Llopis se agiganta entre los gigantes del 110m vallas de los Juegos
Pese a una mala salida, que le lastra, el atleta valenciano remonta hasta la cuarta plaza en una final olímpica en la que Grant Holloway logra por fin el oro que le faltaba
Cuando Quique Llopis saltó a la pista, aún sonaban felices las campanas del atletismo español en celebración de las mujeres del 1.500m, de la clasificación de la inteligente y feroz segoviana, y qué clase, Águeda Marqués para la final, y cinco minutos después por los extraordinarios 3m 57,75s con los que la soriana Marta Pérez, pese a no clasificarse para la final, y tal es el nivel de la prueba, batía por casi dos segundos el récord nacional de la inolvidable Natalia Rodríguez (3m 59,51s), la primera española que bajó de los cuatro minutos, y lo hizo hace 19 años.
En el palco, Simone Biles, la gran heroína americana.
Cuando el locutor manda callar y el estadio es silencio, Llopis, calle tres, se concentra intentando descifrar lo que le espera al final del pasillo tan largo, pasadas las 10 vallas. Después toca el suelo con las manos sin doblar las rodillas, besa la medalla de su perro, Rayo, que esconde detrás de la camiseta y se coloca en los tacos. Solo se oye un grito desde las gradas, estentóreo: ¡Vamos Quique!
Tres años después de los Juegos de Tokio, otro español del año 2000, como Asier Martínez, en una final olímpica de 110m vallas, y peleando. Quique Llopis contra los gigantes del mundo. Convencido. Grant Holloway, el gran favorito, está al otro lado, lejos, en la seis. Demasiado distante para que le sirva de acicate, para poder perseguir su sombra, porque el chaval de Bellreguard y sus playas no hace la mejor salida de su vida. No son las 144 milésimas de reacción (cuatro centésimas, un mundo, más lento que el atómico Holloway) lo que le hace salir a remolque, es la puesta en acción, pues llega séptimo a la primera valla, quizás una décima más lento de lo que deseaba, y su capacidad de remontada desde el tercer obstáculo, magnífica, paso de vallas entre 1s y 1,03s, rozando lo justo, frecuencia cíclica mil veces entrenada, queda limitada.
“No ha sido para nada lo que esperaba. Ha sido un poco loco el inicio de carrera”, analiza el atleta, autoexigente. “No ha sido bueno, pero el lanzado ha sido muy, muy bueno. Pero, bueno, tengo que estar muy contento. Es un cuarto puesto”.
No corre contra desconocidos, sino contra los mejores del mundo. Sus 13,09s, magnífica marca lograda en junio, es la séptima, empatado con la octava, de los ocho participantes, y está el campeón olímpico de Tokio, Hansle Parchment, y cuatro más que han bajado de los 13s, la marca de los extraordinarios. No solo Holloway (12,81s de mejor marca), también sus compatriotas Daniel Roberts (12,96s) y Freddie Crittenden, y el jamaicano Rasheed Broadbell (12,94s). Pero Llopis, más seguro que nunca en su territorio, persiste y avanza. Se agiganta entre los gigantes. En la tercera valla es sexto, y sexto es aún pasada la octava. Y en un nada, ya es cuarto, y lanza el pecho casi hasta dislocarse llegando a la línea final, pero no avanza más. El bronce estaba lejos. Tres años después de su gran decepción de Tokio, la final en la que Asier Martínez fue sexto y Parchment sorprendió a todos, Holloway, de 26 años, con unos magníficos 12,99s (viento, -0,1 m/s), se lleva el oro, la medalla que le faltaba al ganador de los tres últimos Mundiales. Por fin se cumple lo que estaba escrito en los libros olímpicos. La plata se decidió en la fotofinsih a favor de Roberts, plata con 13,09s, la misma marca que Broadbell, bronce, la misma mejor marca de Llopis, que de haberla repetido en París, que era el plan, la idea, quizás le habría servido para igualar incluso la medalla de plata de Orlando Ortega en Río. Tan cerca estuvo Llopis, que fue cuarto con 13,20s.
“Creo que hay que hacer un balance positivo, aunque puede que ahora no lo vea todo lo positivo que me gustaría porque he visto que podía estar luchando por las medallas”, dice el atleta valenciano, de 23 años, comedido siempre a la hora de expresar sus emociones y sus ambiciones. “Creo que me sabe a poco este cuarto puesto, y eso es positivo también, porque nos deja con hambre de seguir luchando y el año que viene volver y luchar por más”.
Exceptuando a Marta Pérez y a Águeda Marqués, que se entrenan en el CAR de Madrid, y a Moha Attaoui, enrolado en el proyecto profesional de On en Saint Moritz con entrenador alemán, los mejores atletas españoles en París crecen en la periferia, de la mano de técnicos que se han convertido en los mejores del mundo, como Iván Pedroso, con Ana Peleteiro y Jordan Díaz, o que crecen con ellos, sin romper con sus raíces. Álvaro Martín se entrena en Cieza, que no es su pueblo pero es donde se ha ido a vivir, junto a José Antonio Carrillo; María Pérez está en Guadix con Jacinto Garzón, cerca de su Orce, y Llopis, ya magnífico júnior, ha seguido progresando siempre con Toni Puig. Y a sus cualidades técnicas, la caída en la final de los 60m vallas que podía haber ganado en Estambul, le dio el empujón hacia la madurez mental con la que se mueve y con la que corre. “Aquel golpe me transformó, me ayudó muchísimo”, dice. “En todo lo que llevo de temporada de aire libre no he tocado ninguna valla, o si he tocado alguna han sido toques sin importancia, y sí, sí, tengo plena confianza en mí, en mi estado de forma, y en mi salud mental también”.
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