Zaragoza-Atlético, un verdadero despropósito

Partido malo de solemnidad, y de ningún modo digno de la máxima categoría, el que protagonizaron el domingo por la tarde en La Romareda el Zaragoza y el Atlético de Madrid. Los postes, donde fueron a dar varios balones, hicieron justicia, porque ninguno de los dos equipos hizo méritos ni ofreció juego para merecer el gol. El marcador fue, en esta ocasión, un fiel reflejo de Vo que sucedió en el campo. Maños y rojiblancos no construyeron, ni crearon y jugaron, ni atrás ni en el centro del campo, y además hubo nulidad de ideas e imaginación a la hora de atacar.El dominio territorial del Zaragoza...

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Partido malo de solemnidad, y de ningún modo digno de la máxima categoría, el que protagonizaron el domingo por la tarde en La Romareda el Zaragoza y el Atlético de Madrid. Los postes, donde fueron a dar varios balones, hicieron justicia, porque ninguno de los dos equipos hizo méritos ni ofreció juego para merecer el gol. El marcador fue, en esta ocasión, un fiel reflejo de Vo que sucedió en el campo. Maños y rojiblancos no construyeron, ni crearon y jugaron, ni atrás ni en el centro del campo, y además hubo nulidad de ideas e imaginación a la hora de atacar.El dominio territorial del Zaragoza fue claro durante casi todo el partido, pero no sirvió más que para evidenciar la falta de peligro que tenían sus ataques, sin nadie incisivo que pusiera de verdad en apuros a Navarro, pese a ese balón estrellado en el poste por Alonso. Los aragoneses no supieron sacar provecho de las muchas oportunidades que les brindaron sus rivales con sus continuos fallos. Aquello fue un verdadero despropósito que lógicamente indignó al público fuera del color que fuera. El hecho de que ninguno de los dos equipos se jugaran casi nada en el envite invitaba a pensar que podían ofrecer un -bonito espectáculo, pero todo se tradujo en lo contrario, y reinó la pasividad y la falta de ambición, salvo en esporádicas ocasiones.

La falta de juego en el centro del campo terminó por arruinar a los zaragocistas, que cada vez llegaban con menos garantías a las inmediaciones de la defensa -que no portería- rojiblanca. Y eso llevó al fracaso a Alonso, Amorrortu y Valdano, aunque este último se mostró más voluntarioso. En cualquier caso a ninguno le acompañó el acierto, y así los zagueros madrileños se limitaron a despejar balones, que la mayoría de las veces iban a terrenos de nadie, entre otras cosas porque en muchas ocasiones los once hombres de Marcel Domingo estaban en su medio campo.

No era difícil predecir el empate, sin goles por lo que estaba pasando en el campo. No solamente eran pecados de omisión, sino que los fallos se sucedían en ambos bandos, con continua s entregas al contrario y constantes imprecisiones de todo tipo. Difícilmente se puede hacer peor. Por si fuera poco, el Atlético, que paradójicamente protagonizó las ocasiones más claras de gol, las desaprovechó por parte de Marcos y Rubén Cano cuando lo más fácil era marcar.

De momento, la vuelta de Marcel Domingo no ha supuesto, ni muchos menos, que los rojiblancos hayan vuelto a coger el modelo de juego que el polémico técnico imprimió al equipo en su etapa anterior y que le propició buen número de triunfos y el beneplácito de los siempre sufridos seguidores atléticos. El domingo, en La Romareda, apareció como un equipo conformista y sin mayores ambiciones, con Dirceu en solitario, intentando hacer algo que se parezca al fútbol. Pero un hombre es, muy poco para hacer jugar a diez más. Rubén Cano sigue como en un oasis, y Rubio, que tuvo que ser sustituido por Marcos, que dio más movilidad al ataque, no está en su mejor momento. No hay empuje ni fuerza en los rejiblancos, a los que, día a día, les falta más, entidad como conjunto, lo que no deja de ser un reflejo de lo que pasa en el seno del club últimamente.

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