Baloncesto

Gibson, una contradicción en la historia del Estudiantes

Estudiantes, un club nacido y criado en un instituto nacional de enseñanza media, cantera inagotable y verdadero vivero del baloncesto español -«¡Yankees, no!, ¡yankees, no!»-, ha contratado a un norteamericano de color que llega con vitola de gran figura. Se llama Larry Gibson, tiene veintitrés años recién cumplidos y a la hora de crecer se puso en los 206 centímetros. Cuesta 30.000 dólares, lo que es mucho para el presupuesto del Estudiantes, pero el club colegial lo podrá pagar con lo que se ahorra a costa de los juniors y juveniles.

Son las siete y media de la mañana. En Barajas hay...

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Estudiantes, un club nacido y criado en un instituto nacional de enseñanza media, cantera inagotable y verdadero vivero del baloncesto español -«¡Yankees, no!, ¡yankees, no!»-, ha contratado a un norteamericano de color que llega con vitola de gran figura. Se llama Larry Gibson, tiene veintitrés años recién cumplidos y a la hora de crecer se puso en los 206 centímetros. Cuesta 30.000 dólares, lo que es mucho para el presupuesto del Estudiantes, pero el club colegial lo podrá pagar con lo que se ahorra a costa de los juniors y juveniles.

Son las siete y media de la mañana. En Barajas hay más fregonas y escobas que otra cosa. Ni siquiera ha dado tiempo a que suenen los teléfonos para recibir la correspondiente amenaza de bomba. Allí están con cara de sueño pero atentos, el entrenador Jesús Codina, y el gerente, José Pedro Bufalá, del Estudiantes junto a los hombres de Ariber, representantes del jugador que no lleva ni vaqueros ni camisa a cuadros. Tampoco masca, chicle. Es un rara avis. Pese a su talla tiene aspecto completamente normal. Viste un traje de ejecutivo, gris con rayas blancas. La camisa, no lleva corbata, también es de rayas. Muy espigado, sus centímetros parecen interminables. Sus labios, tan anchos como su sonrisa; cara dé buena persona y bien parecido, no tiene más remedio que poner cara de circunstancias. Está solo y es la primera vez que viene a España y a Europa. «Tengo, noticias de que Madrid es una gran ciudad y de que en España hay una buena cocina. Me gusta el vino y la cerveza.»«¿Puedo hacer pesas?» «Sí, por supuesto.» «¿Puedo ir ahora?» Gibson lleva muchas horas en un avión y dos días de aeropuertos, porque perdió un enlace. Asegura que no «le da al porro » y que ni fuma ni bebe. Su único vicio es hacer puntos y ganar. «¿Es muy fuerte mi equipo?» «Me gustaría ganar el campeonato. No, no porque haya venido yo. No creo que vaya a ser un ídolo. »

Gibson no desayuna mucho en el hotel porque ha comido en el avión. Está entre despistado, alucinado y sorprendido; no se sabe si porque sólo había un periodista o porque había uno. Responde a la típica pregunta y dice que su especialidad son los rebotes y el poner tapones. Para cualquiera que conozca el baloncesto desde hace tiempo resulta extraña la situación. Estudiantes, aquel equipo cuajado de jugadores que estudiaban, sin ningún presupuesto, sin campo cubierto, cuya máxima aspiración era ganar al Madrid, cosa que casi nunca conseguía por razones obvias -«¡Ha ganado, EEUU!, ¡ha ganado EEUU! »-, estaba en una mesa de un buen hotel hablando de dólares con un negrito que casualmente tiene un concepto claro de las cosas.

En un intento de ponerlo al corriente se le dice que aquí el baloncesto está considerado amateur, pero que todo el mundo sabe que él va a cobrar un dinero: «Sí, ya estoy preparado para que pregunten lo que voy a ganar y esas cosas. Lo hacen los periodistas de todo el mundo.» EL PAIS «no quiere» saber lo que cobrará -30.000 dólares-, pero sí quiere saber la importancia que da al dinero: «Hace falta para vivir, pero sólo cobra verdadera íniportancia cuando no se tiene.» Preguntado sobre si al no conocer absolutamente nada de Europa ni de España tiene algún temor acerca del problema racial, respondió que a lo único que hay que tener temor en esta vida es a Dios, y que lo demás no le preocupa porque su única preocupación es poder tener oportunidad de ayudar a los que le rodean, especialmente a los que están más marginados por la sociedad.

Gibson -así es recién llegado, tiempo habrá de analizarlo- dijo que sí, que le gustaban las chicas -«eso no es un vicio»-, que tenía novia -las fans deben hacer valer eso de que la distancia es el olvido- y al final se mostró muy extrañado, e incluso preocupado, cuando le dijeron que debería matricularse en alguna facultad, porque en caso contrario su ficha no podría tramitarse, según establece la FIBA -lo que tiene que hacer Williams Jones para justificar sus viajes- y, en consecuencia, la Federación Española. Ahora resulta que hay que recoger los rebotes desde un pupitre.

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