Nadal reaparece, pierde y, sobre todo, disfruta
El español vuelve oficialmente a la pista con una derrota en el dobles junto a Marc López (doble 6-4), antes de la puesta de largo individual, el martes frente a Thiem
Casi 350 días después de su última aparición, Rafael Nadal volvió a competir oficialmente sobre una pista. Poco se puede extraer del intrascendente ensayo en el dobles de este domingo frente a Max Purcell y Jordan Thompson, mero rodaje, amable reinserción en el juego junto a su amigo (y ahora técnico también) Marc López. Poco importa el marcador, favorable al dúo australiano: doble 6-4, en 1h 13m; poco más de una hora que a buen seguro le vendrá de perlas. Hoy por hoy, todo kilometraje vale oro. El mallorquín, de vuelta tras cerrar el parón más prolongado en sus 20 años de carrera en la élite, vuelve a sentirse tenista y esta primera aparición no es más que un simple anticipo del retorno individual que se producirá el martes, no antes de las 9.30 hora española (Movistar+).
Entonces se medirá con el austriaco Dominic Thiem, en una prueba que seguro será mucho más fidedigna y en la que de verdad reemprenderá el camino. En esta primera puesta en escena, Nadal, de 37 años, tan solo esbozó detalles. Tiene tacto con el drive, porque para él eso es como andar en bicicleta, y sobre todo ofreció señales optimistas en la movilidad. No hay mejor indicio en el retorno que la ejecución de las maniobras, y al balear se le percibió bien, dinámico, fresco de piernas, firme en la arrancada e intuitivo; no estuvo fino en la volea, pero desde la trinchera volvió a infundir respeto. Guiños cómplices hacia su banquillo, varias carjadas. Señales positivas en el Queensland Tennis Centre de Brisbane y la sonrisa final del protagonista, que reapareció de la mano de su amigo Marc.
Juntos lograron el oro olímpico en 2016, y entonces no se adivinaba un largo trazado profesional para Nadal. Vuelve una vez más a la carga, quién sabe si para despedirse antes o después, el tiempo (y su cuerpo) lo dirá. En todo caso, su deporte le recibe con los brazos abiertos y el martes aguarda un interesante duelo con Thiem, en su día el opositor más firme sobre la tierra batida —ambos protagonizaron dos finales de Roland Garros— y ahora inmerso en una crudísima pelea por regresar al espacio que cedió a consecuencia de una grave lesión de muñeca y el intrínseco daño mental. Sabe de ello el español, de nuevo sobre la pista, feliz de volver a pelotear y recibir el calor de la grada. Perdió, pura anécdota. En realidad, una jugosa victoria anímica.
Determinación y realismo
“Tengo buenas sensaciones aquí, en Brisbane, por eso he decidido volver. Quería regresar en un sitio que me trajera buenos recuerdos”, precisaba antes de saltar a la pista este domingo, refiriéndose al doble paso por el torneo en 2017 y 2018. Aquel primer desfile —cedió en los cuartos, ante el canadiense Milos Raonic— precedió a su desembarco en la final del Open de Australia, contra Roger Federer, y el siguiente se truncó por una lesión. Seis años después, el de Manacor incide en que no puede predecir nada, aunque matiza que “hay muchas opciones” de que esta sea su última gira por Australia. La victoria, recalca, no es el fin, sino sentir que puede jugar contra cualquiera”. Por encima de todo, añora la sensación de competir.
“No lo he podido hacer porque, durante este tiempo, mi cuerpo no estaba preparado. Cuando te sientes mal, no puedes hacerlo. Echaba de menos estar sano y despertarme sin dolor, el tener la oportunidad de tener una vida normal; así que cuando empecé a sentirme preparado, como ahora, sabía que estaría impaciente por que llegase la competición. Es lo que me gusta. Si no tuviera la determinación y la pasión, no estaría aquí”, prolonga, quitándole importancia a los elogios que le llueven por parte de otros jugadores: “Si les preguntáis, no van a decir que soy un desastre... Lo que digan no tiene mucho valor, porque si yo estuviera en su posición tampoco diría cosas malas de otro”.
Consciente de la enorme expectación que genera su vuelta, así como de que una vez que está en escena de nuevo sus seguidores sueñan con otro teórico imposible, el tenista intenta rebajar el mensaje y se une a la línea de prudencia que transmite su círculo. Por ahora, Nadal prefiere no hacer ningún tipo de pronóstico. Pies en el suelo, insiste. “No me importa si gano o pierdo”, comenta, antes de añadir: “Si soy realista, estoy feliz por la forma en la que estoy entrenando. No tengo las expectativas que tenía en el pasado. Hace un año me operaron [del psoas ilíaco y de la cadera] y no he tenido mucho tiempo para alcanzar un nivel decente, así que lo que pase después es imprevisible”.
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