Tres mil festejos (movimiento económico de doce mil millones) hubo en la temporada 1978

Durante la temporada 1978 se han celebrado cerca de seiscientas corridas de toros, un millar de novilladas, 125 corridas de rejoneo, casi seiscientas becerradas, cerca de 3.000 festejos, si sumamos los cómico-taurinos. No son cifras sin importancia, que puedan pasar desapercibidas. Para montar este volumen de espectáculos, al que habrán asistido entre quince y veinte millones de espectadores, los empresarios han tenido que invertir una cantidad global superior a los 3.500 millones de pesetas. '

Pero este no es eldinero que mueve la fiesta de toros durante la temporada; ni siquiera la ci...

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Durante la temporada 1978 se han celebrado cerca de seiscientas corridas de toros, un millar de novilladas, 125 corridas de rejoneo, casi seiscientas becerradas, cerca de 3.000 festejos, si sumamos los cómico-taurinos. No son cifras sin importancia, que puedan pasar desapercibidas. Para montar este volumen de espectáculos, al que habrán asistido entre quince y veinte millones de espectadores, los empresarios han tenido que invertir una cantidad global superior a los 3.500 millones de pesetas. '

Pero este no es eldinero que mueve la fiesta de toros durante la temporada; ni siquiera la cifra mayor. Porque, con independencia de los servicios complementarios, están los taquillajes brutos, cuyo volumen sólo podría facilitar Hacienda. Y está, principalmente, la infraestructura del espectáculo, sin la cual la fiesta sería imposible.Empezando por la ganadería de bravo. Para que estos festejos pudieran celebrarse, las empresas adquirieron del orden de 12.000 reses (de todas las edades, entre becerros y cinqueños, siempre machos), cuyo valor real supera con mucho el precio que pagaron por ellas. Pues no compraron todo lo que hay en el campo, sino que eligieron lo que más les convenía entre los productos que pusieron en oferta las 261 ganaderías que existen de primera categoría, y las 379 de segunda.

Hubo ganaderos que vendieron todo o casi todo lo que tenían disponible -caso de Juan Mari Pérez Tabernero, que lidió arriba del centenar de reses, con lo cual batió la marca del año-, pero a su vez hubo muchos que vendieron muy poco o casi nada. Lo cual no les liberó de gastos, sino al contrario, pues hubieron de afrontar cuantos conlleva la crianza del toro bravo.

De manera que al volumen económico en que se traduce la temporada hay que añadir las cuentas de todas las explotaciones ganaderas destinadas, en exclusiva, a surtir al espectáculo taurino, con lo cual la cifra dada al principio de 3.500 millones de pesetas fácilmente se verá triplicada.

Después están las propias plazas de toros, su valor renovado y mantenimiento; cuadras de caballos; equipamiento y adiestramiento de los toreros, con sus gastos de desplazamientos y estancias; costos y puestos de trabajo complementarios, como pueden ser personal de servicio, billetaje, cartelería, etcétera.

El estudio económico de la fiesta no está hecho, que sepamos, pero bien puede afirmarse que el dinero que mueve una temporada-tipo como puede ser la de 1978, no quedará por debajo de los 10 ó 12.000 millones de pesetas; aparte, naturalmente, lo que se ingrese por taquillas y los negocios colaterales que dimanan de la celebración de las corridas.

Ante estos datos no comprendemos la indiferencia de la Administración ante el espectáculo taurino, pues las funciones de policía que ejerce, aunque necesarias, sólo son una parte ínfima de la tarea que debería realizar. A lo mejor es que no se entera. Como no comprendemos la frivolidad con que se califica con demasiada fecuencia el lugar que ocupan los toros en los niveles de importancia e interés. Hace unos días, por la televisión de siempre, un cantante chistoso y malapata se permitió hacer este juicio de valor: «Como es sabido, las corridas de toros se hacen, en un 90%, para turistas ... ». No nos extrañó ni el juicio ni la suficiencia con que lo dijo, porque el sino de la fiesta, desde que empezó la dictadura, es sufrir el papel de víctima de la incomprensión y las descalificaciones, y sigue la inercia, aunque ya estamos en democracia.

A todo esto, no falta, por supuesto, la demagogia de quienes se realizan pontificando sobre la crueldad del espectáculo, cuando no lo conocen, ni por tanto lo comprenden. Es cierto que al toro se le hiere con la puya y se le mata a estoque, pero resulta de un simplismo enervante decir que la lidia sólo es eso y que el público de toros disfruta con eso. La demagogia, en este tema como en tantos otros, se hace con insulto y con autoritarismo, y como siempre también, desde la arenga indocumentada.

Cuando en España se gobernaba a capricho del gobernante, no tenía justificación, pero sí explicación, el desprecio con que se trató al espectáculo taurino. Más ahora no hay ni explicación ni justificación: la fiesta de toros es eminentemente popular en su raíz y en su desarrollo, y debe tener el apoyo que sea preciso para que pueda mantenerse sin adulteración y sin zozobras.

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