Evenepoel consigue su segundo oro en los Juegos de París al imponerse en la carrera en línea
El belga, ganador de la contrarreloj, iguala el único doblete olímpico al coronarse campeón de ciclismo en ruta, tras un ataque que ni Van der Poel ni Pidcock pudieron replicar
Cuando llega a París, todos los años, salvo este olímpico, el Tour es una fiesta rutinaria y cansada, brindis con champaña en flautas de plástico, fotos de rigor, niñerías de gentes del camino cansadas al final. Cuando el belga Remco Evenepoel, sublimado por su papel de ciclista único, asciende por la rue Lepic desde el Moulin Rouge hasta la plaza de Tertre y todos los lugares más turísticos de París, la prueba en línea de ciclismo se convierte en algo único, la épica de lo auténtico invade el terreno de los pintores de pacotilla, de las estampas falsas, y con la tumba de Jim Morrison, no muy lejos, en Père Lachaise, la cumbre de lo auténtico, lo profundo. El esfuerzo íntimo compartido con la afición que tras las barreras amontonadas se emociona, y pide otra cerveza.
Remco Evenepoel está convirtiendo la carrera que parecía raquítica en un monumento, en el sexto monumento del ciclismo, uno que solo surge cada cuatro años.
Y, sin embargo, Remco Evenepoel no es más que un niño con alma de turista, esa es su belleza, y su sonrisa ingenua cuando, después de ganar, en solitario, su segunda medalla de oro en ocho días por las calles de París —igualando el único doblete olímpico hasta ahora de la ciclista neerlandesa Van Moorsel en Sídney—, tras la contrarreloj bajo el diluvio del sábado pasado, se baja de la bicicleta incluso antes de cruzar la línea, trazada en el puente de Jena, donde bailan los marchadores, la sujeta con las dos manos y posa como posaría cualquier guiri ante la torre Eiffel. Por eso, quizás, por saber si tendría tiempo para pegarse el capricho supremo que solo los campeones pueden imaginar, preguntaba la hora angustiado al cámara de televisión que en moto filmaba para el directo sus últimos kilómetros junto al Sena.
La angustia nacía del susto, otro susto de turista, que sufrió al pinchar junto a la Pirámide del Louvre, en los adoquines irregulares y saltarines. Fuera de sí —no hay punto medio en los niños, o todo es normal o todo es un desastre— el fenómeno belga reclamó una bici nueva a su equipo. No era necesaria la urgencia. Para entonces su ventaja era ya de más de minuto y medio sobre el segundo, el tenaz Valentin Madouas, que le dio a Francia la medalla de plata. Tras un grupo más retrasado aún que aquel en el que otro francés, Christophe Laporte, arañó el bronce, llegaban los grandes derrotados, Mathieu van der Poel y Tom Pidcock, destrozados por los ataques del belga incontenible.
Evenepoel, hiperactivo todo el día sobre la bicicleta, sobre todo después de superado el monumento a Jacques Anquetil que, en la cima de la cuesta de Châteaufort, marcaba el final del paseo por el campo, por las suaves colinas de la Chevreuse, el pelotón mínimo entró en el caos urbano. Subieron tres veces al Sacré Coeur, un muro flamenco de adoquín rodeado de terrazas y tiendas de souvenirs. Tras el primer ascenso, a 50 kilómetros de la meta, Evenepoel se colocó, y en el llano de regreso se puso en cabeza sin mirar atrás, como es su hábito. Aceleraciones progresivas que mal que bien resisten diez, ocho, siete… Poco a poco los vagones se descuelgan. Tras la segunda ascensión, solo Madouas, que no ha sido capaz de ofrecer un solo relevo, ni Remco se lo ha pedido. En la tercera ascensión ya está solo Evenepoel. Los demás disfrutan de París.
Después de trabajar un poco para el equipo, Nils Politt, el tanque alemán que allanó Alpes y Pirineos para su jefe Tadej Pogacar, aparca su bicicleta frente a Les Deux Moulins, el café que hizo famoso la película Amélie. “Les toilettes, s’il vous plâit?”, pregunta. Entra al baño, orina, y sale jaleado por los felices aficionados al ciclismo con rostro humano y caras sonrientes que solo sueñan con hacerse una foto solos ante la torre Eiffel.
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