El boxeo profesional debe ser suprimido

El caso del boxeador Rubio Melero no es el primero que se produce en España y, desgraciadamente, no será el último, porque en este país no hay todavía ambiente suficiente para la supresión de este brutal deporte. Los casos dramáticos del ring no desaparecerán mientras la actividad profesional sea legal. La desaparición de las alimañas, la desaparición de los responsables de combates desiguales, la desaparición de todos los bajos fondos que controlan a los infelices hombres que buscan un salario a fuerza de golpes e incluso un óptimo control de las peleas, además de la toma de medidas médicas p...

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El caso del boxeador Rubio Melero no es el primero que se produce en España y, desgraciadamente, no será el último, porque en este país no hay todavía ambiente suficiente para la supresión de este brutal deporte. Los casos dramáticos del ring no desaparecerán mientras la actividad profesional sea legal. La desaparición de las alimañas, la desaparición de los responsables de combates desiguales, la desaparición de todos los bajos fondos que controlan a los infelices hombres que buscan un salario a fuerza de golpes e incluso un óptimo control de las peleas, además de la toma de medidas médicas para intervenir urgentemente en casos graves, no evitarán los accidentes. En el boxeo existe el golpe mortal y, por tanto, todo lo que no sea luchar por su supresión será inútil.

Rubio Melero subió al ring del Palacio de los Deportes a disputar una pelea, en principio, desigual. Era su octavo combate profesional y acababa de ascender a la segunda serie. Su oponente era el actual campeón de España, que aunque no sea un púgil excepcional era, evidentemente, muy superior. Había entre ambos la diferencia que separa la experiencia de la bisoñez.El presidente de la Federación Española de Boxeo ha afirmado que hizo gestos al árbitro para que detuviera el combate. El árbitro no puede, en ningún caso, parar un combate porque se lo pida un presidente. La obligación del presidente estaba, en todo caso, en haber impedido la celebración de la pelea. La obligación del presidente estaba, seguramente, en exigir a los organizadores de la velada todos los medios necesarios para que, en caso de accidente, existiera la mínima asistencia y rapidez para un traslado a un centro quirúrgico.

El Palacio de los Deportes, no lo dudo, no es un recinto perfeccionista y, seguramente, no tendrá siempre el material médico suficiente para atender las incidencias normales en la práctica de los deportes que allí tienen cabida. Lo que resulta evidente es que en España no existe una reglamentación seria que obligue a los organizadores de espectáculos deportivos a contar con unos medios concretos. Por poner un ejemplo, las plazas de toros -aunque eso sí con la ridícula discriminación de unas plazas respecto de otras, según categoría- saben el instrumental que han de disponer por si se produce la cogida. En los recintos deportivos no se sigue a rajatabla, de acuerdo con el deporte de turno, un reglamento específico.

En la escala de deportes violentos y propicios al accidente grave, es el boxeo de los que ocupa uno de los primeros lugares. Que se sepa, los organizadores de los combates nunca han previsto nada más que lo que escasamente pide la Federación. Por otra parte, resulta comprensible que no se exijan quirófanos.

El boxeo suele arrastrar grandes polémicas cuando ocurre el suceso lamentable, pero habitualmente, nadie se plantea seriamente la posibilidad de dictaminar su supresión. Cuando pase la tormenta del caso Rubio Melero, todo volverá a sus cauces habituales y, de nuevo, nos encontraremos con la posibilidad de que el hecho se repita. Los defensores a ultranza de este anómalo deporte argüirán que mueren menos púgiles que conductores de automóviles cada semana. Se volverá a los tópicos para seguir alimentando un deporte basado en la sangre, las orejas de alcachofa y los hombres con lesiones irreversibles.

El boxeo, en algunos países, concretamente en los del este de Europa, solamente existe a nivel amateur, que es el que permite una gran defensa a quienes lo practican. Tres asaltos de tres minutos, con guantes diferentes y con cuentas protectoras al menor síntoma de inestabilidad de uno de los contendientes, difícilmente pueden parar en situaciones dramáticas, aunque tampoco son evitables de un modo absoluto.

El boxeo es un deporte incivilizado. El boxeo por mucho que la literatura lo adorne con aquello del «noble arte» y demás zarandajas, está basado fundamentalmente en la posibilidad de que un hombre fulmine a otro. Está basado en la posibilidad de que el cerebro pierda durante unos instantes su ritmo habitual. Está basado en llenar la cabeza del contrario de lucecitas hasta que se produzca el cortocircuito.

El boxeo profesional es una actividad que produce carne de cañón, que mantiene en pie a los paquetes, para que se pueda lucir el que empieza, que, salvo excepciones, se nutre de marginados que al final de su actividad volverán, en un gran número, al campo de otras marginaciones.

El boxeo, en otros tiempos, proporcionaba dinero a sus practicantes. Ahora, ni eso. Ahora se matan por una limosna. En los países desarrollados ha sufrido un fuerte retroceso en los últimos años. En España es el momento de asestarle el golpe definitivo. Hace falta un KO rotundo.

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