Tribuna:SPLEEN DE MADRID

El año de ese del niño

Como estamos en el llamado Año Internacional del Niño, me llegan continuamente noticias, informaciones, documentos, imágenes, cosas, desde el mundo de los niños Pero todo lo firman los mayores.Supongo que, en un año llamado Internacional del Niño, la única forma de mantenerse realmente niño es no darse por enterado. Si los niños de la postguerra pudimos soportar el franquismo y a Franco propiamente dicho, yo creo que fue porque no nos organizaron ningún Año Internacional del Niño Además del azúcar negro, el pan negro, las colas, el hambre, el frío, el piojo verde y Auxilio Social, un Añ...

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Como estamos en el llamado Año Internacional del Niño, me llegan continuamente noticias, informaciones, documentos, imágenes, cosas, desde el mundo de los niños Pero todo lo firman los mayores.Supongo que, en un año llamado Internacional del Niño, la única forma de mantenerse realmente niño es no darse por enterado. Si los niños de la postguerra pudimos soportar el franquismo y a Franco propiamente dicho, yo creo que fue porque no nos organizaron ningún Año Internacional del Niño Además del azúcar negro, el pan negro, las colas, el hambre, el frío, el piojo verde y Auxilio Social, un Año Internacional del Niño habría sido demasiado. No creo que a estas alturas quedase ningún niño de la guerra para votar en la posguerra de las municipales. (De todos modos, vamos a votar poco.)

Por ejemplo, Querido Mundo, un libro elegido por los editores del mundo para celebrar el Año este Internacional de la cosa. Está escrito por niños de más de cincuenta naciones. Me ha llegado hoy y lo primero que echo de menos en él es a los niños que no saben escribir. Son millones en Africa y la India. ¿Por qué esos niños no han escrito nada? Eran. los únicos que a mí me interesaban.

Estos otros, estos niños caros que van a aseadas escuelas finlandesas con olor a madera reciente, o a blancos colegios norteamericanos donde se reza a Carter de pie sobre la sillita escolar, éstos no son sino nosotros mismos disminuidos en el espejo retrovisor del automóvil loco que nos lleva al futuro. Todas sus soluciones a la violencia son soluciones violentas:

-En los países donde estallan bombas, les obligaría a que pararan, y si no los 2nibardearía.

Así dice Sandra Ludman, de diez años, del Reino Unido. El niño es siempre la conciencia inconsciente de sus padres. Todos estos mensajes infantiles pueden resumir un así como psicoanálisis del hombre postestelar y preneutrónico: nos han tendido en el diván de Freud o de Laing (a estos efectos viene a ser lo mismo) a los caballeros del siglo, y hemos parido un niño que dice lo que nosotros no nos atreveríamos a decir. Lo que en el niño queda gracioso, en el adulto queda fascista. (Quizá porque el fascista no es sino un niño que se cree un bombero malísimo y temible.)

El niño se pasa la infancia tratando de disimular que es un gato encantado en forma de niño. El niño sabe o intuye que es alguna otra cosa encantada en forma de niño. Por eso le gustan tanto los cuentos de encantamientos y hechicerías. Cuando el encantamiento cesa, el niño está ya colocado de Abril Martorell y el gato se ha ido a vivir feliz a un solar.

-Si yo gobernase el mundo habría generosidad y bondad. Si alguien no fuese bueno (por ejemplo, asesinó), o fuese cruel, la pena sería de muerte. Aunque lo sintiesen mucho, serían condenados a muerte.

Este es el mensaje que me envía, en esta primera mañana de primavera, Tony Taylor, de doce años. Para qué vamos a engañamos. Los niños, en general, son de Alianza Popular, partidarios de la pena de muerte al lagarto o al bandido. Lo que pasa es que en sus países no hay AP ni Fuerza Nueva. Pero habrá en seguida.

Insisto. A los niños de mi generación, a los niños de postguerra no nos hacían encuestas ni nos invitaban a escribir libros con otros niños raros que m siquiera iban a misa, ni nos dedicaban un año entero. Lo cual no dejó de ser una gran ventaja, porque nos evitó convertirnos en la repetición mass/mediatizada de nuestros mayores, planta infantil de Galerías, y pudimos atender todos a la sabia advertencia que nos hacía Jean Cocteau, gran entendedor del niño:

-¿Qué sería de los niños sin la desobediencia?

Nuestra desobediencia era nuestro ser-en-sí-para-sí, nuestra manera de estar en el mundo, y vivimos nuestra infancia salvaje como una épica o como una isla de oro, que dijo Juan Ramón, dejando a los mayores que se las entendieran con su Franco, su Mussofini, su Stalin y su Hitler. Ahora todos los niños son clónicos, univitelinos y de probeta ideológica. Graeme Philip Copas es un Hitler apocalíptico de once años que recoge la impaciencia neutrónica y genocida del personal que viene:

-Haced volar el mundo por los aires para que Dios lo haga de nuevo.

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