El día que Paula Badosa se hizo muy pequeña
La española, presa de los nervios, desperdicia un 5-1 favorable en la segunda manga y se despide en los cuartos ante Navarro: 6-2 y 7-5. “Me he hecho una hormiga”
Libro abierto, Paula Badosa analiza sin tapujos y con los ojos vidriosos, después de ceder contra la estadounidense Emma Navarro en los cuartos de este US Open que se ha quedado ya sin españoles (6-2 y 7-5, en 1h 12m) y “muy decepcionada” consigo misma. Se abre en canal y sintetiza: “Me he hecho pequeña, una hormiga. Quería irme de la pista”. Y añade: “Ha sido un completo desastre”. Es un sí pero no, línea ascendente pero también esa mente puñetera que le desvía irremediablemente. Otra vez. Se levanta, crece y mejora, circunstancia seguramente insospechada hace no demasiado, pero ella quiere más y más, ir a una velocidad que al final le penaliza. Demasiado rápido, reconoce. Así sucede esta vez, víctima de las prisas y de empezar la casa por el tejado, pensando de más en el siguiente paso cuando enfrente tenía a una rival que no admite el más mínimo despiste.
Tiene Badosa trazos de magnífica jugadora y va recomponiendo el puzle, pero a la evolución le juega una muy mala pasada la cabeza. “Tengo que aprender a ser menos obsesiva”, lamenta. “He empezado a pensar más allá, más allá y más allá, y eso me hace mucho daño; al final no estoy en el presente, algo que suele sucederme y que, sinceramente, trabajo a diario con mi psicólogo, el estar en el presente. Pero siempre me ha costado mucho porque no es mi esencia”, transmite tras un duelo que bien ha podido tener más recorrido, 5-1 arriba ella en la segunda manga, desperdiciada al final la renta y sin vuelta de hoja la situación. Queda fuera del torneo y hace autocrítica: “Las ganas y el quererlo tanto… Se me hacen grandes estas rondas. Entre el ruido de la pista y, sobre todo, el ruido interno mío, he ido haciéndome muy pequeña”.
Extraña esta mañana en la Arthur Ashe, donde la acción transcurre en una atmósfera silenciosa y en forma de planicie, la que impone sigilosamente Emma Navarro durante todo el primer parcial, fría como un témpano la estadounidense. Imperturbable ella, una máquina. En este cruce de buenas dinámicas prevalece la de la norteamericana, una tenista diésel que no tiene agujeros, todo concentración y linealidad, estupenda desde ambos perfiles y extremadamente aplicada; puntada a puntada va haciéndose con el mando, firme, serena, sin circunloquios, confiando ciegamente en un plan que es radicalmente opuesto al de Badosa: puro método de un lado, un cañón del otro. Control y fuerza, cara a cara. Lo segundo, solo en forma de ráfaga. Breve el arrebato.
No ha entrado la española con buen pie, un par de dobles faltas para abrir boca y la rival (23 años y 12ª del mundo) ganándole más y más terreno, desprendiendo los hechos la sólida sensación de que mucho debe cambiar todo para que exista un debate de verdad, de que haya discusión porque el duelo adquiere la dirección del monólogo. “¡Tira Paula, tira!”, vocifera desde el rincón el preparador de la española, Pol Toledo, intentando reanimar a una jugadora que se enfrenta por primera vez a la inmensidad de la Arthur Ashe, escenario siempre complejo y particular, curioso si vienen bien dadas y enterrador cuando la historia se tuerce; lo mismo se desentiende la grada que te devora. Reacciona la catalana, pero después llega el pinchazo. Queda todo en mero amago.
