enrique de Dirceu y Tomé del por enésima vez desacertado Guznián. Para final, en un hábil movimiento de sus peones, no solo ordenó a Brizzola que ayudara muchas veces atrás -Diarte se bastó para incordiar delante-, sino que Murillo ocupó una excelente posición intermedia entre su centro de campo y su defensa, como una especie de hombre libre en su propia parcela central, previo al defensivo Carmelo.

Ante esto, el Atlético no reaccionó en toda la primera parte, pues desaprovechó a Sierra en la defensa, cuando quedó completamente libre de marcaje y sólo las cabalgadas inútiles de Pereira ayudaron al mermado ataque. Pero sin juego por los extremos, bien marcados sus hombres, al margen ya de la tela de araña perfectamente organizada por el Salamanca, resultó lógico que los fallos se sucedieran, que la progresión en ataque fuera desesperadamente lenta y que las ocasiones de gol ni existieran. Apenas salvó la obligatoria iniciativa del que juega en casa, pero con una desgana tan alarmante, que fue la principal culpable del anodino partido presenciado.

A los quince minutos Diarte cabeceó muy bien hacia Brizzola y éste se mostró demasiado lento para remachar una fácil ocasión de gol. Treinta segundos después, el propio Brizzola cabeceó, ganando la acción en el salto a Ruiz -otro síntoma de que ni en cosas tan claras funcionó el Atlético-, y Pereira salvó el tanto, pues Reina había resbalado cómicamente. El sorprendentemente reaparecido portero, en cambio, salvó después otros os goles en sendas salidas a pies de Brizzola y Diarte. Pese a no estar Murillo demasiado acertado en los pases largos, el contraataque salmantino funcionó por la buena colocación, escalonada, de sus hombres, tanto para la defensa, como para iniciar después los contraataques.

Ya en la segunda parte, el que se fue muchas veces sólo fue Teixidó, por la derecha, en claro aviso del futuro gol, que lograría en su momento situado a la izquierda. Quique descuidó el marcaje, cosa que no sucedió en el lado visitante al bajar Corominas con Marcos y fijarsé Murillo con Bermejo, los dos últimos recursos de Marcel Domingo, incorporados a la vez. Enrique siguió con Dirceu, al que controló a la perfección, y Tomé pasó con Leal, que salvo un avance vistoso con Pereira, casi hizo bueno a Guzmán. Casi sin tiros a puerta, en la endémica falta del fútbol español, fue justo el solitario gol salmantino. Sólo la cabeza de Pereira o el penalti a Rubén Cano pudo haber variado una derrota, que fue lógica. No se puede jugar tan mal.

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