Reportaje:

La final del Mundial de Ajedrez al rojo vivo

Víctor Korchnoi, aspirante al título mundial de ajedrez, obtuvo ayer una nueva victoria ante el campeón, Anatoly Karpov, con lo cual logró empatar a cinco puntos un encuentro que perdía hace breves días por cinco a dos. El título será para quien obtenga seis triunfos. Korchnoi superó al campeón en los cuatro últimos juegos, ganando tres y empatando uno. Las razones de este «pequeño milagro» en el polémico y politizado enfrentamiento son analizadas por

Hace pocos meses, en una entrevista exclusiva publicada en el suplemento dominical de EL PAÍS, Korchnoi declaró, con prepotente énfasis: ...

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Víctor Korchnoi, aspirante al título mundial de ajedrez, obtuvo ayer una nueva victoria ante el campeón, Anatoly Karpov, con lo cual logró empatar a cinco puntos un encuentro que perdía hace breves días por cinco a dos. El título será para quien obtenga seis triunfos. Korchnoi superó al campeón en los cuatro últimos juegos, ganando tres y empatando uno. Las razones de este «pequeño milagro» en el polémico y politizado enfrentamiento son analizadas por

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Hace pocos meses, en una entrevista exclusiva publicada en el suplemento dominical de EL PAÍS, Korchnoi declaró, con prepotente énfasis: «El viejo es Karpov y el joven soy yo.» Era la respuesta a una pregunta sobre los veinte años de diferencia que hay entre los dos ajedrecistas. Korchnoi, con sus 47 años, sostuvo que el campeón mundial, de veintisiete, «había nacido viejo». Con la seguridad típica de los individuos extrovertidos, aseguró que el cansancio natural de un encuentro, sin límite de partidas, a resolverse en seis victorias, llegaría primero para su rival, «que no fuma, no bebe y que ni siquiera tiene amores ...».Ese cansancio parece que ha llegado, como lo cantan los resultados. Las noticias procedentes de Baguio, sede del «match», informan que Karpov, un joven delgado, de estatura mediana y de 56 kilos, ha perdido peso en forma visible. Mientras, la prolongación del «match», con la gran tensión nerviosa que produce en los dos contrincantes, no ha afectado en forma visible al retador, un hombre pasional, buen nadador, mediocre tenista, amigo de la mesa, gustador de los buenos mostos y propicio para los entreveros amorosos.

El ajedrez no consiste solamente en una lucha con un tablero, dieciséis piezas y un reloj. Los factores ajenos al juego pueden tener decisiva influencia, especialmente en un encuentro por el título mundial. En este de hoy existe el elemento nuevo del la politización. Korchnoi se ha convertido en un disidente soviético, después de haber solicitado asilo en Amsterdam, en julio de 1976. Por su parte, Karpov es un hombre del establishment y forma parte del Comité Central de la Juventud Comunista de Leningrado, ciudad en la que habita con su familia.

Debe agregarse a este panorama, que aparentemente nada tiene que ver con el ajedrez, una circunstancia curiosa. Las autoridades soviéticas no han permitido la emigración de la esposa y del hijo de Kochnoi, que habitan en Leningrado, pese a los insistentes pedidos para una salida legal, apoyada en el hecho de que Nora Korchnoi es judía y que se ha acogido a la disposición que permite el viaje de judíos para Israel. En los últimos diez años el Gobierno de Moscú autorizó la emigración de más de 100.000 hebreos soviéticos.

Otro elemento que debe agregarse, en este panorama extratablero, consiste en las reacciones personales de los dos rivales. La posición de disidencia política ha llevado a Korchnoi al odio, como claramente se deduce de su libro El ajedrez es mi vida, en el cual formula una serie de denuncias -exactas o no- contra las autoridades del ajedrez de lo que fue su patria. Korchnoi sostiene que fue boicoteado en su «match», de 1974, con Karpov, en la final que debía designar al desafiante del norteamericano Robert Fischer, entonces campeón mundial. En ese encuentro triunfó Karpov por tres a dos y diecinueve tablas, en un cotejo a veinticuatro partidas.

Este cuadro ha colocado al joven Karpov, que es «un tanto abúlico», como él mismo confesó en un reportaje, en el papel del caballero Bayardo contra el infiel. Pero los resultados de estos últimos días han demostrado que la armadura es de hojalata o que, simplemente, no existe tal capacidad guerrera.

El ajedrez es el segundo deporte en la URSS, después del fútbol, claro está. La escuela soviética es extraordinaria y los mejores jugadores del mundo salen de ella. Pero lo lamentable es que han hecho del ajedrez un arma de propaganda política, tanto en el interior como para el exterior. Se apunta este hecho en relación con Karpov, que se ha visto obligado a soportar una responsabilidad que, probablemente, es excesiva para su temple.

En el aspecto estrictamente ajedrecístico conviene recordar que el juego desarrollado por el campeón es inferior a su rendimiento normal y que le permitió triunfar en tres grandes torneos disputados en los últimos doce meses. Karpov ha jugado, hasta hoy, con un plan conservador, a la espera del error enemigo, sistema que le brindó buenos resultados en las veinte primeras partidas del cotejo. Pero, después, se produjo la extraordinaria reacción del aspirante, que ha jugado mucho mejor, con recio espíritu de lucha, sin miedo y sin agazaparse.

Korchnoi declaró anoche, al término de su quinto triunfo, en clara síntesis del futuro inmediato: «Ahora el "match" se ha convertido en una lotería.»

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