20 errores más
Pasa un tren de repesca para Badosa en el primer parcial, con 4-2 abajo, pero un resto flojo y otro desviado habilitan la rúbrica de Navarro, que luego pierde la clarividencia cuando su adversaria —10 centímetros más de estatura, 1,80— intenta reengancharse pegándole a la bola con el alma, de zurriagazo en zurriagazo. Tirar, tirar, tirar, la fórmula del momento. Y parece que funciona, pero después llega el exceso de revoluciones, la intervención traicionera de esa mente ansiosa que quiere ir siempre más rápido de lo aconsejable; pensar demasiado, darle al tarro: sinónimo de complicaciones. 5-1 por encima, el arreón queda en algo pasajero y progresivamente llega el derrumbe, ese desastre al que se refiere ella, tenista autodestructiva que pelea desde niña contra esa zozobra interior. Va perdiendo poco a poco el crédito recuperado y se diluye finalmente sin remedio. Es un saco de nervios. No hay vuelta atrás.
“En Wimbledon [apeada en los octavos] me pasó exactamente lo mismo y hace tres años en Roland Garros también. Me pudo la situación otra vez. Pensé más allá...”, recuerda. “Estaba lenta de piernas, mi tenis no reaccionaba, he bajado la intensidad y la rival te domina más. Entonces he vuelto a estar muy incómoda, muchas frases negativas en mi cabeza. Intentaba ver si pasaba algo, un milagro, pero el juego no ha ayudado mucho...”, relata. La hoja estadística corrobora: su raqueta solo ha escupido diez golpes ganadores y ha incurrido en 35 errores no forzados, siete dobles faltas, frente al compensado balance completado por Navarro, solo 15 fallos y beneficiada por esas idas y venidas emocionales de la española, que iba muy bien y se marcha con mal sabor de boca. Quiere más, claro, pero la realidad le devuelve a la tierra. Los grandes, el último (y gigantesco) escalón. Pero debe antes hacerse fuerte en la escala intermedia.
Lo dicho, las prisas.
Se va Badosa virtualmente entre las 20 mejores, habiendo dado un significativo salto en el ranking y reconstituido buena parte de la confianza, después de un destacado paso veraniego por tierras norteamericanas. Sin embargo, queda ahí el debe, esa marejada mental que nunca se termina de ir: es ella contra la de enfrente y, en muchas ocasiones, una tenista contra ella misma.
LAS ESPAÑOLAS Y LAS SEMIFINALES: INALCANZABLES DESDE EL 96
Navarro, la que más triunfos (30) ha logrado esta temporada sobre pista dura, se medirá con la vencedora del partido entre Aryna Sabalenka y Qinwen Zheng —sin empezar al cierre de esta edición— en la penúltima ronda. Una cota que se le resiste a las jugadoras españolas.
La última en llegar tan lejos en Nueva York fue la aragonesa Conchita Martínez, quien logró acceder tanto en 1995 como en 1996. Desde entonces, dos intentos frustrados de Carla Suárez (2013 y 2018) y ahora este último de Badosa, que a la vez se queda sin romper su techo en un Grand Slam.
La española se lamenta. “Cuando estaba en Madrid, fuera del top-100, lo hubiese firmado, obviamente. Pero ahora quiero más. Ya no quiero el top-20, quiero el top-10 y cuando esté en el top-10 voy a querer el top-5. Y así sucesivamente... Siempre me ha pasado”, indica: “hacía muchísimo tiempo que no estaba en unos cuartos y los nervios son diferentes, a los una final de un Masters 1.000, incluso; cuando ahí llegan momentos tensos los gestiono mucho mejor. Pero un Grand Slam los nervios no tienen nada que ver, es completamente diferente”.
“Si voy viviendo este tipo de experiencias, espero algún día poder verlo como algo normal. Relativizarlo. Ahora mismo para mí aún no es normal, porque necesito estar más veces aquí, pero ojalá lo consiga”, concluye antes del ligero lapsus, signo de los pensamientos que se entrecruzan: “Hoy se me ha olvidado hasta hablar en inglés. Vaya día... ¿Puedo irme a dormir?”.
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