El Madrid ganó de penalti... y gracias

Los partidos Madrid-Valencia -y después de lo visto el domingo en Chamartín, por si todavía quedaba alguna duda-, son un ejemplo típico de rivalidad. En teoría, pues, tienen atractivo. Pero como casi todos los partidos de rivalidad, en la práctica se pueden convertir en malos de solemnidad. Eso exactamente es lo que ocurrió bajo la lluvia de una tarde plomiza, donde lo único vistoso fueron las camisetas «senyeras» de un Valencia decepcionante, pero menos que el Madrid, vencedor afortunado y de penalti.Hacía tiempo que no se veía en un campo de fútbol tanta precaución en el juego, tanta aglomer...

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Los partidos Madrid-Valencia -y después de lo visto el domingo en Chamartín, por si todavía quedaba alguna duda-, son un ejemplo típico de rivalidad. En teoría, pues, tienen atractivo. Pero como casi todos los partidos de rivalidad, en la práctica se pueden convertir en malos de solemnidad. Eso exactamente es lo que ocurrió bajo la lluvia de una tarde plomiza, donde lo único vistoso fueron las camisetas «senyeras» de un Valencia decepcionante, pero menos que el Madrid, vencedor afortunado y de penalti.Hacía tiempo que no se veía en un campo de fútbol tanta precaución en el juego, tanta aglomeración de hombres en el centro del campo, que en resumidas cuentas no ordenaban nada, porque materialmente no tenían sitio para revolverse. Para colmo, al ser un tropel, no podían pasar adelantado a nadie, porque no existía nadie más que ellos. En el Valencia, con Kempes arrancando desde atrás, según su costumbre, al menos quedaron adelantados Felman -aunque una inutilidad- y Diarte -que ya no es ni sombra de lo que era-. Pero en el Madrid es que sólo permaneció Santillana, y en una especie de isla desierta -por eso perdió dos ocasiones de gol-, mientras Jensen y Juanito se volvían a «esconder» atrás, sin cuajar ninguno de sus avances, una vez más, demasiado complicados e individualistas.

El gol: M

14. Jensen se desmarca muy bien por la derecha del área y recibe el balón adelantado. Cerveró le entra por detrás y le derriba. Claro penalti, que Juanito transforma muy bien.Arbitro: Ausocúa. Regular arbitraje, que acabó con dos graves errores. Enseñó tarjeta amarilla a Manzanedo por protestar tras el penalti, a Cabral igualmente por protestarle absurdamente, y mucho después de un fuera de banda dudoso -se encaró repetidamente con el juez de línea-, a Santillana por entrada a Carrete, y a Marcel Domingo, en el banquillo, igualmente por protestar. Amonestó también, pero sólo verbalmente, a Kempes, por sacar una falta antes de tiempo, y a Castellanos por entrada a Stielike. Se equivocó al sancionar únicamente con tarjeta amarilla la agresión de Cordero a Juanito, en el minuto 68, que no pareció un simple manotazo o empujón, sino casi un puñetazo. A continuación, el hombre libre valencíanista se buscó tontamente la expulsión con la segunda cartulina al entrar duramente a Stielike, delante mismo del colegiado. El señor Ausocúa, además, debió amonestar a Juanito, al menos verbalmente, pues el enfado de Cordero lo provocó el madridista al meter el pie con mala intención cuando ya tenía el balón perdido. Otro grave error fue el no señalar -posiblemente no se atrevió un segundo penalti hecho a Santillana por el mismo Castellanos en el minuto 73. Jensen había centrado, y Sol cabeceó hacia el delantero centro, que fue derribado con una zancadilla «de muslo». Arbitraje blando, pues, y también contemporizador, aunque procuró no cortar excesivamente el juego y tampoco se equivocó en otros aspectos técnicos. Fue sintomático que al final del encuentro varios jugadores valencianistas -los más perjudicados en teoría- Carrete, Manzanedo, Kempes y algún otro, le felicitaran. Lleno en Chamartín. Llovió,aunque de forma suave, durante casi todo el partido. El terreno de juego estaba, lógicamente, algo blando y resbaladizo, pero en bastantes buenas condiciones. Santiago Bernabéu, como había anunciado, presidió el partido. Fue recibido sólo con algunos aplausos, aunque cabe pensar que el público estaba más dedicado en esos momentos a guarecerse de la lluvia y a acomodarse.

San José salió para ocuparse de Kempes, y Pirri se encontró con Castellanos también por la parcela central. Las otras parejas eran Wolf-Cabral y Juan Carlos-Stielike. El alemán, pese.a tener algunos detalles de clase, demostró claraffiente que aún es una incógnita su buen rendimiento. Nadie dominaba, pues. El partido fue un continuo embarullamiento, porque no se abrió el juego a las alas. Tampoco las había. Sin ir más lejos, el gol madridista, fruto de una jugada aislada, no fue ningún índice de superioridad. Dos tiros lejanos de Castellanos resultaron el mayor peligro de la primera parte. En el primero, Amador, el tercer portero blanco ascendido repentinamente por carambola, enseñó su calidad, como anteriormente a saque de falta de Kempes había dejado sentada su seguridad en los blocajes.

El principio del segundo tiempo, sin embargo, ya fue otra cosa. El Valencia, que habla venido a marcar al menos el golito de Kempes y no sólo no lo había logrado, sino que perdía de penalti, adelantó a sus hombres y concretamente a su máximo goleador. También imprimió más velocidad a su juego y simplemente con eso se movió con más soltura. Diarte tiró ligeramente alto, tras un clamoroso ejemplo de cómo se juega mal a dejar en fuera de juego al rival por parte -de la defensa blanca y Juan Carlos, con Stielike diluyéndose, lanzó otros dos disparos desde el borde del área, pero desviados.

No sé si el Madrid hubiese resistido el acoso valencianista toda la segunda parte. Lo que sí es evidente es que la expulsión de Cordero acabó con el poco buen juego «che». Al Valencia, por lo visto el domingo en Chamartín, le tocó jugar el papel de «malo» y de perjudicado a la postre, aunque algunas veces no lo mereciera. Lo peor suyo fue que tampoco dio excesiva sensación de peligro y el partido, por ello, resultó desastroso para el sufrido espectador, que vio cómo un choque con interés previo se había convertido en otro con dos equipos jugando a dejar pasar el tiempo.

De todas formas, el Valencia, pese a jugar ya con diez hombres -Palmer encargándose ahora de Stielike y Castellanos de libre- lo hizo mejor y pudo al menos empatar. Después que Amador salvara con el pecho un remate de Kempes, Botubot, en dos remates de cabeza, sobre todo el segundo, estuvo a punto de conseguirlo. Pero lo curioso es que la mejor ocasión, dos minutos después de ella, y ya en tiempo de descuento, fue madridista. Santillana, como último ejemplo de la inoperancia general, remató a las nubes un centro del recién entrado Roberto. El segundo gol hubiese sido inmerecido a todas luces.

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