Carolina Marín: “No vengo a París a ver la Torre Eiffel, vengo a ganar una medalla”
La española, que ha tenido que rehabilitar su mente para vencer al dolor tras romperse ambas rodillas, aplasta a la japonesa Ohori en dos sets y este domingo jugará la semifinal de bádminton
“Parece que estoy un poco loca”, dice Carolina Marín, “y quizás lo esté”. Presidida por la imagen de la Virgen del Rocío que cuelga de su cuello, abandona con paso firme el pabellón de Porte de La Chapelle, el suburbio más deprimido de cuantos acogen una sede olímpica en París. Por megafonía suena un ritmo funk: Je Danse La Mia. Esto es rap. Es bádminton. Roland Garros queda muy lejos. La japonesa Aya Ohori, décima del ránking, sometida a una lluvia de raquetazos, llora desconsolada. La española juega la semifinal hoy a partir de las 9:30 de la mañana contra la china Bing He tras un partido sublime de cuartos: 21-13 y 21-14. Cincuenta minutos sin interrumpir el soliloquio. A viva voz. Ante 7.000 personas y un puñado de jueces. Enajenada, solo en apariencia, en el complejo ritual que practica para controlarse a sí misma, controlar el partido, y someter al adversario.
“No paro de hablarme porque quiero poner el foco donde lo quiero poner”, explica. “Estoy constantemente repitiéndome el plan, animándome a mí misma. En los octavos de final me centré más en evitar nervios y miedos. Hoy me he centrado en mí misma, en qué puedo hacer para derrotar a la rival, y por eso me siento orgullosa. Yo no vengo a París a ver la Torre Eiffel. Vengo a ganar una medalla”.
Después de romperse las dos rodillas, la campeona olímpica de 2016 ha debido transitar un largo camino de regreso. Una senda de aprendizaje y rehabilitación psíquica, pues sin vencer al dolor en su mente no habría podido regresar a la plenitud atlética que demostró ayer en un contexto que exige la contorsión y la hiperextensión para poder responder a la velocidad del volante: más de 300 kilómetros por hora, el doble que la pelota de tenis. Como dice Guillermo Sánchez, su preparador físico, “el bádminton es el deporte que exige hacer movimientos más antinaturales”.
“Las experiencias dolorosas son muy interesantes desde el punto de vista de la interpretación y la rehabilitación”, explica Sánchez. “Hemos aplicado parte de eso en la terapia de Carolina para que ella pueda modular el dolor. Dolerle, a ella le dolerá todo porque la sometemos a mogollón de estrés para prepararla para el reto competitivo. El hombro se le carga, las caderas se le cargan, los tobillos se le cargan, las rodillas molestan, la espalda molesta… Provocar dolor es uno de los mecanismos más eficientes del sistema a lo largo de la evolución”.
Muchos traumatólogos recomiendan no hacer ejercicio con dolor. Carolina Marín rompió esa barrera para volver a emplear sus rodillas al máximo. “Si no te mueves generas un círculo vicioso de fragilidad que es justo lo contrario a lo que estamos buscando, que es la anti-fragilidad”, dice el preparador que día a día trabaja con la andaluza a pie de pista. “Si te quedas quieto, los umbrales de dolor aumentan, aumenta la fobia a moverse y debilitas la estructura. Si consigues superar el umbral de dolor, la posibilidad de quitar atención a esa zona dolorosa se amplía. Bajan las alarmas. Aunque llegue información sensorial no es necesario que el cerebro lo convierta en un estímulo doloroso”.
Carolina Marín ha restaurado lo que su equipo de colaboradores llama “neuromapas”. Se ha reinventado física y tácticamente, y lo ha hecho al margen de la federación nacional, con la que apenas tiene relación. Sola, como corresponde a un país quijotesco, para volver a enfrentarse a los Dragones de Asia, esta vez con 31 años. Aya Ohori no soportó el ritmo. La japonesa nunca consiguió llevar la iniciativa, desbordada por el abanico de golpes y artimañas. El punto que desemboca en el 17-12 a favor de la española es un toque fuerte y sutil al mismo tiempo, un latigazo acompañado de un giro de muñeca, apenas una vibración de los tendones. Impulsado con exactitud, el volante se deposita en el único metro cuadrado que no controla Ohori, que se queda absorta.
El pabellón salpicado de banderas españolas es un clamor: “¡A por ella, oé! ¡A por ella, oé...!”. Más que La Chapelle parece Villaverde. Verificada la victoria psicológica del primer set, el segundo se convierte en una ceremonia folclórica para los seguidores de Carolina Marín, españoles, franceses y asiáticos también.
“Este viernes tuvimos un día largo con mi entrenador”, dice Carolina, al acabar la faena, en referencia a Fernando Rivas, el hombre que monitoriza toda su estrategia desde que era una niña. “Teníamos pensado venir por la mañana a entrenar a la pista y lo cancelamos para tener una conversación muy larga con Fernando y mi psicóloga María [Martínez]. Hablamos de olvidarme del miedo a perder para centrarme de verdad en lo que debo hacer para vencer a mi rival”.
“Ha sido mi mejor partido en estos Juegos”, se congratuló. “Dije que llegaría al 100% y aquí estoy. Estoy muy contenta por cómo he entrado en la pista, como esa loba que me define mucho, que cuando muerde no suelta”.
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